Las digitalización está acelerando un cambio trascendental en las economías, pero también en la cultura, tanto desde un punto de vista político como sociológico. Ante este panorama, el componente humanístico cobrará mayor fuerza para revitalizar y reorientar los valores.
Así lo cree la EOI que ha puesto en marcha el Programa Ejecutivo Humanismo y Revolución Digital – La Empresa y el Profesional Aumentados. Hablamos con José Aguilar, uno de sus directores, sobre el peso de las humanidades en el nuevo ecosistema digital.
– ¿Qué papel jugarán las humanidades en la era de la digitalización? ¿se puede programar un algoritmo sin conocer a Platón?
Cuanta más tecnología, más humanidad. La respuesta inteligente ante la creciente irrupción de la inteligencia artificial y la automatización de procesos es poner el foco en aquello en lo que las máquinas jamás nos podrán reemplazar. Dejemos la tecnología para los medios y centrémonos en los fines.
Se puede programar un algoritmo sin conocer siquiera la existencia de Platón. El problema es que, por el impacto que los algoritmos tendrán en nuestras vidas, vale la pena programarlos con una idea precisa de qué queremos ser como individuos, como organizaciones y como sociedad. Para eso sí nos ayuda acudir a nuestra sabiduría acumulada como humanos.
honestidad en la era de la digitalización
– ¿Qué condicionamientos éticos impone a las empresas este mundo interconectado que reclama honestidad y transparencia?
Es impresionante lo que puede llegar a saber y aprender un algoritmo. El Deep Learning nos sumerge en un océano de posibilidades casi inagotables. Pero lo que jamás podrá advertir un sistema de inteligencia artificial es la distinción entre el bien y el mal.
Los famosos dilemas (como el del tranvía) que se proponen como ejemplos de las decisiones éticas de un algoritmo no son más que cálculos coste/beneficio aplicados a una situación determinada. Es la versión más cuantitativa de una sencilla ética utilitarista. Afortunadamente, la tecnología nos evitará dedicar nuestros esfuerzos a tareas repetitivas o automatizables. Sin embargo, seremos los humanos quienes individual y colectivamente decidiremos acerca de los comportamientos que más contribuyen a una vida y a una convivencia armónicas y felices.
La educación juega un rol fundamental, pues debe ayudar a las nuevas generaciones a mirar hacia el futuro, con lo mejor del bagaje acumulado en nuestros antepasados.
– ¿Cuenta España con suficiente talento como para poder afrontar con éxito los procesos de transformación y digitalización en los que estamos embarcados como sociedad? ¿Contamos con un sistema educativo adecuado para preparar a los jóvenes que darán forma a la sociedad futura?
Cuando se habla de los desafíos de la digitalización, se pone el foco sobre los perfiles STEM (acrónimo inglés de Científicos, Tecnólogos, Ingenieros y Matemáticos). Actualmente, incluso en países con altos índices de desempleo como España, hay tensión en el mercado laboral por la escasez de este tipo de profesionales.
No conviene olvidar, sin embargo, que las disrupciones a las que nos enfrentamos tienen un notable impacto social, por lo que no deben quedar solo en manos de ingenieros (dimensión técnica) y economistas (dimensión económica). Las decisiones que tomemos requieren un enfoque multidisciplinar y holístico. Es tarea para filósofos, sociólogos, políticos, etc.
También desde este punto de vista necesitamos un talento emergente, que no solo nos recuerde qué dijeron Platón o Kant en los siglos IV AC o XVIII DC, sino que indague sobre lo que dirían hoy los mejores pensadores de la Historia ante los retos a los que nos enfrentamos. La educación juega un rol fundamental, pues debe ayudar a las nuevas generaciones a mirar hacia el futuro, con lo mejor del bagaje acumulado en nuestros antepasados.
la universidad del futuro
– ¿Hay una transferencia adecuada de talento entre el mundo universitario y empresarial?
La brecha entre el mundo académico y el empresarial es un lugar común que simplifica la realidad. Es cierto que la conexión entre ambas esferas podría ser más intensa, pero sin perder de vista lo mucho que hemos avanzado en los últimos años, con resultados tangibles en términos de transferencia de conocimiento y de investigación aplicada.
La que resulta, tal vez, obsoleta es la imagen de las instituciones de educación superior como realidades diferenciadas del entorno en el que realizan su tarea, como si fueran castillos que deberían abrir sus puertas al exterior. En un mundo interconectado en red, hace tiempo que las puertas (y las murallas) saltaron por los aires. Quienes pretendan mantener ese modelo, simplemente desaparecerán. La Universidad del futuro se parecerá muy poco a la que hemos conocido en décadas pasadas. No es una opción, es una necesidad.
En un mundo interconectado en red, hace tiempo que las puertas (y las murallas) saltaron por los aires.
