Faltan mujeres y niñas en el mundo de la tecnología. En España y en otros muchos países. Pero hay historias que demuestran que la brecha de género se puede corregir. Como la de Lucía, la única chica de la clase en el grado medio de Informática de un centro de Formación Profesional (FP) de Madrid, y Celia, su profesora de montaje de ordenadores.
El informe ‘Mujeres y digitalización. De las brechas a los algoritmos’, publicado el año pasado por el Ministerio de Igualdad, pone números al grave problema de la brecha de género en el ámbito de la tecnología. Si en los estudios universitarios de Medicina y Biología las mujeres son mayoría, en carreras como Física y Matemáticas difícilmente pasan de un tercio de los matriculados. Y en carreras técnicas en esencia, como Telecomunicaciones e Informática, no superan siquiera el 20% del alumnado.
Yendo hacia atrás se descubre que esta brecha se empieza a gestar en la educación secundaria. Ellas suelen elegir los itinerarios de humanidades y ciencias sociales, mientras que ellos se inclinan en la mayoría de los casos por los de ciencia y tecnología.
Lo mismo pasa en la Formación Profesional. Según datos que aporta el informe del Ministerio de Igualdad, las chicas solo suponen el 10% de los inscritos en los ciclos medios y superiores de informática. La situación contrasta con la que se da en los estudios de FP relacionados con la sanidad, donde ellas acaparan tres de cada cuatro plazas.
La brecha de género lastra al país
Además, esta escasez de talento femenino en los estudios y carreras técnicas no es exclusiva de España. Y se observa también en otros países europeos y occidentales. Reducir esta brecha de género en ámbitos laborales con tanto déficit de profesionales como el tecnológico es fundamental para el desarrollo del país y de su economía y empresas.
Además, es clave para reducir el desempleo en un país como España, que tristemente exhibe desde hace muchos años un índice de paro récord en el contexto europeo. También hay quien dice que una tecnología desarrollada y conducida por mujeres tiende a ser más inclusiva y ética. Y es que en los algoritmos de inteligencia artificial la visión femenina puede ayudar a evitar sesgos como los de género, que, de tan asentados, son invisibles para muchos.
Para celebrar el día internacional de las niñas en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), en Nobbot hemos hablado con dos personas que han roto esquemas y estereotipos. Se trata de Celia Gómez, profesora de de montaje de ordenadores en un ciclo formativo de grado medio de Informática y Comunicaciones en el Instituto Juan de la Cierva de Madrid. Y de Lucía Arcos, que es su única alumna en dos grupos que suman más de 40 chavales.
Una vocación temprana
Lucía tiene ahora 17 años, pero dio con su vocación muy pronto. “En cuarto y quinto de Primaria descubrí que la informática y la electrónica se me daban bien. Además, hice amigos en esas clases”, nos cuenta en el taller de montaje del instituto, donde se amontonan los ordenadores que todas las semanas son destripados y vueltos a armar por ella y sus compañeros.
Además, explica que su padre es electricista y también se formó en un grado medio de FP, y que tiene primos que se han dedicado a la informática y a los que “les ha ido bien”. “Mi padre me ha apoyado siempre”, recalca Lucía.
La joven reconoce que cuando se decidió a estudiar este ciclo ya sabía que iba a tener pocas compañeras de estudio, pero, aun así, siguió adelante. “Eso no me preocupaba porque ya me había hecho a la idea. Es lo que hay. Había que asumirlo”, dice quitándole importancia.
“Nos llevamos muy bien. Somos como una piña”
Ahora, en horario vespertino, Lucía aprende a montar y desmontar equipos de sobremesa, pero también ofimática y nociones sobre sistemas operativos y redes locales. E insiste en decir que ser la única chica no es en absoluto un problema a la hora de estar en clase: “Nos llevamos muy bien. Somos como una piña. Es todo muy normal”.
Esta estudiante cree que la informática es “una buena alternativa laboral” y, además, está convencida de que es “el futuro de la sociedad”. Reconoce, en todo caso, que no piensa demasiado en lo que está por venir. Eso sí, dice que tendrá que abordar la programación. “A mí me gustan mucho los videojuegos y me gustaría ayudar a crear alguno o al testeo”, comenta.
Sobre su carrera profesional tampoco piensa mucho ahora mismo, pero entiende que, en un entorno laboral donde predominan el teletrabajo y las tecnologías, va a haber oportunidades para ella. Y, por último, anima a otras niñas y jóvenes a entrar en estudios técnicos y a que dejen a un lado sus miedos y que piensen que las van a tratar como a uno más.
Cuando las letras no son lo tuyo
La carrera de Celia Gómez, la profesora de montaje de Lucía, también va a contracorriente y es otro ejemplo más de que la brecha de género se puede revertir. Reconoce que en el colegio todo lo que tenía que ver con las letras le costaba mucho. “Redactar bien y memorizar no se me daban bien. Al contrario que las matemáticas, la física o la química, donde siempre estaba más suelta”.
Y por eso acabó estudiando Ingeniería Informática en la Universidad Complutense, en Madrid. Cuando acabó la carrera pasó unos años en consultoras de tecnología, en proyectos para la banca. Pero siempre le atrajo la docencia. Era algo que había mamado en casa, puesto que sus padres eran dos entusiastas profesores de francés en Secundaria.
Celia reconoce, algo apenada, que Lucía se ha quedado como su única alumna, después de que otra niña abandonara el curso. Y mantiene la teoría de que la falta de niñas y jóvenes en sus aulas tiene su origen en la más tierna infancia, “cuando a ellas se les da una muñeca y a ellos un camión”.
Hay motivos para la esperanza
Aunque ve motivos para la esperanza y dice que las cosas empiezan a cambiar. Por ejemplo, en el instituto donde trabaja los fines de semana se organizan talleres TIC para alumnos con altas capacidades. Y en general acuden a ellos más niñas que niños.
También habla de la proliferación de clases extraescolares de robótica y programación, que hace unos años no existían y que comparten horario con clásicos como el fútbol, el baloncesto y el ajedrez. “Son actividades que, si se hacen como un juego, resultan muy interesantes. Y, además, establecen en la cabecita de niños y niñas una forma de pensar lógica”.
Yendo más allá, para que realmente cale en la educación básica la tecnología y, sobre todo, la programación, Celia cree que hay que incluirla en el currículum desde la Primaria. “Se puede enseñar robótica y programación a todas las edades”, proclama.
Esta profesora, que habla en sus clases de fuentes de alimentación, tipos de refrigeración y de la estructura interna de un microprocesador, se queja de que en las empresas tecnológicas por las que pasó se encontró con muchas actitudes claramente machistas. Y defiende que las mujeres podrían dar a este sector “más empatía”.
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