La bacteria Conan (Deinococcus radiodurans), con su fuerza descomunal para resistir la radiación ionizante, podría ser utilizada para eliminar residuos radioactivos de armas nucleares si uniera sus «superpoderes» a los de otras bacterias capaces de degradar tolueno. Por lo menos así lo cree Carles Pedrós-Alió, investigador del Centro Nacional de Biotecnología quien explica a SINC que la bacteria Conan no puede realizar esa función, «pero sí alguna especie del género Pseudomonas, así que los científicos podrían intentar transferir genes de esta última a Deinococcus radiodurans para que esta pudiera ponerse manos a la obra con estos contaminantes».
conan, la bacteria
Se ha calculado que una dosis de 5-10 grays (Gy, unidad del Sistema Internacional para medir la dosis de radiación ionizante) es suficiente para matar a una persona en cuestión de una semana. La bacteria Conan puede soportar hasta 15.000Gy, por lo que los microbiólogos la postulan –con una pequeña modificación genética– como candidata para ayudar a eliminar residuos radioactivos.
Sin embargo, y aunque es cierto que existen microorganismos que pueden aliviar algunos problemas de contaminación, «no debemos interpretar que tenemos vía libre para seguir generando residuos y que algún ‘bicho’ ya lo arreglará”, explica Manuel Porcar, del Grupo de Biotecnología y Biología Sintética de la Universidad de Valencia. Su grupo de investigación ha aislado una bacteria del grupo Pseudomonas de los bosques de pinos de Teruel y ha descubierto que es capaz de degradar el látex.
En este caso, la biorremediación -así se llama el uso uso de microorganismos para descontaminar ambientes- es aún una promesa ya que la velocidad a la que descomponen el plástico es muy lenta. “Es posible que se tengan que modificar genéticamente estos microorganismos para que aumentar su ritmo de degradación”, apunta Porcar.
Bacterias hasta en la sopa
Cuando pensamos en el término biodiversidad nos vienen a la mente los documentales de animales, pero de las tres grandes ramas que conforman el árbol de la vida, bacterias, arqueas y eucariotas, las dos primeras son exclusivamente microbianas, “y la tercera es también invisible al ojo humano en su mayoría”, explica el Carles Pedrós-Alió a la bióloga Marta Palomo, en un interesante reportaje de SINC sobre el dominio invisible de las bacterias.
Tal es el número de especies microbianas, que Manuel Porcar lo califica como inimaginable. Este investigador ha calculado que si conociéramos todas las especies que se estima que existen, imprimiéramos una descripción sucinta del genoma de cada una en una hoja de papel e hiciéramos una montañita con ellas, la pila que se formaría tendría una altura de un cuarto de la distancia de la Tierra a la Luna. “Es muy probable que nunca tengamos suficientes ordenadores en el planeta para gestionar toda esa información”, señala.
Y es que hay bacterias que se alimentan de rocas, que viven del aire, que se instalan sobre las barras de uranio de las centrales nucleares, que se sienten cómodas en agua hirviendo, en las fosas abisales oceánicas o en las capas más altas de la estratosfera. Hasta existe alguna bacteria que resisten en el vacío espacial.
Además de generar los depósitos de petróleo, hierro, oro o plata que hoy explotamos, estos microorganismos fueron los responsables del primer y más brutal cambio climático conocido. “Cuando las cianobacterias inventaron la fotosíntesis y empezaron a producir oxígeno cambiaron la atmósfera del planeta colmándola de este gas tan tóxico –expone Pedrós-Alió–. Los seres vivos del momento tuvieron que esconderse en rincones anaeróbicos, adaptarse o morir”.
nos ganan en todo
Un estudio teórico del microbiólogo Jack Gilbert, de la Universidad de Chicago, reflexiona sobre las repercusiones que tendría el hecho de que, de pronto, desaparecieran las bacterias. “Los seres humanos no nos enteraríamos hasta al cabo de unos pocos días, y aunque la calidad de vida de este planeta se volvería insoportablemente mala, la vida como tal perduraría –escribe–. Eso sí, si tal y como deberíamos, consideramos a mitocondrias y cloroplastos como bacterias (son las fábricas de energía de las células complejas de animales y plantas), el impacto sería inmediato. La mayoría de eucariotas morirían en un minuto”, detalla en su artículo.
“Hace apenas 300 años que descubrimos que existían estos microorganismos y aún menos que conocemos algunas de sus capacidades –argumenta Pedrós-Alió–. De momento, si algo está claro es que las bacterias nos ganan en todos los aspectos, excepto en que no tienen un cerebro como el nuestro”.
Fuente: Agencia SINC
Imagen: Conan el Bárbaro (2011)
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