Voces escépticas y con miedo se alzan en contra de cualquier avance en inteligencia artificial. El temor a la IA es palpable en las calles y en conversaciones en los bares. Y en los medios se anuncian cambios que llegarán. Pero ya ha habido cambios debido a la tecnología en el pasado.
¿Son las IA una tecnología tan diferente como para que la gente tenga miedo al progreso? Los neoluditas y los tecnófobos dicen que sí con antorchas en la mano, pero no hay motivos para el pánico. Sí, dejará de haber trabajo, y sí, los algoritmos sabrán todo sobre nosotros y tendrán mucho poder.
Pero te explicamos por qué son argumentos manidos en contra de la inteligencia artificial.
La inteligencia artificial nos dejará sin trabajo, y es una maravilla
Mucho se ha hablado sobre el futuro del trabajo y de cómo la inteligencia artificial nos lo quitará. A principios de 2017 sabíamos de una empresa que ya despidió al 30% de sus empleados para contratar a una inteligencia artificial. Es un hecho que el mundo va a cambiar a raíz de la IA, pero no hacia el pesimismo.
Podemos poner los ejemplos de los puestos de trabajo que los robots agrícolas, los robots farmacéuticos o los cobots de montaña generan a su alrededor. Aunque hay que ser francos: si la escalada IA avanza como se espera, incluso los puestos más tecnificados acabarán desapareciendo. ¿Y luego? ¿Qué haremos cuando no tengamos trabajo?
Vivimos en un mundo en el que la mayoría de nosotros llega los lunes con cara de apio al trabajo, de modo que perder el trabajo no debería preocuparnos en exceso. Sin embargo, tememos un mundo en el que no tengamos que trabajar para vivir. Porque, más que dejarnos sin trabajo, podría verse como que las IA nos librarán de él.
Es un futuro posible que la Unión Europea se toma muy en serio, y ya está pensando en mecanismos para distribuir la riqueza generada por los robots, IAs y algoritmos, entre aquellos que no los poseen.
La inteligencia artificial lo sabrá todo sobre nosotros, y eso no es malo
La información es el nuevo petróleo, y su explotación el negocio del siglo XXI. De ahí que haya carencia de mineros de datos o analistas que ayuden a estructurar datos de manera automática. Todos los ciudadanos generamos ingentes cantidades de datos al día, aunque estos apenas se usan.
Un ejemplo en el terreno de la salud. Un paciente tiene suerte si, al ser atendido de urgencia en un hospital que no es el suyo, tienen su historial (la ficha). Este, con frecuencia, no está digitalizado, y se guarda en un archivo físico en su hospital de cabecera. No digamos ya si cambiamos de ciudad o comunidad autónoma. ¿Y si usásemos el Big Data en medicina?
A pesar de que hayamos generado un historial de análisis (alergias, por ejemplo, muy frecuentes), pruebas médicas (como las que se hacen si alguien está federado en un deporte) e incluso operaciones; esa información no siempre está accesible de cara al siguiente diagnóstico. Un grave error administrativo que el ciudadano paga con su salud.
El derecho a la intimidad y al anonimato son las grandes abanderadas en contra de la recopilación de datos, tanto por organismos públicos como privados. Sin embargo, esos mismos datos pueden hacer nuestra vida más cómoda. Como hemos visto, puede que generaciones posteriores ni siquiera tengan que trabajar. O que puedan vivir más tiempo en mejores condiciones.
Pero que una inteligencia artificial conozca nuestros datos médicos, bancarios e incluso el contenido de nuestros emails no significa que otra persona a la que no demos permiso pueda acceder a ellos. Es un punto que hay que dejar claro. Una inteligencia artificial o un algoritmo no es más que un programa dentro de una máquina, similar a nuestro mail o nuestro ordenador.
Aunque nuestros datos estén en un servidor agregados con otros millones de datos de otros ciudadanos, esto no significa que sean más accesibles para nuestros vecinos que cuando estaban en una hoja de papel. En este sentido, la tecnología de blockchain se perfila como uno de los mecanismos de anonimato y cifrado de la información más seguros del futuro.
La inteligencia artificial dominará el mundo, y lo estamos deseando
En general, la cultura se ha impuesto siempre de forma dominante. «Tú no sabes hacerlo y para eso he venido yo a quemar tu aldea y a explicarte cómo se hacen las cosas. Ah, por cierto, y tienes que pagarme un diezmo por ello».
De ahí que la palabra dominación suena tan mal y sea usada en provocativos artículos de periódico que anuncian el caos que traerá la IA. Sin embargo, el dominio de la inteligencia artificial puede ser algo maravilloso de cara al futuro. Al menos, podría ahorrarnos muchos problemas.
Un ejemplo evidente es el mercado de valores (la bolsa) gobernada por humanos desde hace más de dos siglos. Como consecuencia, tenemos recuerdos como el Pánico de 1819, el Viernes negro, el Crack del 82, el Desplome del 29, la Burbuja japonesa…
Sin embargo, cuando en 2010 la mayoría de las bolsas estaban gestionadas por algoritmos, lo que pudo haber sido una réplica del hundimiento de 2008 se convirtió en el pequeño Flash Crash.
Es un día que se recuerda porque no pasó nada grave después de que el Down Jones perdiese casi 1.000 puntos (?9%) en pocos segundos. Los algoritmos pueden procesar órdenes a una velocidad que no somos capaces de imaginar, y en cuestión de tres minutos la bolsa se restableció a los índices previos a la bajada. Las máquinas no entran en pánico, ni tienen sentimientos.
Hay que recordar que Terminator es solo una película, y que la inteligencia artificial no tiene conciencia de sí misma. Por eso no tiene motivación, y mucho menos deseos. Tiene, eso sí, órdenes que cumplir. pero se las hemos dado nosotros. A los robots no les importa cotizar o pagar impuestos, por ejemplo. Al menos, de momento.
Tratar de luchar contra la inteligencia artificial es como tratar de luchar contra la expansión del tren en 1835 (del que se dijo que causaría enfermedades nerviosas, bronquitis e incluso abortos o pandemias), de la aparición de los ordenadores o incluso de Internet. Es, simplemente, el siguiente paso.
El miedo al cambio siempre aparece en los albores de una nueva tecnología o un cambio social. Sea cual sea la época del pasado a la que miramos, y el camino recorrido desde entonces haciendo uso de la tecnología, pocos suelen opinar que se estaba mejor en aquel entonces.
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