A la hora de consultar la etiqueta de una prenda, las palabras ‘100 % algodón’ suelen llamar nuestra atención. Se trata de una fibra natural, agradable al tacto, que puede ser muy duradera y tener unos resultados muy vistosos. Además, al no mezclarse con otros tejidos, es reciclable.
Estas etiquetas van acompañadas muchas veces de mensajes ‘verdes’ que prometen prendas responsables o sostenibles. Sin embargo, la mayoría de piezas de algodón convencional tienen tras de sí una importante huella ecológica. Solo su cultivo requiere del uso de grandes cantidades de agua y productos químicos que contaminan la tierra. Y, hasta que llega a nuestros armarios, todavía faltan su recolección, fabricación, distribución y venta.
El complicado camino de la ropa de algodón
La industria de la moda está siendo cada vez más cuestionada por los propios consumidores. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, es la segunda más contaminante del mundo y produce más emisiones de dióxido de carbono (CO?) que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos. Además, detrás de muchas prendas que ocupan los escaparates de todo el mundo hay casos de trabajo esclavo.
Para entender el impacto medioambiental y social que puede tener una de estas prendas (desde un pantalón hasta un calcetín), es necesario abarcar todo su ciclo de vida. Este comienza con la elaboración de las fibras y termina cuando la pieza de ropa ya no se usa. Cada paso tiene una huella ambiental y social, por lo que resulta muy complicado asegurar que una prenda es sostenible del todo.
Llegados a este punto, toca retroceder y volver al inicio para plantear una pregunta: ¿por qué existe la creencia de que las prendas de algodón son más sostenibles? Uno de los motivos es que el algodón forma parte de las fibras naturales, aquellas que se extraen de animales o vegetales. Al otro lado están las fibras sintéticas, que se elaboran con materias primas procedentes del petróleo (por ejemplo, la licra y el nailon), y las artificiales, de origen natural pero sometidas a una transformación (como el rayón y la viscosa).
“A priori, un material natural debería ser mejor que uno artificial, porque se integra de nuevo en la naturaleza cuando ya no nos sirve”, explica Sònia Flotats, cofundadora de la Asociación de Moda Sostenible de Barcelona y creadora del magazine ‘So Good So Cute’. “Sin embargo, natural no siempre es sinónimo de sostenible. Para conseguir algunos bienes de forma natural se consumen muchísimos recursos y energía. Es el caso del algodón convencional cuando se cultiva de manera intensiva”, señala.
Agua, químicos y transgénicos
Uno de los principales problemas de la agricultura intensivo de algodón es que requiere de una gran cantidad de agua para crecer. “Es un gran consumidor de agua. El mar de Aral (entre Kazajistán y Uzbekistán), la masa de agua más grande de Asia central, ha tenido que dar de beber a la industria de Uzbekistán, uno de los principales exportadores de algodón del mundo. Hoy le queda apenas un 10 % de su masa original”, explican Nazaret Castro y Laura Villadiego en su libro ‘Carro de combate: consumir es un acto político’.
Además, el algodón es uno de los cultivos que más productos químicos necesita. Según FEM Internacional, ocupa el 2,4 % del área cultivable del mundo, pero absorbe el 25 % de los insecticidas y el 10 % de los pesticidas. Por otro lado, para conseguir que esta agricultura intensiva sea cada vez más productiva y rentable, en muchas zonas del mundo se apuesta por plantar algodón transgénico. Todo esto favorece la contaminación y la sobreexplotación del suelo.
Lo que deja tras de sí la recolección del algodón
El cultivo del algodón de forma intensiva tiene también importantes consecuencias a nivel social. En Uzbekistán, trabajadores del sector público e incluso niños y niñas son obligados a trabajar en la recolección del material cuando llega el otoño. De acuerdo con Carro de Combate, cerca de un millón de personas son reclutadas cada año para participar en la recogida.