– ¿Cree que las empresas están apostando decididamente –en términos de oportunidades y reconocimiento, también salarial- por el talento joven?
El talento tiene dos características. En primer lugar, es una especie que se reproduce mal en cautividad. Al talento no se le retiene, se le seduce. Está donde desea estar, y quien pretenda atraerlo deberá crear las condiciones adecuadas para que se sienta cómodo y estimulado. Pero no es solo cuestión de dinero.
En segundo lugar, el talento se vincula con mucha mayor frecuencia a proyectos que a empresas. El talento es una cualidad dinámica: si no se desarrolla, se atrofia. Quien es consciente de su talento, busca entornos desafiantes que le permitan crecer. Si el proyecto es atractivo, basta con que la recompensa esté en mercado. Muchas personas valiosas querrán aportar y crecer en ese contexto. El hecho de que talento de cualquier lugar se vaya de su país, simplemente pone de manifiesto que hay otros países que han hecho mejor su tarea y han sabido presentar proyectos atractivos para los mejores de su generación.
– La era tecnológica y la digitalización plantean el reto de crear empleo en un entorno de remplazo de trabajadores por sistemas automatizados ¿Se están tomando ya las medidas necesarias para evitar un futuro en el que buena parte de la fuerza de trabajo actual se quede en la cuneta del camino de la digitalización?
Las empresas no tienen un interés primario en afrontar este proceso de reinvención profesional. Simplemente buscan los perfiles competenciales que necesitan. Si esta nueva cualificación está en personas externas, las reclutarán, y luego utilizarán las herramientas de las que dispongan para desvincular a empleados con capacidades obsoletas, con las compensaciones que establezca la ley y la negociación colectiva.
El problema es de naturaleza social: hasta qué punto podemos asumir a nivel político una salida masiva de trabajadores del mercado laboral, por mucho que simultáneamente se creen empleos nuevos. Se habla ya de sistemas como la renta básica universal, o nuevas formas de redistribución de riqueza que permita la generación de rentas no vinculadas a una prestación laboral, como el llamado “impuestos a los robots”.
La sostenibilidad de sus modelos de negocio no depende solo de la eficiencia en la producción, sino también de la capacidad de consumo.
Y aquí, de nuevo, entran las empresas. Tal vez este reto no sea un interés primario para ellas, pero sí que es un interés secundario, y además muy acuciante. La tecnología puede ayudar a reducir el peso relativo del factor trabajo en procesos productivos y a conseguir niveles de eficiencia nunca vistos. Aunque hipotéticamente pudiéramos poner en el mercado un coche a 3.000 $, la pregunta es quién lo compraría.
El sistema se apoya sobre la capacidad de producción, pero también sobre la capacidad de consumo. Si se modifica el esquema de los dos últimos siglos según el cual la mayoría de la población vive de rentas del trabajo, las empresas deben contribuir a la solución, ya que la sostenibilidad de sus modelos de negocio no depende solo de la eficiencia en la producción, sino también de la capacidad de consumo.
redes descentralizadas
– En un futuro de redes descentralizadas, basadas en Blockchain ¿veremos un sistema de organización social desintermediado, en el que los ciudadanos realicen transacciones comerciales o participen en la “cosa pública” de manera directa prescindiendo de las estructuras de representación colectiva tradicionales, como Estados o corporaciones?
La desintermediación es un proceso imparable que comienza en el momento en el que las redes generan flujos multidireccionales. Si accedo a la información directamente en su fuente y puedo expresar mis opiniones a una amplia audiencia potencial desde mi móvil, puedo prescindir de intermediarios tradicionales. Blockchain no hace sino intensificar este proceso, pues permite reemplazar a intermediarios de confianza que aportaban una garantía formal en determinados procesos y transacciones. El ejemplo más conocido es el de un banco emisor, pero hay y habrá muchos otros.
Paradójicamente, un mundo interconectado puede incrementar nuestro individualismo. Hasta fechas recientes, los intermediarios eran elementos de cohesión y de identidad colectiva: ciudadanos que apoyan a un partido, creyentes que practican su religión en una iglesia, activistas sociales que organizan sus acciones a través de una asociación o un movimiento… Hoy podemos alimentar y dar curso a todas esas inquietudes a título meramente individual, sin necesidad de articular nuestros esfuerzos en torno a instituciones intermediarias. Hay que evaluar lo que ganamos y lo que perdemos en este proceso.
Blockchain es una oportunidad para reducir costes de transacción y es una amenaza para quienes tradicionalmente han gozado de una posición de privilegio como intermediarios
– ¿Cree que los gobiernos y reguladores están trabajando ya para convertir Blockchain en un entorno seguro para sus usuarios? Quizás esta inseguridad se esté convirtiendo en un freno para la extensión de su uso…
Blockchain es una oportunidad para reducir costes de transacción y es una amenaza para quienes tradicionalmente han gozado de una posición de privilegio como intermediarios o han querido controlar esos nodos de relaciones.
