La ‘fábrica del mundo’ ya no es la del ‘todo a cien’. Desde hace años, prioriza el desarrollo tecnológico y la innovación y se sitúa a la cabeza en inversión en I+D a nivel mundial.
La reciente decisión de Google de romper su relación comercial con Huawei ha vuelto a poner al gigante asiático en el punto de mira. La atención internacional sopesa las consecuencias de su posición en el mercado tecnológico y cuestiona, de nuevo, su estrategia productiva. Analizamos cómo se ha convertido China en la potencia mundial en innovación que es hoy en día.
La transformación de un modelo productivo
Durante los últimos años, la economía de China ha pasado de centrarse en una industria basada en la mano de obra barata a un modelo que prioriza el desarrollo tecnológico y el aumento de una clase media. Según ICEX España Exportación e Inversiones, 2012 fue un año de inflexión. Marca el momento en el que el sector terciario superó en importancia al secundario. Se consolidaba, ya a principios de esta década, un sistema que cambiaba totalmente el anterior.
Las empresas centradas en actividades de poco valor añadido empezaron a trasladarse a otros países asiáticos, como Bangladés o Vietnam. Y a China comenzaron a llegar inversores de todo el mundo, atraídos por su extenso potencial. El país asiático cuenta, según datos recopilados por ICEX, con una superficie de 9.596.560 km cuadrados y una población de 1.382 millones de personas. En otras palabras, gran cantidad de recursos, tanto materiales (el país acapara el 80% de la producción mundial de tierras raras, por ejemplo) como humanos (tanto mano de obra barata como personal cualificado).
Parte de la estrategia del gobierno chino fue dejar de copiar para empezar a crear. Y a innovar. Ya en 2013, fue el país que más patentes registró, superando las 600.000. Más del doble que Estados Unidos, el siguiente en la lista.
El gobierno fomentó la creación de un entorno de innovación, en el que jugaron un papel importante las universidades y las empresas privadas. Muchas de ellas, multinacionales que intentan vencer las barreras del proteccionismo e introducir sus productos en un creciente mercado interno.
‘Made in China 2025’
Diseñado por el presidente Xi Jinping, el proyecto ‘Made in China 2025’ es una hoja de ruta para asegurar el crecimiento de la industria y el desarrollo del país. En el sector de la tecnología ha dado ya grandes pasos. Según datos difundidos por El País, las start ups chinas reciben actualmente el doble de inversión de riesgo que las de toda Europa. El país es el que más patentes en ciencias de computación e inteligencia artificial genera y en él se gradúan, cada año, 30.000 doctores STEM (de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Cinco veces más que en Estados Unidos.
En este contexto y como parte del plan del gobierno, empieza a forjarse una clase media. Personas que ganan en poder adquisitivo y recursos y que disfrutan de los avances tecnológicos del país. Como resultado, muchos inversores internacionales centran sus esfuerzos en los BAXT (Baidu, Alibaba, Xiaomi y Tencent), a los que accede esta población y que ganan terreno acercándose en importancia a los GAFA estadounidenses (Google, Apple, Facebook y Amazon).
Según datos de COTEC, el país asiático aumentó en un 99% su inversión en I+D entre 2009 y 2015. El resultado va más allá de las marcas más conocidas en Europa, como Huawei o Xiaomi. Actualmente, la potencia asiática atrae a numerosas empresas de sectores que serán claves en un futuro cercano, como las smart cities, el big data o la inteligencia artificial.
Una ‘nueva guerra fría’
El éxito de China y el proceso de cambio que ha vivido en los últimos años no es totalmente nuevo. Japón y los cuatro dragones asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán) también experimentaron una rápida especialización de la industria que cambió su economía. En el caso de China, ha supuesto un encontronazo con el gobierno de Estados Unidos, al disputarse ambas potencias la supremacía tecnológica y el liderazgo en la implantación del 5G.
Esta situación viene marcada por algunas características del gigante asiático. En primer lugar, el hecho de que China cuenta con el 80% de la producción mundial de tierras raras. Un conjunto de elementos químicos imprescindibles para fabricar smartphones, cables de fibra óptica, ordenadores y un sinfín de aparatos electrónicos.
China se ha especializado en su extracción y ha conseguido, a costa de un gran impacto en el medio ambiente y un sistema con pocas medidas de seguridad, producirlas a muy bajo precio. Ha reducido, también, su exportación (otra forma de favorecer que empresas internacionales se asentasen en su territorio).
Cobra importancia también el proteccionismo. China favorece que las empresas extranjeras fabriquen y desarrollen allí sus productos, pero no siempre permite que los comercialicen. Tenemos así ejemplos como los de Google, Uber o Netflix, grandes compañías que no han conseguido asentarse en territorio chino.
En poco más de una década hemos dejado de ver a China como el fabricante número uno de baratijas y productos de baja calidad para empezar a considerarlo una de las principales potencias en innovación y desarrollo. Resultado de un plan que tiene como objetivo pasar del ‘made in China’ al ‘designed and produced in China’.
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