Arunachalam Muruganantham trabajó durante años para crear una máquina que fabricara compresas higiénicas y baratas con materiales locales. En un país en el que la regla es un tabú, él preguntó, investigó y llegó a incluso a fabricar un útero artificial para sus experimentos.
Su trabajo ha cambiado la vida de mujeres de más de cien países diferentes. Y su historia, inspirado el documental ‘Period. End of a sentence’, disponible en Netflix y galardonado con un Óscar a ‘Mejor Cortometraje Documental’ en 2019.
Una de cada diez mujeres USA COMPRESAS EN INDIA
En la India, solo una de cada diez mujeres usa compresas durante la menstruación. El mismo porcentaje piensa que la regla es una enfermedad, según datos de un estudio reciente de Unicef. En el país asiático, la menstruación sigue siendo un tema tabú. Algo de lo que las mujeres no hablan y de lo que muchos hombres se enteran solamente después de casarse.
Una de las principales consecuencias de este problema es la falta de higiene. El 40% de las niñas no usa jabón durante su menstruación. Algunas creen que pueden enfermar por hacerlo, y otras lo hacen por motivos religiosos. En algunas comunidades, hasta 9 de cada 10 señalan que no se les permite lavarse con agua.
En lugar de compresas u otros métodos, muchas mujeres usan prendas de ropa y trapos viejos. Como además sienten vergüenza, algunas no se atreven a lavarlas y secarlas al sol por temor a que las vean otros miembros de su familia o su comunidad. Como resultado, se protegen con prendas sucias, o en el peor de los casos papel de periódico y hojas de los árboles.
“No usaría ese trapo ni para limpiar mi moto”, dijo Arunachalam Muruganantham en relación a la tela que, descubrió un día, su mujer usaba durante la menstruación. La respuesta de su esposa no se hizo esperar. Si usaba el dinero que tenían para comprar compresas para las mujeres de la familia, no podrían adquirir otros artículos básicos, como leche. Muruganantham decidió comprar un paquete de compresas para su mujer. En la tienda se lo pasaron como si fuera contrabando. Y ahí tomó una decisión: conseguiría, de una forma u otra, fabricar compresas baratas y asequibles para todas las mujeres.
Una investigación complicada
Muruganantham tuvo que enfrentarse a todo tipo de retos para entender cómo hacer compresas. El primero y principal, el silencio que rodeaba el tema. Las mujeres no estaban dispuestas a hablar sobre su menstruación. Entregó unas toallitas caseras a unas estudiantes junto con unos cuestionarios, pero pronto vio que los rellenaban rápido y sin reflexionar.
El segundo, el estigma social. Empezó a estudiar compresas usadas. Llegado un punto, fabricó un útero artificial con una cámara de aire de un balón y lo llenó de sangre animal que le conseguía una amigo carnicero para probar él mismo si sus compresas eran lo suficientemente absorbentes. Sus vecinos comenzaron a hablar y, muchos, a retirarle la palabra. Todo esto fue demasiado para su mujer, que lo abandonó.
Tiempo después se fue también su madre. Pero no desistió. Un paso decisivo fue llamar a las multinacionales que fabrican compresas industriales para preguntar de qué estaban hechas. Y obtuvo la respuesta: para que el algodón sea absorbente, se requiere una celulosa especial derivada de la madera del pino. Y una máquina para descomponerlo.
Tres máquinas y material local
Cuatro años y medio después, Muruganantham tenía listo su prototipo. Se trataba de una versión rudimentaria de las tres máquinas que funcionan hoy: la primera descompone la celulosa en material esponjoso. La segunda la sella con una tela y la tercera desinfecta la compresa (ya lista) en una unidad de tratamiento ultravioleta.
Mostró su idea a investigadores del Indian Institute of Technology, IIT, que a su vez la presentaron a un concurso nacional de innovación. Su máquina de hacer compresas ganó el primer premio. Desde entonces, ha podido comercializar su máquina, que ya se usa en más de 100 países por todo el mundo con materiales locales, incluyendo Kenya, Nigeria o Bangladesh.
Aunque, insiste, no le interesa el dinero, sino su labor social. “No persigo el dinero. Quiero que eso sea un movimiento local en todo el mundo. Por eso hice todos los detalles de dominio público, como si fuese de código abierto”, bromea.
‘Una revolución en toda regla’
Arunachalam Murugananthamn había conseguido crear una tecnología fácil de usar para las mujeres de zonas rurales y urbanas sin recursos. Con esta máquina, es posible hacer compresas con bajo coste y materiales locales. Sin embargo, todavía quedaban retos por delante.
El primero: conseguir que las mujeres se interesaran por la idea de fabricar compresas. El segundo: que pudiesen permitírselo. Aunque fabricarlas es económico, comprar la máquina no lo es. Comenzó, así, una campaña por las zonas rurales de la India animando a colectivos de mujeres a hacerse con una para fabricar y vender compresas.
El documental ‘Period. End of the sentence’ (o ‘Una revolución en toda regla’, en español), cuenta la historia de un grupo de mujeres de Hapur, un pueblo cerca de Delhi, que empiezan a usar una de estas máquinas. Y, de esta forma, ganan su propio dinero y logran una oportunidad laboral. Algo que no siempre es sencillo para las mujeres de las zonas rurales de la India.
Detrás de esta historia está un grupo de estudiantes de EEUU: el Oakwood’s Girls Learn International Club, que recaudaron fondos en Kickstarter para instalar la máquina en Hapur. Y que después pensaron que era buena idea rodar un documental sobre las mujeres que iban a usarla. Lo fue. La historia se presentó en la Organización de las Naciones Unidas y se llevó el Óscar a ‘Mejor Cortometraje Documental en 2019’.
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