Un compañero de trabajo que no deja de interrumpirnos. Una mascota que ladra o maúlla a todas horas. Un hijo que no deja de preguntar cosas las 24 horas al día. ¿Suena estresante? Nada que ver con nuestro smartphone.
Hace años ya que el móvil es el principal dispositivo de acceso a internet en España. El 90% de internautas lo usa. Es más, según la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), solo un 14% de la población nunca envía o recibe WhatsApps. El resto ha aceptado incorporar la tecnología en su vida, con sus muchas ventajas. Pero también con sus problemas.
La red se ha convertido en un flujo constante de mensajes, alertas y actualizaciones. Directo a nuestro bolsillo. Diseñado para absorber nuestra atención. Una cascada de información que, si la dejamos, no respeta ni horarios de trabajo ni espacios privados. Ni siquiera el sueño. Y, claro, eso puede llegar a generar agobio y ansiedad. El tecnoestrés es real, pero quizá el problema no esté tanto en la tecnología, sino en nuestra habilidad para lidiar con ella.
Tecnoestrés, un trastorno del siglo XX
Inmersos en una espiral de actualizaciones e inmediatez, a veces olvidamos que nuestros problemas no son exclusivos de nuestro tiempo. La primera definición de tecnoestrés se publicó en 1984 (el año real, no la novela distópica). En el libro ‘Technostress: The Human Cost of the Computer Revolution’, el psiquiatra estadounidense Craig Brod lo define como “una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable”.
Cambiemos ordenador por smartphone, smartwatch y redes sociales y ya tenemos una explicación de la segunda década del siglo XXI. El tecnoestrés, además, se manifiesta tanto en las personas que tienen problemas para usar la tecnología como en aquellos que confían ciegamente en ella y la utilizan constantemente. Sea como sea, tal como señalan desde King University, afecta a la forma en que vivimos, trabajamos y nos divertimos.
Entre los efectos del tecnoestrés, recogidos en el paper ‘The Technostress: definition, symptoms and risk prevention’ de Marta Chiappetta, investigadora del departamento de salud pública de la universidad La Sapienza de Roma, tenemos desde trastornos cardiovasculares y gastrointestinales hasta insomnio, dolor de cabeza y dermatitis. Sin olvidar consecuencias psicológicas como la irritabilidad, la apatía e incluso la depresión. Vamos, como cualquier situación de estrés. Solo que causada por el torrente de información que ha irrumpido en nuestra vida.
¿Quién dijo estrés? quiero más
El estrés es una respuesta biológica del organismo humano y de muchas otras especies. Ante una situación amenazante o de demanda exagerada, el cuerpo activa los mecanismos necesarios para sobrevivir. Si esta situación se mantiene durante demasiado tiempo o es demasiado intensa, genera todos los efectos negativos citados anteriormente. Y las notificaciones no dejan de llegar.
El flujo constante de información que reciben nuestros smartphones puede generar en el organismo una respuesta de estrés. Con el problema añadido de que las redes sociales y muchas otras plataformas online están diseñadas para atrapar nuestra atención y acaparar una gran parte de nuestro tiempo. Consecuencia: nos estresan y volvemos a por más.
En el paper ‘Explaining the link between technostress and technology addiction for social networking sites’, publicado el pasado mes de agosto, investigadores de las universidades de Lancaster, Bamberg y Núremberg arrojan algo más de luz sobre esta situación. Las redes nos estresan y, buscando una distracción que nos alivie de ese estrés, acabamos en el mismo lugar, concluyen.
De acuerdo con el estudio, las personas (444 usuarios de Facebook alemanes) adoptaban dos estrategias muy diferentes para lidiar con el estrés. Un grupo elegía distanciarse del origen del problema saliendo a la calle, practicando deporte o pasando tiempo en familia. Pero el resto se distraía regresando de forma compulsiva y, en ocasiones, adictiva, a las redes sociales.
Los investigadores señalan que las plataformas sociales tienen muchos usos. Así que podemos, por ejemplo, desconectar del estrés que nos generan los posts de nuestros amigos leyendo las noticias o jugando. Todo sin salir de la plataforma y sin abandonar el smartphone. Esto nos lleva a entrar en un bucle casi infinito de consultar actualizaciones y revisar timelines. Reconozcámoslo, quien más quien menos ha estado ahí.
Son, como decía Homer Simpson, causa y a la vez solución de todos nuestros problemas (aunque él se refería al alcohol). Desencadenan el trastorno y en ellas buscamos una solución que no hace sino incrementar el problema.
Cómo lidiar con el tecnoestrés
Como con todo comportamiento poco sano, el primer paso es darse cuenta de que existe el problema. De que algo que hacemos nos está perjudicando más que ayudando. Una vez que hemos decidido pasar a la acción, existen una serie de medidas que nos pueden ayudar a rebajar el tecnoestrés y depender menos de las redes sociales. Aquí vamos con algunas de ellas.
- Desactivar las notificaciones. Si alguien llama, mejor escucharlo. Vale. Pero, ¿necesitamos conocer todas las actualizaciones de Twitter e Instagram? ¿Para qué queremos saber los filtros que Google Fotos ha decidido aplicar a nuestras últimas imágenes? Todas las aplicaciones vienen por defecto con las notificaciones activadas. Alertas en nuestra pantalla de bloqueo o sonidos que nos reclaman, nos sacan de lo que estamos haciendo para pasar a hacer algo que las apps quieren. Aquí explicamos cómo desactivarlas.
- Dormir lejos del móvil. El bucle infinito de consumo de redes sociales es especialmente prolongado en dos momentos. Antes de dormir y nada más despertarnos. Dejar el móvil en otra habitación es la mejor solución para que el smartphone no perturbe el sueño ni acapare los primeros 20 minutos de nuestro día.
- Decidir cómo podemos ser contactados. Que todo el mundo conozca nuestra información de contacto al completo puede ser positivo. Pero también implica que cualquiera siempre sepa cómo encontrarnos. Aunque sea un compañero de trabajo a las 11 de la noche con una duda que puede esperar al día siguiente. Dejar claros los canales de contacto a los demás puede reducir mucho el tiempo frente a la pantalla móvil.
- Cuestionar la presencia en redes sociales y la utilidad de sus aplicaciones. Este es un paso más radical. Pero, ¿hasta qué punto es necesario estar en todas las redes? Y, si es así, ¿en qué nos beneficia tener las apps en nuestro smartphone? El simple gesto de desinstalar las aplicaciones sociales y solo consultar las redes desde otro dispositivo menos presente en nuestra vida contribuye a reducir el uso del móvil.
- Reflexionar sobre usos alternativos. Muchos de los usos que le damos al smartphone pueden ser sustituidos por otras herramientas. Podemos utilizar otros dispositivos para entretenernos, por ejemplo. O utilizar un reloj para despertarnos. ¿Y si recuperamos el placer de hacer listas en hojas de papel y escribir en libretas?
No es que usar las herramientas móviles para cualquier de los objetivos descritos sea negativo en sí mismo. Pero coger el móvil, sea para lo que sea, pone en marcha el bucle. Twitter, Facebook, mail, WhatsApp, Instagram… Y ha pasado media hora. Y nos estresamos y entramos a por más.
En Nobbot | Las redes sociales ya no son lo que eran o, quizás, nunca fueron lo que creíamos
Imágenes | Unsplash/ Aarón Blanco Tejedor, Kevin Ku, Nik Shuliahin, Boudewijn Huysmans