Año 20017, en un Imperio tocado y hundido, las últimas repúblicas rebeldes buscan su independencia. No se trata de Star Wars ni de un giro futurístico del procés. Este el escenario que dibuja, de partida, la saga de la Fundación de Isaac Asimov, un clásico de la ciencia ficción que esconde más respuestas sobre la humanidad y sus sociedades que sobre ciencia y tecnología. Hoy en día, asediados por nuestras disputas domésticas y grandes crisis internacionales que no obtienen toda la atención que se merecen, hacen falta respuestas. Por qué no, quizá estén en la ciencia ficción.
Dentro de 20.000 años, la humanidad no tendrá smartphones, ni sabrá lo que es Internet. Dentro de 200 siglos, viviremos repartidos por la Vía Láctea y habrá mundos más primitivos que nuestra Tierra actual. Tampoco habrá robots, aunque sí existirán los viajes interestelares y desarrollaremos una especie de telepatía. Cualquiera podría decir que Isaac Asimov se equivocó en su predicción. Y, aun así, hay algo en el futuro que dibuja la Fundación que lo hace irremediablemente humano.
La historia es cíclica
La saga de Asimov arranca en un Imperio Galáctico en desintegración, colapsado bajo el peso de su propia ineficiencia, asfixiado por la burocracia y la ausencia de democracia, encaminado al desastre por los caprichos de un nefasto emperador. Si por un momento eliminamos el escenario galáctico, ¿dónde se queda la (ciencia) ficción? Ninguna de estas futurísticas predicciones nos suena demasiado rara.
Mientras el Imperio se deshace, las sucesivas generaciones de emperadores miran hacia otro lado, sentadas en su trono en el planeta Trantor, la capital, el centro de todo. Trantor podía ser Roma o podía ser Washington o, por qué no, Madrid. En este último caso, Perú y Filipinas podrían ser los sistemas de la periferia que hace siglos que abandonaron el imperio y Cataluña, el mundo más próximo a Trantor, uno de los últimos atrapados en su órbita. Pero no abandonemos el resguardo de la ficción.
El escenario que dibuja Asimov, lejos de ser una predicción ultra-tecnológica del futuro, nos enseña, como reconoció Elon Musk en una entrevista con The Guardian, que la historia es cíclica. No importa lo lejos que creamos haber llegado en nuestra evolución, el Homo sapiens tiene una increíble capacidad para tropezar una y otra vez con la misma piedra. Es, precisamente, esta historia cíclica de las civilizaciones, el principal argumento de la psicohistoria, hilo conductor de la Fundación.
Quién dijo libre albedrío
En pleno declive del Imperio Galáctico, uno de sus científicos más reputados, Hari Seldon, asegura poder predecir el futuro de la especie. Mezclando estadística, historia y psicología desarrolla una nueva matemática que, aplicada a grandes grupos de personas (nunca a individuos), podría predecir los acontecimientos que estaban por venir.
La ciencia de Seldon solo funciona para poblaciones superiores a 75 billones de personas. Así que aún estamos a salvo de su determinismo. Y, sin embargo, plantea una serie de cuestiones interesantes. ¿Hasta qué punto influyen los actos de una sola persona en la historia del mundo? ¿Hasta qué punto nos damos cuenta de la inevitabilidad de determinadas decisiones? En el plan de Seldon una persona no tiene apenas valor para cambiar el curso de la historia, a no ser que esa persona sea el Mulo.
Donald Trump entra en escena
“Al igual que todos nosotros, Seldon estaba demasiado centrado en la sociedad en general e ignoró hasta qué punto una persona puede cambiar el curso de la historia. La ciencia y el progreso son incapaces de frenar a un demagogo con talento”, escribe el periodista británico Chris Taylor.
Se refiere al papel del Mulo, uno de los personajes más citados de la saga de Asimov. Esta especie de ser mutante se entromete en el camino dibujado por Seldon para impedir crear un mundo mejor, más avanzado y más justo. ¿Cómo? “Saca partido a la confusión de los demócratas. Y cuenta con un extraño poder: tiene la habilidad de implantar, en las mentes de los demás, emociones que le favorecen”.
Para Chris Taylor, el paralelismo está claro. Como con el Mulo, un personaje que exige absoluta lealtad a sus súbditos, se ceba con sus adversarios y está obsesionado con las mentes libres de la Galaxia, nuestro mundo se enfrenta a los poderes demagógicos del actual presidente de los Estados Unidos. Y Donald Trump no es el primero en la historia, ni será el último, en utilizar este tipo de artimañas para hacerse con el poder.
De vuelta al paraguas de la obra de Asimov, el universo de la Fundación deja la puerta abierta a no perder la esperanza, ya que el Mulo acaba sus días derrotado por la ciencia y el saber.
¿Qué nos depara el futuro?
“El Imperio Galáctico de Asimov suena muy parecido al Imperio Romano. Trantor, la capital del Imperio, aparece como una especie de hiperversión de Manhattan en la década de 1940. La Fundación en sí parece recapitular un poco de la historia estadounidense, pasando por la política de Boss Tweed y la plutocracia al estilo de Robber Baron; al final de la trilogía ha evolucionado hasta convertirse en algo parecido a los Estados Unidos de mediados del siglo XX”, señala el premio Nobel de economía Paul Krugman en la introducción a una reedición de la Fundación de 2012.
Krugman ve en la Fundación un relato futurista, sí, pero también cínico y cíclico, sobre la historia del ser humano. Villanos que no lo son tanto y héroes que terminan por convertirse en villanos, mundos perfectos y utopías que derivan en sistemas injustos y, quizá lo más agobiante, esa sensación de inevitabilidad constante. Pase lo que pase, la rueda volverá a girar, para bien de algunos y para mal de otros.
“Si solo cumplimos las reglas que suponemos justas y razonables, ninguna de ellas podrá sostenerse, pues siempre habrá alguien que las considerará injustas e ilógicas. Y si queremos favorecer nuestros intereses individuales, encontraremos alguna razón para creer que la norma que nos molesta no es justa ni razonable. Así, lo que empieza como una jugarreta astuta conduce a la anarquía y al caos, incluso para el autor de aquella, ya que tampoco el podrá sobrevivir al derrumbamiento de la sociedad”.
Terminamos con una reflexión de Bliss, personaje central del libro Fundación y Tierra, el quinto de la saga. Una reflexión llegada de un futuro en el que parece que muchas de las grandes dudas humanas siguen sin resolverse.
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Imágenes: Pixabay, Flickr
Desde que leo ciencia ficción, y de eso ya hace más de medio siglo, me gusta encontrar el paralelismo con lo que sucede cuando fue escrita dicha obra. Es poner en boca de otros seres y en tierras lejanas una sucesión de respuestasde las preguntas que nos hacemos los terrícolas.
Me ha gustado el enfoque del artículo.