La implantación de esta tecnología, o de las que la reemplacen, es imparable, pero habrá de enfrentarse a resistencias y frenos. Mi previsión es que, de entrada, los gobiernos, los reguladores y los intermediarios clásicos darán entrada a Blockchain por necesidad. Solo más adelante es posible que lo hagan también por convicción. La pregunta no es si este tipo de plataformas son seguras, sino quién las controla.
vigilancia y ciberseguridad
– Aunque los ciudadanos son conscientes de la invasión a su intimidad que supone la red, no conocen realmente la magnitud de las consecuencias de esta especie de “vigilancia” ¿Cree que como sociedad hemos fracasado en la labor pedagógica y de vigilancia sobre aspectos relacionados con privacidad y ciberseguridad? ¿Hay vuelta atrás en este proceso de pérdida de privacidad?
Los ciudadanos, mayoritariamente, siguen facilitando datos de forma masiva a las diferentes plataformas con las que interactúan. Los beneficios de ceder esa información son patentes: la posibilidad de acceso a servicios muy valiosos, gratuitos en su mayoría. ¿Quién se privaría del uso de una herramienta tan potente como un buscador solo porque el propietario de esa herramienta va acumulando información sobre nuestros intereses?
Los perjuicios son mucho menos tangibles e incluso pueden ser percibidos como ventajas. Es cierto que, tras el uso de esas plataformas, nos convertimos en target de mensajes publicitarios (comerciales, políticos, etc.). Sin embargo, muchos de esos mensajes son pertinentes. Es mejor recibir publicidad ajustada a nuestro perfil que otra más indiferenciada.
Perder privacidad es un precio que pagamos por el uso de servicios agradables y, hasta cierto punto, adictivos.
Facilitar datos es algo dulce al paladar. Del mismo modo que cuando comemos algo que nos produce placer, los efectos secundarios (obesidad, hipertensión…) aparecen de modo diferido y sin una relación causal evidente con la ingesta de esos alimentos.
Perder privacidad es un precio que pagamos por el uso de servicios agradables y, hasta cierto punto, adictivos. Además, entregar nuestros datos no es algo necesariamente negativo. Hace falta más pedagogía para que los usuarios entiendan qué tipo de información facilitan, con qué propósito, qué obtienen a cambio y cómo pueden mantener el control sobre esos datos.
paradojas éticas
– Por último, los robots y la inteligencia artificial han aumentado su presencia en la sociedad de la digitalización y el futuro nos dice que sus aplicaciones van a ser cada vez más numerosas ¿Habrá que reescribir los parámetros éticos para adaptarlos estas nuevas tecnologías? ¿Veremos robots ante un juez?
Algunos expertos han destacado los riesgos de un desarrollo tecnológico sin control ético. Lasse Rouhiainen, autor de “Inteligencia artificial: 101 cosas que debes saber hoy sobre nuestro futuro”, al analizar las iniciativas de algunos países asiáticos, comenta: «Mi desconfianza es que quizás sigan la misma ideología que China, es decir, que primero desarrollen aplicaciones y luego ya revisen cuestiones éticas, cuando debería ser al revés».
Entre las paradojas éticas de esta situación, señalo las siguientes:
- El debate de la justicia. Se ha intentado automatizar procesos de toma de decisiones para que se realicen sin prejuicios ni condicionantes subjetivos. Sin embargo, las primeras experiencias muestran que las decisiones tomadas por algoritmos replican algunos de los sesgos presentes en los decisores humanos, ya que en último término somos nosotros quienes los hemos desarrollado. Tal vez el jefe no humano asigne las tareas de más valor añadido o que aportan mayor visibilidad en la empresa preferentemente a hombres (frente a mujeres) o a personas de una determinada etnia. Si utilizan históricos de desempeño contaminados por nuestras actuales estructuras sociales, en la que los hombres en promedio tienen mayor disponibilidad que las mujeres, los patrones de decisión se perpetuarán.
- La rendición de cuentas. Lo propio de un humano no es solo su capacidad para tomar decisiones, sino para asumir también la responsabilidad sobre esas decisiones. Si un sistema automatizado falla y nos da instrucciones de las que se derivan consecuencias indeseadas, ¿quién responde: el fabricante, el implementador…?
- La transparencia. Un humano no debe explicar constantemente las razones por las que toma una decisión, pero debe estar en condiciones de hacerlo si, legítimamente, se le solicita. La complejidad inherente a los algoritmos de la inteligencia artificial puede producir que sus decisiones no sean comprendidas ni siquiera por sus desarrolladores. No es cómodo trabajar para un jefe con el que no se pueda “negociar” alguna de las instrucciones que nos da y ni siquiera entender las razones por las que nos transmite esas órdenes.