Leo todavía tenía unos pocos meses de vida cuando le tuvieron que dar un biberón con leche de fórmula. La reacción que sufrió hizo saltar la alarma de sus padres. Su progenitor, con antecedentes alérgicos, sabía que esto podía suceder. Y ocurrió. Después de hacerle varias pruebas, el diagnóstico determinó que Leo era multialérgico severo.
Abel tenía cuatro años cuando, después de tomar su merienda, se le empezaron a hinchar los labios y los ojos. Por casos cercanos, su padre intuyó cuál podía ser la causa. Así que le llevó inmediatamente a su centro de salud. Tras examinarle, le diagnosticaron alergia a los frutos secos. Un dictamen que confirmaron las pruebas que le hicieron unos días más tarde.
La alergia a los alimentos es una respuesta inmunológica anómala del organismo frente a proteínas de los alimentos. Su ingestión, el contacto o solamente la inhalación puede provocar problemas digestivos, urticaria o inflamación de las vías respiratorias. “Pero en algunas personas, puede ocasionar síntomas graves o, incluso, anafilaxis, poniendo en riesgo su vida”, advierte la doctora Flor Martín Muñoz.
Algo que no ocurre en el caso de las intolerancias, con las que se confunden habitualmente. En estas últimas “la reacción adversa está provocada por un mecanismo no inmunológico”, aclara la facultativa especialista en Alergia infantil del Hospital Universitario de La Paz de Madrid. Y, por lo tanto, no es mortal.
El triple de casos en las últimas dos décadas
Leo y Abel son solo dos ejemplos del aumento de casos que en los últimos años se han detectado en nuestro país. La alergia a los alimentos se ha triplicado en algo más de dos décadas. Pasando de afectar al 3,6% de la población en 1992, al 7,4% en 2005 y al 11,4% en 2015. Según los datos recogidos en el último informe de Alergológica, elaborado por la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
La padecen tanto niños como adultos. Aunque en el mismo estudio apuntan que en la población infantil la frecuencia es de un 20%. Casi el doble que el dato global. “La OMS sitúa las enfermedades alérgicas entre las seis patologías más frecuentes, y es la enfermedad crónica más común en la infancia”, nos confirma la doctora Flor Martín Muñoz. “Siendo la alergia a alimentos la que está creciendo de forma más espectacular”.
En un centro educativo del mismo distrito también lo han notado. “Cuando yo entré hace seis años había unos 110 alérgicos, hoy ya llegamos a los 200”, enumera Edgar Sancho, enfermero del Colegio Estudiantes. Es verdad que en este tiempo el número de alumnos ha pasado de 1.400 a 2.000, pero aun así exponencialmente ha crecido mucho más”.
Sobre las causas de este auge, la doctora Martín Muñoz apunta, sobre todo, a cuatro. Entre ellos la predisposición genética, como le ocurre a Leo; y la contaminación ambiental –tanto Abel como Leo viven en Madrid–.
“Otra hipótesis que gana fuerza es la que tiene que ver con la higiene. Se piensa que cuando es excesiva, el sistema inmunológico modifica la respuesta hacia sustancias que antes no percibía como agentes agresores”, explica la facultativa. “También se empieza a asociar con el retraso en la introducción de algunos alimentos en la dieta de los bebés. E, incluso, con dietas ricas en grasas y proteínas, y pobres en vegetales, habituales en países industrializados”.
Los temores de los padres
Cuando a un niño le diagnostican alergia a alimentos, el miedo es el primer sentimiento que experimentan sus progenitores. Su hijo ya no puede comer cualquier cosa y las reacciones no siempre son predecibles. En el caso de Leo el diagnóstico fue peor de lo esperado.
“Estuvo con lactancia materna hasta los 18 meses. Pero cuando llegó el momento de dejarla, la lista de alimentos era tan larga y variada que no sabíamos qué darle de comer”, recuerda Pablo García, su padre. “Incluso le daba reacción la patata. Algo que el médico al que acudíamos durante aquellos meses era la primera vez que veía”.
Estaban perdidos, hasta que un día dieron con la Asociación Española de Personas con Alergia a los Alimentos y Látex (AEPNAA). Creada hace más de 20 años, aquí encontraron la respuesta a muchas de sus preguntas. Aunque Pablo reconoce que todavía queda mucho por hacer.
“La alergia a los alimentos es una enfermedad que puede terminar de forma fatal y, desde luego, condiciona la vida de quien la padece”. A Leo, por ejemplo, no le puede dejar en el comedor del colegio porque en su centro no hay una fórmula establecida para casos como el suyo.
En el de Abel, sin embargo, tienen instaurado un protocolo de actuación para los alumnos con alergias. “Una vez que los padres nos entregan el informe médico, esa información se comparte en un documento al que tienen acceso todos los profesores, monitores y el personal de cocina”, describe Edgar.
Con ese documento se gestiona todo lo que tiene que ver con la alimentación en el centro. En el comedor, por ejemplo, a los alérgicos se les coloca en ubicaciones específicas, pero sin ser apartados del resto de sus compañeros. “Es un colegio de integración y aquí se educa a los niños enseñándoles desde pequeños que no pasa nada porque alguien sea diferente”.
No siempre persiste en la edad adulta
La buena noticia es que la alergia a alimentos, en algunos casos, puede desaparecer con el tiempo. La mayoría de los niños que la desarrollan en los primeros años de su vida alcanzan la tolerancia antes de llegar a la adolescencia.
“Se ha observado que hasta un 80% de los bebés con alergia a leche de vaca, han desarrollado tolerancia a este alimento a los cinco años. Y la mayoría lo han hecho antes de los tres”, apunta Martín Muñoz. “En el caso del huevo es más lento, pero al menos el 50% de los niños lo toleran hacia los cinco años. En otros alimentos, como los cereales, los pescados, las frutas, legumbres y frutos secos, aparece en una menor proporción”.
La facultativa también nos cuenta que, en general, el desarrollo de esa tolerancia es más probable cuanto más precoz es la alergia y se retrasa en pacientes con sensibilización muy intensa. “Pero la mayor parte de los investigadores coinciden en que la intensidad de la reacción al inicio de la alergia no condiciona la evolución a la tolerancia”.
En cuanto a posibles tratamientos, actualmente se está investigando con la inmunoterapia oral. “En la mayoría de los estudios en niños con alergia a leche y/o huevo consigue un estado de desensibilización que les permite consumir el alimento sin desarrollar síntomas de alergia”. Aunque la doctora advierte que, en muchos casos, esta respuesta solo está asegurada si lo come con regularidad. Y, de todas formas, no asegura la tolerancia permanente.
Abel ya ha comenzado a comer alimentos con trazas de frutos secos. Y Leo, con altos niveles de alergia al huevo, ya ha incorporado a su menú la tortilla. Todavía se la preparan muy hecha, pero poco a poco podrá empezar a tomársela algo más jugosa. Y quién sabe si el huevo frito pasará a ser dentro de unos años uno de sus platos favoritos.
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