Los árboles son las únicas estructuras vivas del planeta que crecen en altura durante toda su vida. Con una mecánica de crecimiento consistente en apilar ladrillos celulares, cada uno con un tamaño que ronda las 40 veces el de las células animales, estos imponentes seres vivos se alzan con lentitud pero son capaces de resistir condiciones de estrés importantes.
En un reciente estudio publicado en Cell titulado ‘Los árboles longevos no son inmortales’ el investigador Sergi Munné-Bosch destaca tres características que explican por qué los árboles son capaces de perdurar: crecimiento lento, capacidad de regeneración y tolerancia al estrés. Estos elementos bien podrían describir el crecimiento orgánico de una ciudad resiliente (ODS-11).
¿Hay muchos árboles milenarios?
Existen muchos árboles milenarios en el mundo. Solo en España hay al menos 24 ubicaciones con ellos, algunas con miles de ejemplares aún vivos como es el caso de los más de 4.000 olivos milenarios ubicados en la comarca de Bajo Maestrazgo (Castellón). Pero no solo hay olivos en España. También se ven tejos, castaños, robles, encinas, dragos, pinos o sabina albar.
En otras regiones del mundo sobresalen otras especies. En Japón es muy conocido el J?mon Sugi, un cedro de la isla de Yakushima declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 y cuya antigüedad podría llegar a los 7.000 años. En Nueva Zelanda, el llamado ‘Padre del bosque’ (Te Matua Ngahere) es un tipo de conífera cuya edad debe rondar los 2.000 años.
En Italia, ubicado en la ladera del monte Etna, descansa el castaño de los Cien Caballos, considerado el más antiguo de Europa con entre 2.000 y 4.000 años. No importa qué región se observe, siempre parece haber unos cuantos árboles milenarios de todo tipo de especies diferentes. Son estructuras resilientes, una característica que las construcciones humanas buscan con apremio.
¿Cómo pueden los árboles milenarios alcanzar longevidades tan elevadas?
Según el paper de Munné-Bosch, estudios anteriores han señalado factores como la preferencia por lugares alejados en los que no haya competencia con otros árboles, así como cierta resistencia a enfermedades y la capacidad de crecimiento vegetativo a edades avanzadas. Curioso, porque ‘vegetativo’ es un adjetivo aplicado a humanos tras observar el lento crecimiento vegetal.
A esto hay que sumar un tipo de crecimiento que no puede darse en clases de vertebrados como los mamíferos. Por ejemplo, algunas especies de árboles poseen un mecanismo molecular que “permite a algunas células retener el potencial de crecimiento mientras mejoran las defensas”. O un desarrollo de la copa que “se vuelve complejo a edades avanzadas”.
Resulta evidente que existen mecanismos de desarrollo y crecimiento que se conocen únicamente debido a que se han estudiado estos árboles milenarios. Destaca, también, una estructura modular que “permite al organismo escapar virtualmente de la senescencia que ocurre en sus módulos”, aunque esta no está presente en todas las especies.
Otro punto reseñable de los árboles con cuerpo basado en un tronco es la poca biomasa viva respecto del total, que en ocasiones de alta longevidad llega solo al 5%. Es decir, el grueso del árbol no está vivo, pero sí forma parte de una estructura viva que permite reanudar el crecimiento cada año. La parte ‘muerta’ es la necromasa, que se convierte con frecuencia en una estructura protectora.
“El crecimiento indeterminado, el mosaicismo, la plasticidad, la tolerancia al estrés y otras características permiten que los árboles longevos sobrevivan mucho más tiempo”, aunque el investigador subraya que no son inmortales y que envejecen lentamente debido a niveles bajos de estrés.
¿Qué se puede aprender de los árboles milenarios?
La pregunta obligada tras leer sobre árboles milenarios es “¿Se puede aprender del modo en que crecen y perduran?”. Ya se usan los árboles como almacenes o sumideros de CO2, al plantar millones de ejemplares para limpiar parcialmente la atmósfera. También se recurre a ellos para construir una barrera natural que frene la desertificación acelerada en África.
Se usan como herramienta, pero también se puede aprender de su biología para desarrollar nuevas técnicas. Del mismo modo que se aprende de la naturaleza para diseñar viviendas bioclimáticas, es posible entender cómo crecen y prosperan los árboles milenarios para diseñar entornos urbanos saludables y resilientes, especialmente ahora que el cambio climático se acelera.
El undécimo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS-11) habla de “Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”, algo para lo que los árboles milenarios pueden aportar muchas características:
- Crecimiento lento. Las ciudades que más rápido han crecido en la historia (comparadas con otras de su tiempo) tienden a desaparecer antes que aquellas que prosperan lentamente, de forma orgánica y pausada. Las ciudades industriales norteamericanas e inglesas son el mejor ejemplo.
- Capacidad de regeneración. Por todo el mundo están surgiendo iniciativas de restauración ecológica de entornos urbanos, y lo hacen precisamente junto a o en aquellos núcleos urbanos más prósperos. Lo vemos en Oslo, París, Madrid, Berlín, así como en Tokio, Shenzhen (China) o Seúl.
- Tolerancia al estrés. La resiliencia es la capacidad de recuperar un estado inicial tras una perturbación. Y el cambio climático es probablemente el elemento más perturbador y estresante al que se enfrentarán las ciudades. Hay que aprender a copiar la forma en la que los árboles disipan la energía cuando esta les embiste en forma de viento, carga de nieve o altas temperaturas.
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Imágenes | Subtle Cinematics, Chris 73, ali shirali, Gustav Gullstrand