Crepúsculo en Silicon Valley desde Sierra Vista. San José, condado de Santa Clara, California, EEUU.
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Andrew L. Russell, SUNY Polytechnic Institute y Lee Vinsel, Virginia Tech
Hubo un tiempo en que el Valle de Santa Clara (California), bucólico paraje de huertos frutales y viñedos, se conocía como “Valle de las Delicias del Corazón”. Más tarde, la misma región pasó a llamarse “Silicon Valley” o Valle del Silicio, en referencia al entorno de alta tecnología que combinaba creatividad, capital y estilo cool californiano. Sin embargo, hoy está teniendo lugar una fuerte reacción en contra, incluso por parte de la prensa especializada en aparatos electrónicos más leal. Silicon Valley proyecta, cada vez más, una imagen muy diferente: explotación, excesos y desapego elitista.
Actualmente el condado de Santa Clara (California) alberga 23 parajes incluidos en la lista de Superfund, programa del Gobierno federal de los Estados Unidos destinado a financiar la limpieza de residuos tóxicos.
También su cultura es poco saludable, como ponen de manifiesto las campañas de acoso misógino en el marco del movimiento Gamergate, la actitud de los emprendedores del mundo tecnológico (“tech bros”) que reivindican su derecho al confort y a la seguridad frente a los sin techo, y el sexismo y el racismo generalizados en las empresas de Silicon Valley.
Estas mismas empresas degradan a la comunidad de internautas con violaciones de la privacidad y el intercambio no autorizado de los datos de los usuarios. La influencia de las empresas ha hecho que el precio de la vivienda resulte desorbitado. Y hay tanta congestión vial que se han puesto en marcha servicios de autobuses especiales para los trabajadores del sector de la tecnología que realizan el trayecto entre el domicilio y el lugar de trabajo. Algunos críticos incluso perciben amenazas a la democracia misma.
En resumen, Silicon Valley ha pasado a ser un foco de toxicidad.
Auge y decadencia de Detroit
La ciudad de Detroit se convirtió en un famoso nodo del capitalismo industrial gracias a los pioneros de la era del automóvil. A principios del siglo XX, personalidades como Henry Ford, Horace y John Dodge y William Durant cultivaron la imagen de Detroit como centro de novedades técnicas.
De pronto, el nombre mismo de “Detroit”, por metonimia, comenzó a asociarse con la fuerza industrial del sector automovilístico estadounidense y la fuente del poder militar de los Estados Unidos.
Charles E. Wilson, presidente de General Motors, con su célebre frase “Durante años yo pensé que lo que era bueno para nuestro país era bueno para General Motors y viceversa” daba cuenta, de forma arrogante pero exacta, del lugar protagonista que ocupaba Detroit en la prosperidad y el liderazgo mundial de los Estados Unidos.
La opinión pública cambió después de los años cincuenta. Las empresas líderes del sector automovilístico se hundieron en una excesiva rigidez burocrática y perdieron terreno en favor de los competidores extranjeros. En los años ochenta, Detroit era la imagen de la mortecina y despoblada era posindustrial.
Si analizamos retrospectivamente –y lo tomamos como un posible ejemplo aleccionador para Silicon Valley–, el declive moral de la élite de Detroit fue patente mucho antes de su deterioro económico. Henry Ford se hizo famoso en la época de preguerra por los automóviles y los camiones que llevaban su nombre, pero también fue un antisemita, un protofascista y un notorio enemigo del movimiento sindical. Detroit también generó productos defectuosos y letales que Ralph Nader criticó en 1965 por considerarlos “inseguros a cualquier velocidad”. Hoy en día los habitantes de la región sufren las consecuencias de su pasado industrial carente de moral, asediados por los altos niveles desempleo y el agua potable contaminada.
Un nuevo capítulo para Silicon Valley
La experiencia de Detroit se puede resumir como una historia de proeza industrial y prestigio nacional seguida de decadencia moral y económica, pero ¿qué puede decirnos sobre Silicon Valley? El término “Silicon Valley” apareció publicado por primera vez a principios de los años setenta y se generalizó a lo largo de la década. Se refería tanto al lugar como a las actividades que albergaba. El Valle de Santa Clara, una zona relativamente pequeña situada al sur de la Bahía de San Francisco en la que se ubican San José y otras ciudades pequeñas, fue la base de una revolución informática impulsada por los chips de silicio. A esa zona de la Bahía de San Francisco acudían en tropel empresas y trabajadores en busca de un ambiente agradable, hermosos paisajes y terrenos a precios asequibles.
En los años ochenta, las empresas y los inversores de capital riesgo ubicados en el Valle habían llegado a dominar el arte del silicio y se estaban haciendo asquerosamente ricos. Así fue como “Silicon Valley” pasó a designar una agrupación industrial en la que las universidades, los emprendedores y los mercados de capital impulsaban el desarrollo económico basado en la tecnología. Los periodistas se deshacían en elogios con empresas de éxito como Intel, Cisco y Google, y los analistas llenaron las estanterías de libros e informes que explicaban lo que podían hacer otras regiones para convertirse en el “próximo Silicon Valley”.
Muchas personas concluyeron que el Valle se distinguía por su singular cultura. Los promotores y publicaciones como la revista Wired celebraban la combinación del legado hippie de la Bahía con el individualismo libertario encarnado en la figura de John Perry Barlow, el ya fallecido letrista de Grateful Dead. El mito libertario ocultaba algunos elementos fundamentales del éxito de Silicon Valley, especialmente los fondos públicos desembolsados a través del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la Universidad de Stanford.
Si analizamos con perspectiva, tal vez fuera esa diferencia cada vez más marcada entre el sueño californiano y la realidad estadounidense lo que ocasionó el desmoronamiento de Silicon Valley. Su desinterés por la vida y los problemas de los ciudadanos corrientes se pone hoy de manifiesto en las desatadas críticas publicadas en Twitter por el fabricante de automóviles Elon Musk, el extremismo político de Peter Thiel, cofundador de PayPal, y los fatuos sueños de inmortalidad de Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google y empedernido consumidor de vitaminas. El declive moral de Silicon Valley es más patente que nunca, y hoy el Valle intenta sobrevivir al desastre tóxico que ha creado.
Autores de este artículo: Andrew L. Russell, Dean, College of Arts & Sciences; Professor of History, SUNY Polytechnic Institute y Lee Vinsel, Assistant Professor of Science and Technology Studies, Virginia Tech
Este texto fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.