Cuando los colonizadores españoles llegaron a América, no descubrieron solo grandes civilizaciones, selvas que tocan el mar y una tierra rica en materiales y alimentos.
Se encontraron, también, con rumores de ciudades de oro y otros metales preciosos. Estas historias despertaron la ambición de españoles y otros europeos, que se decidieron a cruzar el continente en búsqueda de El Dorado.
La leyenda de El Dorado cobró más fuerza a medida que los españoles fueron adentrándose en Colombia. Allí se hablaba de un cacique que poseía grandes riquezas y que, cada cierto tiempo, se sumergía en una laguna con su cuerpo recubierto de oro. Cuando por fin encontraron la laguna, perdieron la cabeza intentando desenterrar (sin grandes éxitos y desafiando en ocasiones la ciencia y la lógica) todos los tesoros sumergidos.
El Dorado de Guatavita
El lugar que despertó durante tantos años la imaginación de los colonizadores es la laguna de Guatavita. Se encuentra en el municipio de Sesquilé, a 75 km al nordeste de Bogotá. Y el cacique que se bañaba revestido de oro pertenecía al pueblo indígena de los muiscas. Este pueblo ha vivido en los departamentos colombianos de Cundinamarca, Boyacá y Santander desde el siglo VI a.C hasta la actualidad.
La leyenda cuenta que una cacica, cansada de las infidelidades de su esposo, se enamoró de otra persona. Cuando fue sorprendida junto a su amante, no pudo soportar las acusaciones del cacique y se lanzó a la laguna de Guatavita junto a su hija. Arrepentido, el cacique decidió lanzar ofrendas a las aguas para lograr su perdón. Se dice también que lanzaban sus tesoros como ofrenda a la madre naturaleza, una deidad femenina.
Lo cierto es que, durante generaciones, los muiscas realizaron celebraciones rituales alrededor de la laguna de Guatavita. Cada vez que se elegía un nuevo cacique, untaban su cuerpo de aceite y después lo cubrían de oro en polvo, de forma que quedaba totalmente dorado. Se subía a una balsa de madera y una vez que llegaba al centro de laguna se sumergía junto a sus ofrendas. El resto del pueblo, que asistía a la celebración a lo largo de toda la orilla, lanzaba también sus riquezas.
La balsa muisca
En 1969, unos campesinos encontraron una impresionante pieza de orfebrería muisca en una cueva de Cundinamarca. En la figura puede verse al cacique a bordo de la barca muisca, con todos sus tesoros. Se trata de una de las reliquias precolombinas más valiosas que existen y puede verse, hoy, en el Museo del Oro de Bogotá.
En busca de El Dorado
En realidad, para los muiscas el oro no tenía un gran valor material, sino espiritual. Servía para realizar ofrendas a la madre naturaleza o para hacer ornamentos como diademas o joyas. Lo usaban, también, como pieza de cambio para negociar con la sal, un bien muy valioso.
Fue precisamente el comercio de la sal lo que llamó la atención de los españoles. Según algunos documentos del Archivo General de Indias, Gonzálo Jiménez de Quesada notó en una expedición que a medida que surcaban el río Magdalena hacia el interior del país, la sal se hacía cada vez más barata. Según los indígenas, las tierras de donde provenía pertenecían a un señor poderoso que poseía grandes riquezas.
Siguiendo ese rastro, encontraron las tierras de los muiscas y la laguna que había originado tantas leyendas. Gonzalo Jiménez de Quesada se asentó en la zona para fundar, años más tarde, la ciudad de Bogotá. Sin embargo la búsqueda de El Dorado no acabó en la laguna. Siguió durante siglos en Perú, Colombia y Venezuela. Y es que, a pesar de todo lo que habían escuchado, no pudieron sacar gran cosa de Guatavita.
Túneles y boquetes para desenterrar los tesoros
La laguna, a casi 3.000 metros de altitud sobre el nivel del mar, tiene forma circular y más de 400 metros de diámetro. Su profundidad máxima es de 30 metros. Sin embargo, esto no fue siempre así. Antes de la llegada de los españoles, su profundidad era mucho mayor. Y su forma era bastante diferente.
Durante décadas, españoles, británicos y alemanes intentaron vaciarla para desenterrar los tesoros muiscas. Probablemente sin haber calculado antes el esfuerzo y el tiempo que conllevaría, quisieron hacerlo primero con baldes. Implicaría mover más de 1.500 millones de litros cubo a cubo. Después, abriendo un gran boquete en uno de sus laterales que cambió su forma para siempre y sigue visible hoy.
Finalmente y sin las herramientas adecuadas, intentaron crear un túnel que se hundió bajo el peso de la montaña. Las leyes de la física acabaron ganando la batalla y todos abandonaron la búsqueda. Los esfuerzos eran inútiles, perdían muchas vidas humanas y el oro que encontraban no compensaba los gastos. Aun así, la laguna cambió para siempre su forma y su imagen.
Un estudio de J.E Ramírez publicado en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Colombia señala al capitán Lázaro Fonte como el primero que intentó desaguarla, en la época de la conquista (S. XVI). Más adelante lo intentó Hernán Pérez de Quesada. “Logró hacer bajar unos 10 pies el nivel de las aguas, pero solo sacó tres o cuatro mil pesos de oro fino”, quedó reflejado en los escritos de la época.
El rey Felipe II financió también algunos intentos de drenaje, que terminaron con algunos hallazgos que se enviaron a España. Para entonces habían rebajado el nivel del agua a 14 pies, pero un gran derrumbe volvió a subir el nivel. Más adelante lo intentaron ingleses y alemanes, para acabar todos, finalmente, desistiendo.
La otra laguna de Guatavita
Debido a las obras y sobre todo al gran boquete que se abrió en un lateral, la laguna no ha vuelto a recuperar su forma original. Se cree que en su día las aguas llegaban hasta lo alto de las laderas que la rodean.
Tras años abandonada (llegó a usarse incluso como basurero), hoy está protegida por el Gobierno de Colombia y abierta a visitas turísticas. Muchos de los guías son muiscas, grandes conocedores de las leyendas y las tradiciones que la rodean. Es un destino muy frecuentado por todos aquellos que quieren conocer un poco más la historia de Colombia y, sobre todo, el mito de El Dorado. Bajo sus aguas (y una gran capa de barro) descansan, sin duda, gran cantidad de tesoros.
En Nobbot | Historia de España, ¿una asignatura pendiente?
Imágenes | Flickr/Carlos Adampol Galindo, Juan Fernández González, Wikimedia Commons/Pedro Szekely