«El mundo tiene que dejar de invertir en combustibles fósiles». «El carbón, el petróleo y el gas que quedan deben permanecer bajo tierra«. «Los países no pueden seguir instalando capacidad de producción energética mediante combustibles fósiles».
Estas tres frases no están sacadas de ningún manifiesto ecologista radical. Ni de las ideas de un idealista revolucionario. Forman parte, respectivamente, de un informe de la Agencia Internacional de la Energía, un estudio reciente del University College London publicado en ‘Nature’ y el último informe del IPCC, el panel intergubernamental de expertos en cambio climático.
La ciencia lo tiene claro. Si queremos mantener el sobrecalentamiento de la Tierra dentro de unos límites no demasiado peligrosos, tenemos que olvidarnos de los combustibles fósiles. Sus emisiones de gases de efecto invernadero están poniendo en riesgo nuestro futuro.
¿Por qué no lo hacemos entonces? Abundan las razones económicas, culturales, sociales y políticas para justificar la inacción. Aunque hay una que las agrupa a todas y, quizá por ello, es la más difícil de solucionar: el bloqueo de carbono. La inercia por la que los sistemas energéticos basados en combustibles fósiles tienden a autoperpetuarse. A no ser que hagamos un gran esfuerzo por evitarlo.
¿Qué es el bloqueo de carbono?
Desde que se publicó el informe del IPCC el pasado 4 de abril, se han aprobado al menos siete proyectos de extracción de petróleo y gas. Entre ellos, destaca la inversión de más de 9000 millones de euros de ExxonMobil en el yacimiento petrolífero marino de Guyana. Cuando las plataformas de extracción de esta compañía norteamericana entren en funcionamiento, podrán operar sin problema durante al menos 30 años.
Esta es la primera clave del bloque de carbono. Las inversiones en este tipo de infraestructuras se planifican teniendo en cuenta su tiempo de retorno. Tal como señalan desde el Stockholm Environment Institute de Suecia, retirar los activos de combustibles fósiles antes de que terminen sus vidas útiles acaba desperdiciando capital y creando activos varados. Esto sucede, además, en todas las industrias.
Según los datos del World Resource Institute, una planta térmica de carbón tiene una vida útil de 45 años. Eso quiere decir que todas las que se construyeron a principio de siglo siguen teniendo mucho margen por delante. Una fábrica de acero, que necesita carbón, suele durar al menos 40 años. La vida media de un barco de mercancías es de 30 años y la de un edificio, de 80. Todas implican grandes inversiones para construir sistemas dependientes de los combustibles fósiles. Es decir, aquellos que generan emisiones de gases de efecto invernadero a largo plazo y comprometen la capacidad de actuar contra el cambio climático.
El bloqueo de carbono no aparece solo en las grandes industrias contaminantes. Según el Stockholm Environment Institute, al construir nuestro sistema energético fósil en el pasado hemos creado una serie de instituciones y comportamientos sociales que lo apoyan. Hemos construido millones de kilómetros de carreteras para los coches. Empresas y departamentos administrativos dedicados por completo a la extracción de combustibles para mover esos vehículos. Y cada ciudadano ha invertido en uno o varios automóviles, además de generarse toda una cultura centrada en el transporte privado e individual.
¿Es posible romper la inercia de carbono?
Hoy por hoy, todas las tecnologías energéticas tienen huella de carbono. Incluso las renovables, aunque esta varía en gran medida. Según el World Resource Institute, la vida útil de una central de ciclo combinado de gas es de 30 años, durante los cuales emitirá 490 gramos de CO? equivalente por cada kilovatio hora de energía producido (kWh). Mientras, un parque eólico se mantendrá operativo durante al menos 20 años, generando 11 gramos de CO? equivalente por cada kWh. Es una huella similar a la de una central nuclear, que además extiende su vida útil a los 50 años (aunque necesita entre 10 y 15 para estar operativa desde que se pone la primera piedra).
Con estos datos en la mano es fácil ver que todas las tecnologías nos llevan a un cierto bloqueo de carbono, pero no todas lo hacen por igual. Así, el primer paso para romper este ‘atasco’ actual es abandonar las nuevas inversiones y desarrollos en infraestructuras que impliquen muchas emisiones. Además, en muchos casos, las alternativas renovables son más fáciles de implementar y baratas. Según la agencia internacional de las energías renovables IRENA, las nuevas instalaciones de eólica y solar son más baratas que las de cualquier combustible fósil.
Es cierto que todavía existen barreras tecnológicas en algunos sectores. Por ejemplo, la aviación y el transporte marítimo de mercancías todavía no disponen de alternativas limpias y seguras. Aun así, tal como señalan desde el Stockholm Environment Institute, es una cuestión de priorizar. Dejar de invertir en centrales de carbón y gas tendrá un efecto inmediato en las emisiones y poco impacto económico. De esta manera, podríamos disponer de cierto margen de tiempo para descarbonizar sectores más complicados.
Otro paso importante para romper este bloqueo es político y social. Según la institución sueca, es necesario dejar de subvencionar los combustibles fósiles y tomar decisiones políticas que favorezcan el uso de otras energías. Por ejemplo, señala, se podría obstaculizar la instalación de calderas de gasoil o gas natural en las viviendas y favorecer la compra de sistemas eléctricos eficientes, como la aerotermia. Además, la acción política también puede fomentar nuevos comportamientos sociales y apoyar la inversión en la investigación y el desarrollo de alternativas.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a cero en 2050. Ese es el objetivo si queremos que la temperatura media del planeta no suba por encima de los 1,5?°C respecto a niveles preindustriales. Si deseamos tener opciones de que el cambio climático no se nos vaya de las manos. Para ello, el último informe del IPCC es claro: las emisiones deben alcanzar un máximo en 2025 y descender deprisa en las siguientes dos décadas. Cualquier inversión hoy en combustibles fósiles o infraestructuras intensivas en carbono reduce las probabilidades de lograrlo.
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