“Para multiplicar beneficios, se condena a los agricultores a depender de monocultivos. Cuando la tierra se explota hasta el límite y ya no da más, los fabricantes les abandonan sin otras opciones”
Además, el uso continuado de un terreno para cultivar algodón deja a menudo las tierras yermas y empobrecidas. “Para multiplicar beneficios, se condena a los agricultores a depender de monocultivos. Muchas comunidades dejan de trabajar otros cultivos de los que pueden alimentarse y conseguir ingresos y se centran en el algodón. Sin embargo, cuando la tierra se explota hasta el límite y ya no da más, los fabricantes les abandonan sin otras opciones”, explica Flotats.
Aunque existen excepciones, esta práctica ha sido habitual en numerosas regiones del mundo. Y no es algo reciente. En su libro ‘Las uvas de la ira’, el ganador del Nobel John Steinbeck cuenta la lucha por sobrevivir de una familia estadounidense que ve sus tierras secas y muertas tras años de cultivo de algodón. Se publicó en 1936.
De la preparación a la venta
El impacto medioambiental de la elaboración de las prendas no acaba con la recolección del material. De acuerdo con las periodistas de Carro de Combate, queda un largo proceso que incluye la preparación de las fibras, el hilado, el tintado y la estampación, por ejemplo.
Tal y como señala Flotats, el impacto medioambiental de la transformación de las fibras en tejido depende en gran medida del método que se utilice. Puede realizarse de forma mecánica, con maquinaria y procesos tradicionales, o química. Esta última es, por lo general, menos sostenible y presenta más riesgos para la salud de los trabajadores.
Una vez terminadas, las prendas aún tienen que ser distribuidas y vendidas por todo el planeta. Sin embargo, llegados a este punto, la ropa de algodón convencional tiene el mismo impacto que las recicladas o fabricadas con otros materiales.
¿Cómo reconocer una prenda más sostenible?
“Elegir una prenda que tiende a la sostenibilidad es complicado, porque estamos bombardeados con mucha información y gran cantidad de mensajes confusos”, señala Flotats. Sin embargo, añade, hay opciones para acertar. Una de las más sencillas es informarse y comprar en tiendas y plataformas que hacen una investigación en profundidad sobre las marcas, como So Good so Cute o The Goood Shop.
Otra es optar por prendas de algodón orgánico. “En este tipo de cultivos se utiliza agua de lluvia (por lo que no puede darse en cualquier sitio) y no se usan químicos ni transgénicos. Además, normalmente se evita el monocultivo”, explica. No obstante, no todos los algodones orgánicos son igual de respetuosos con el medioambiente. Las prendas de algodón reciclado, por otro lado, también garantizan que al material se le ha dado una segunda oportunidad.
Una tercera opción es prestar atención a los certificados. El Global Organic Textile Standard (GOTS) garantiza que la prenda ha sido producida bajo los estándares de la agricultura orgánica. La certificación Fair Trade asegura que los agricultores del algodón han recibido un salario justo por su trabajo. No obstante, que una prenda carezca de certificación no significa que no pueda ser sostenible. “El problema de los sellos es que las marcas tienen que pagar para certificarse y no todas tienen esta posibilidad”, afirma Flotats. “En mi opinión, deberían llevar sellos las que no son respetuosas con el planeta, y no al revés”, añade.
“El truco está en elegir con criterios de sostenibilidad y no pensando solo en el diseño”
La última opción es fijarse en la calidad de la prenda a la hora de adquirirla y confiar en la intuición y la experiencia. “No hace falta ser un experto: si compras una camiseta que parece papel de fumar, es muy probable que se rompa al cabo de pocos lavados. Esta prenda nunca será sostenible. Con el tiempo, se va aprendiendo a diferenciar entre los tejidos de mayor y menor calidad. El truco está en elegir con criterios de sostenibilidad, y no pensando solo en el diseño”, resume Flotats.
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