Aires acondicionados, televisores, smartphones y ordenadores. Pero también auriculares, ventiladores o impresoras. Todos ellos engordan la e-waste o basura electrónica. En 2019 se produjeron 53,6 millones de toneladas de desechos tecnológicos en todo el mundo. Una cifra nunca antes alcanzada, y que se traduce en 7,3 kilogramos por habitante del planeta. En concreto, los ciudadanos europeos llegamos a los 16,2 kilos por persona. El problema es grave y creciente, pero bastante ignorado, ya que en los últimos cinco años se ha registrado un aumento del 21%.
Este es el escenario reflejado en la tercera edición del informe Global E-Waste Monitor de la Universidad de las Naciones Unidas y la International Solid Waste Association (ISWA). La cantidad total de basura electrónica, señalan los investigadores, rondará los 74 millones de toneladas en 2030. La tasa de aumento es especialmente preocupante cuando se combina con otros factores. De hecho, estos desechos están creciendo tres veces más rápido que la población del planeta. Y un 13% más velozmente que el PIB mundial registrado entre 2015 y 2020, como explica Antonis Mavropoulos, presidente de la ISWA, a la agencia Inter Press Service.
La verdadera paradoja es que estos productos, si se recuperaran en lugar de desecharlos, valdrían 57.000 millones de dólares. Pero el informe señala que solo el 17,4% se recicló en el último año. La basura electrónica se compone principalmente de materiales como plásticos y silicio, pero también contiene grandes cantidades de cobre, oro, plata y otros metales preciosos. La falta de un tratamiento adecuado es perjudicial para el medioambiente debido a la liberación de CO2. Además de ser tóxico para la salud por el contenido de compuestos, como el mercurio, que puede dañar el cerebro y el sistema nervioso.
La basura electrónica, un problema creado en el primer mundo
Los autores del informe estiman que en los países con ingresos más altos (por ejemplo, Estados Unidos), el 8% de la basura electrónica se tira a los contenedores comunes. De esta forma, los residuos tecnológicos terminan en vertederos o incineradores. Esto también explica en parte por qué cada año se registran unas 50 toneladas de mercurio procedentes de viejas pantallas, circuitos y bombillas fluorescentes y de ahorro energético
Europa, por su parte, obtiene dos récords contrastantes. Por un lado, ocupa el primer lugar por la cantidad de basura electrónica producida. Por el otro, también luce la mayor eficacia en los procesos de recogida y reciclaje de residuos tecnológicos.
Del mismo análisis también se desprende que las materias primas contenidas en los desechos electrónicos de los 39 países analizados de la Europa continental valdrían casi 13.000 millones de dólares. Además, se habla de una posible liberación en la atmósfera de 12,7 toneladas de CO2.
En cuanto a los sistemas de gestión de residuos electrónicos, el estudio afirma que en los países de la Unión Europea estos están «bien desarrollados». Especialmente como consecuencia de las regulaciones introducidas por la UE en 2003. Por este motivo, según los datos de 2017, «las estadísticas muestran que el 59% de la basura electrónica generada en el norte de Europa, y el 54% de la de Europa Occidental, están documentados como reciclados formalmente». En 2019, los países del sur, Italia, España y Grecia, alcanzaron el peor resultado, con una cantidad de entre 15 y 20 kilos per cápita de basura electrónica.
¿Dónde acaban y cómo limitar esos desechos?
Los países más ricos producen más basura electrónica, pero también están mejor equipados para eliminarla. En contraste, en los últimos años hemos asistido al nacimiento de enormes vertederos internacionales en África, donde acaban los desechos tecnológicos de todo el mundo. Es el caso del vertedero de Agbogbloshie, en las afueras de Accra, la capital de Ghana. Las nubes tóxicas envenenan el aire y el lugar está considerado entre los diez más contaminados del mundo. Dado que la exportación de desechos electrónicos es ilegal, según establece el Convenio de Basilea, los que provienen de Europa a menudo se clasifican ficticiamente como reutilizables. El material ilegal generalmente se empaqueta en automóviles que se exportan para su reutilización en África.
«El número de países que han adoptado una política, legislación o reglamentación nacional sobre la basura electrónica ha pasado de 61 a 78 entre 2014 y 2019. En muchas regiones, sin embargo, el progreso normativo es lento, la aplicación es baja y la recolección y gestión adecuadas de los e-waste es deficiente ”, escriben los investigadores del informe Global E-Waste Monitor. Revertir esta tendencia dañina es posible, según los autores, a través de un modelo basado en la economía circular. Necesitamos una cadena de suministro altamente organizada y localmente especializada en la regeneración de estos materiales.
En particular, para los investigadores, las actividades de recolección por sí solas ya no son suficientes. Incluso en el caso de proceder a través de minoristas, puntos municipales y servicios de recolección a domicilio. Por ello, todos deben hacer su parte, siguiendo las pautas locales y respetando las normas y recomendaciones, fomentando el reciclaje. Hay que evitar las reparaciones y recuperaciones por cuenta propia -como ocurre en los países en vías de desarrollo- y, sobre todo, impedir que los niños entren en contacto con este tipo de residuos.
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Imágenes | Papa Annur / Shutterstock (portada), Vilmar Simion/Unsplash
Es preocupante la situación , es necesario educar a las personas sobre el reciclaje electrónico. Muchas personas resguardan aparatos que no utiliza o los desechan.