El 27 de septiembre de 2016 fue un día histórico en el continente americano. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo declaraba región libre de sarampión. La primera del mundo.
Era la quinta enfermedad erradicada en el territorio que se extiende entre el cabo de Hornos, en Chile, y el cabo Columbia, en Canadá. El sarampión se sumaba a la viruela, la poliomielitis, la rubéola y el síndrome de rubéola congénita. Pero la alegría duraría poco.
En los primeros meses de 2019, Estados Unidos está haciendo frente al peor brote de sarampión desde que la enfermedad fue erradicada dentro de sus fronteras en el año 2000. Ya se han contabilizado 387 casos y un suburbio neoyorquino ha llegado a declarar el estado de emergencia. En Brasil, en 2018, hubo 10.334 casos confirmados. En lo que llevamos de año, Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Venezuela y Costa Rica se han sumado a la lista. Y no podemos culpar a los antivacunas. Al menos, no siempre.
Turistas antivacunas en Costa Rica
El pasado mes de febrero, una noticia se hacía hueco en los medios de todo el planeta. El titular invitaba a hacer clic. El niño francés sin vacunar que reintrodujo el sarampión en Costa Rica. Y no era ninguna mentira. El país centroamericano, que no había detectado ningún brote autóctono de sarampión desde 2006 y no había registrado casos importados desde 2014, señalaba que una familia de turistas franceses había reintroducido el virus en su territorio.
El paso siguiente fue prestar atención a la familia. Efectivamente, pertenecían a ese grupo de personas que, por las más diversas razones, no ‘cree’ en la vacunación. El menor no estaba inmunizado contra una enfermedad que, no hace mucho, mataba a 2,6 millones de personas al año en todo el mundo. El debate se mantuvo en los medios generalistas durante unos días. ¿Qué podemos hacer para frenar a los antivacunas y evitar el resurgimiento de enfermedades como el sarampión?
Mientras tanto, el Ministerio de Salud de Costa Rica respondía con la única medida efectiva que se conoce para frenarle los pies al sarampión. Vacunas. Se desplegó una campaña extraordinaria de vacunación para proteger a la población infantil mayor de 15 meses y menor de 10 años. Esta campaña concluyó el 31 de marzo con la inmunización del 96% de ese grupo objetivo. Por el momento, el brote ‘tico’ del virus está controlado.
más que un movimiento anticiencia
El de Costa Rica fue un caso muy comentado. Pero hay muchos otros. Cada vez estamos más lejos de esa hipotética erradicación mundial de la enfermedad que la OMS había previsto para el año que viene. Más de 10.000 infecciones y 12 muertes en Brasil. 6.202 casos oficiales en Venezuela y 241 en Colombia. Son todo datos de la OMS referentes a 2018. Datos que señalan que la realidad de la enfermedad va mucho más allá de un movimiento anticientífico como el de los antivacunas.
La higiene y la inmunización son las dos medidas de salud pública que han salvado más vidas humanas. Mucho más que cualquier medicamento o procedimiento quirúrgico. Lavarse las manos, beber agua limpia y ponerse las vacunas recomendadas debería ser básico. Pero no siempre es así. Mientras la higiene es cosa de uno, tanto el acceso a agua limpia como la inmunización requieren de unas infraestructuras y un estado que las garantice.
Si no hay un sistema de salud eficiente, es imposible mantener a la población vacunada. ¿Dónde se registró el mayor brote de sarampión en América desde 2016? En Venezuela, inmersa en su peor crisis económica reciente. De ahí el virus saltó a los países fronterizos, Brasil y Colombia. ¿Y dónde se ha registrado el mayor número de casos en Europa? En Ucrania, donde, en 2016, la tasa de inmunización de los niños frente al sarampión había caído a un 31% a causa del conflicto que estaba azotando el país.
La amenaza de no querer pincharse
Cada año, la OMS establece un top ten de amenazas contra la salud pública. En la lista de 2019 figuran, junto al virus del VIH, el dengue y la resistencia microbiana a los antibióticos, el auge de los movimientos antivacunas. O, como lo denominan desde el organismo de la ONU, reticencia a vacunarse.
“Los casos de sarampión, por ejemplo, han aumentado el 30% a nivel mundial. Las razones de este aumento son complejas, y no todos estos casos se deben a la reticencia a vacunarse. Sin embargo, algunos países que estaban cerca de eliminar la enfermedad han visto cómo ha resurgido”, señalan desde la OMS.
Entonces está claro: los antivacunas no son el único problema, pero son uno de los factores que contribuyen al regreso de enfermedades que estaban casi vencidas. Sobre todo, porque si baja el porcentaje de personas vacunadas, se pierde la llamada inmunidad de grupo. Esto quiere decir que las personas que no pueden vacunarse se vuelven totalmente vulnerables a la enfermedad.
¿Razones, bulos o medias verdades?
Las razones de los antivacunas son variadas. No se trata de un movimiento homogéneo. Los motivos para rechazarlas van desde lo religioso o filosófico hasta los bulos que se propagan por la red. Pero también tienen que ver con casos aislados de mal funcionamiento de algunas vacunas que se presentan como prueba de que las vacunas, en general, no funcionan. Una especie de falacia anecdótica que se aprovecha de medias verdades y a la que los virus sacan partido.
Por ejemplo, la Dengvaxia desarrollada por Sanofi Pasteur contra el dengue puede causar, en algunos casos de pacientes que nunca han sido expuestos al virus, una forma de la enfermedad más grave de lo habitual. O la vacuna contra el virus H1N1 que causa la gripe porcina, la cual puede estar relacionada con un aumento en la narcolepsia infantil (aunque todavía hay cierto escepticismo). Y la vacuna de la gripe común en la temporada 2004-2005, cuya efectividad fue de tan solo el 10%.
Como estos hay otros casos. Ejemplos aislados que quizá habría que afrontar de forma más clara. Pero lo que está claro es que ni las vacunas generan autismo, ni las enfermedades antiguas ya no representan riesgos, ni la naturaleza nos inmuniza de forma natural. Las vacunas salvan tres millones de vidas al año y evitan sufrimiento a muchas más personas. Eso es lo único que debería importar. Y, si no, preguntémosles a nuestros abuelos lo divertida que era la viruela.
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