Si asumimos que la ficción es diferente de la realidad –cuestión crítica en tiempos de posverdades– , la utilización de la fórmula “basado en hechos reales” en un producto que surge de la creación artística como la serie Chernóbil, es, cuanto menos, engañosa.
Muchas series están adoptando la apariencia de documental, como es el caso de Chernóbil (HBO, 2019), en la que se evidencia la búsqueda de una confusión sistemática entre ficción y documento hasta el punto de que la serie se presenta de la siguiente manera: ‘Basado en una historia real no contada’.
Chernóbil es ficción, aunque lo disimule
“Aun siendo una ficción, Chernóbil se consume, en muchos aspectos, como un documental. Probablemente, cuando la gente la ve cree que está conociendo la verdad sobre lo que ocurrió, cuando, en realidad, estamos ante una historia extremadamente convencional en términos narrativos y con un limitado valor en términos de comprensión histórica”, comenta Pilar Carrera, profesora del Departamento de Comunicación de la UC3M.
Esta investigadora, autora del libro “Basado en hechos reales: mitologías mediáticas e imaginario digital”, editado por Cátedra +Media, opina que “al utilizar la fórmula ‘basado en hechos reales’, lo que se pretende es que el espectador crea que esa ficción es fiel a la realidad y deje de preguntarse por la lógica que implica el propio relato”.
El relato ficticio que se dice “basado en hechos reales” avala con el efecto de verdad documental (“verdad fáctica”) el discurso sobre valores característico de la ficción, se apunta en el libro. Y todo ello sin asumir las responsabilidades o potenciales sanciones que conlleva la asunción del decir verdadero en términos documentales o informativos: el ‘basado’ o el ‘inspirado’ introducen ese matiz que presupone la posibilidad de inexactitud o un margen para la ‘libre interpretación’ y el “error”. Se insinúa, en suma, que algo es verdad y, al mismo tiempo que, de no serlo, no pasa nada, ya que, en último término, se trata de una ficción.
Los efectos ideológicos y políticos de este tipo de relato histórico ficticio no deben de subestimarse, según el ensayo, por su capacidad para dar forma al imaginario social. “La ficción, y especialmente la ficción serial, a la que gran parte de la población dedica un tiempo que, directamente, impide o merma sustancialmente el consumo de otro tipo de relatos, es muy poderosa generando adhesión emocional y, como consecuencia, adhesión a la tesis que subyace a la interpretación de los acontecimientos que se acomete y que se pretende disimular apelando a los ‘hechos reales’”, concluye el libro.
sociedad sin espectáculo
Curiosamente, la cultura de la desinformación es uno de los marcos más retratados en la serie Chernóbil. El enorme aparato político y mediático de la Unión Soviética se empeñó en negar el desastre y en minimizar la importancia de sus fatales consecuencias, a pesar de las advertencias de los expertos en la materia. Según la serie, el gobierno de Gorvachov no quiso ensuciar la imagen del país hasta que se impuso el peso de los hechos.
El éxito de esta ficción ha hecho que, en los últimos meses se haya disparado el número de turistas en la zona que, en la actualidad, se encuentra asolada por un gran incendio que amenaza con diseminar residuos nucleares. En agosto había alcanzado los 75.000 visitantes atraídos por el turismo extremo y la serie de televisión.
En el libro “Basado en hechos reales” se analizan otras cuestiones que se enmarcan en lo que la autora denomina “sociedad sin espectáculo”. En este contexto, se abordan temas como la emergencia del fake, la posverdad, las relaciones entre discurso y acción, además de otros aspectos como las relaciones entre fotografía y política, los discursos dominantes sobre Europa o la maternidad. Su objetivo, en última instancia, es poner en escena, desde distintos ángulos y temáticas, la lógica sobre la que se forja el imaginario digital y sus implicaciones para el individuo-ciudadano y el funcionamiento de la democracia.