Balthus. Thérèse, 1938
Considerado uno de los grandes maestros del arte del siglo XX, Balthus es sin duda también uno de los pintores más singulares de su tiempo. Su obra, diversa y ambigua y tan admirada como rechazada, se puede disfrutar en la exposición que abre sus puertas en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el próximo 26 de mayo.
La exposición, primera monográfica que se presenta en España en más de veinte años, reúne 47 obras, en su mayoría pinturas de gran formato, que cubren todas las etapas de su carrera desde la década de 1920. La selección incluye algunas de sus obras más importantes como La calle (1933), que se verá en España por primera vez, La toilette de Cathy (1933), Los hermanos Blanchard (1937), Los buenos tiempos (1944-1946), Thérèse y Thérèse soñando, ambas de 1938 y magníficos ejemplos de sus polémicos retratos de jóvenes adolescentes, y La partida de naipes (19481950), del propio Museo Thyssen y la única obra maestra de Balthus en nuestro país.
balthus, un pintor postmoderno
Balthus siguió un camino contrario al desarrollo de las vanguardias y sus influencias hay que buscarlas en la tradición histórico-artística, de Piero della Francesca a Caravaggio, Poussin, Géricault o Courbet. En su desapego de la modernidad -aunque entre sus influencias también se encuentren las ilustraciones populares de libros infantiles del siglo XIX, como Alicia en el País de las Maravillas– Balthus desarrolló un estilo figurativo personal y único, alejado de cualquier etiqueta.
Su particular lenguaje pictórico, de formas contundentes y contornos muy delimitados, combina los procedimientos de los maestros antiguos con determinados aspectos del surrealismo, y sus imágenes encarnan una gran cantidad de contradicciones, mezclando tranquilidad con tensión extrema, sueño y misterio con realidad, o erotismo con inocencia.
En sus escenas urbanas y en sus interiores, pero también en sus paisajes y naturalezas muertas, el espacio pictórico se convierte en escenográfico, invitando al espectador a formar parte de él, mientras que el tiempo parece detenerse.
un provocador que sueña con la inocencia infantil
Balthus buscaba provocar. A primera vista, sus pinturas parecen convencionales, de un clasicismo casi académico, pero no lo son, y subyace en ellas una visión psicológica mucho más compleja. El mundo se presenta como un escenario en el que los sueños se entrelazan con la vida cotidiana.
Son imágenes perturbadoras, ambiguas, pueden fascinar o producir rechazo o extrañeza, pero en ningún caso indiferencia. Sus cuadros narrativos son auténticos dramas psicológicos teatralizados, escenas íntimas o tragedias domésticas que se representan una y otra vez ante la mirada del espectador. La escasa profundidad del espacio pictórico, la paleta restringida y dramática, el exagerado sentimiento de lo clásico, sus figuras sugerentes, llamativas, el erotismo velado o latente, la violencia implícita, el tiempo detenido… todo contribuye a crear esa atmósfera de misterio.
El sueño de una inocencia mítica e inalcanzable está latente en muchas de sus pinturas, así como una ambigua visión del paso de la niñez a la edad a adulta, sobre todo con respecto a la sexualidad y a la creciente conciencia del propio cuerpo.
Balthus consideró “la búsqueda de la infancia, de su encanto y sus secretos” una parte esencial de su trabajo, y el motivo del juego infantil o la inspiración en cuentos populares como Pedro Melenas, de Heinrich Hoffmann, o Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, como encarnación de un tiempo mágico, evolucionaron hasta convertirse en fuente principal de inspiración y leitmotiv de su pintura.