Ni «de ciencias» ni «de letras», simplemente cultos

Juan Antonio Torrero Orange
El autor de este artículo, Juan Antonio Torrero, es Big Data Innovation Leader en Orange

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‘Aquí no entra nadie que no sepa geometría’

Inscripción en la puerta de la Academia de Platón

A raíz de un artículo de El País sobre la importancia que tendrán las que se consideran disciplinas de “letras” en el desarrollo de la tecnología de los próximos años, y leyendo las guerra abierta entre los lectores partidarios de las ciencias y de las humanidades, me he decidido a profundizar un poco más en la cuestión, intentando aclarar, o incluso hacer más confuso (el lector ya decidirá), lo que considero un acercamiento erróneo, pero no porque ambos bandos tengan o no razón, sino porque lleva a una reducción de lo que significa ser humano, y por tanto, un peligro de caer en extremismos y diferencias irreconciliables con desastrosas consecuencias.

He comenzado este texto con una frase que me sorprendió cuando la escuché en bachillerato: se dice que en la puerta de la Academia de Platón, la primera institución que puede ser considerada el germen de todas las demás instituciones de enseñanza, estaba inscrita esta frase, como aviso a todos los estudiantes que entraban por primera vez a escuchar las enseñanzas de Platón y sus discípulos. Cuando la volví a escuchar mucho tiempo después, ya había finalizado carreras de ciencias, y comenzaba una aventura, todavía no terminada, de conocimiento de la Filosofía. Me sorprendió porque alguien me había dicho, cuando tomé la decisión de iniciar esta aventura, que qué hacía estudiando una carrera de letras. La respuesta estaba en esta frase, y gracias a ella sabía que no me había confundido: quienquiera que desee comprender al hombre, a la naturaleza en su totalidad debe comprender todos los saberes humanistas: artes, ciencias y tecnología.

quienquiera que desee comprender al hombre, a la naturaleza en su totalidad debe comprender todos los saberes humanistas: artes, ciencias y tecnología

Los griegos los tenían claro. Desde los primeros filósofos presocráticos. Tales, Anaxágoras, Pitágoras, Parménides, Heráclito, se preocupaban por comprender la naturaleza, pero también por comprender al hombre sumergido en ella. No veían ninguna ruptura entre ellos, y se acercaban a los grandes misterios de una nueva forma, más crítica, sin apoyarse en las explicaciones dadas por las tradiciones, donde la única guía era la curiosidad provocada por el asombro. Este empuje continuó con Platón y Aristóteles, siendo éste último quién creo nuevas ciencias como la biología, física o la lógica.

Esta visión también llegó al Renacimiento, una época de resurgimiento que se basó, y no por casualidad, en una reinterpretación del mundo griego y romano. Genios como Leonardo da Vinci o Giordano Bruno, que unían de forma tan vital como extraordinaria artes y ciencia en una visión transformadora. Como Copérnico y Galileo, que abrían con su ciencia el camino hacia una nueva comprensión de la posición del hombre en el universo.

Y continuó en la era moderna con pensadores-científicos como Descartes (¿os suena el sistema cartesiano?), Leibniz y Newton (sí, también escribían sobre Teología y Filosofía, mientras creaban el cálculo diferencial y la Teoría de la Gravedad). Todo este empuje, como una ola inmensa condujo a la Ilustración. Y a una de las mayores obras del pensamiento hasta el momento: la Enciclopedia, un primer intento de reunir todo el conocimiento humano, todas las artes, todas las ciencias, todas las materias. Un esfuerzo inmenso, inaudito para la época en la que se planteó y se construyó. Una fuerza imparable que concluyó en Kant, con su estudio sobre la misma estructura de la razón humana, y con Hegel, con su sistema totalizador de la historia y la cultura producida por la Humanidad como evolución del Espíritu (al menos la europea, tengo que admitir) Todo había llegado a su cenit, todo estaba bien.

los filósofos de la sospecha derribaron a martillazos los cimientos de la seguridad humana

Hasta que, en el siglo XIX, aparecieron los filósofos de la “sospecha”. Con su filosofía “a martillazos” Nietzsche destrozó la razón moral matando a Dios. Marx desnudó la razón social, demostrando que las creaciones culturales eran producto y justificación de las relaciones económicas más básicas y no el gran resultado de la evolución del Espíritu Racional. Y finalmente, Freud, con el tiro de gracia. Nos habían quitado a Dios y al Estado, pero podíamos confiar en nosotros mismos como series racionales y coherentes, ¿no? Pues el inconsciente con su irracionalidad arrampló el andamio interno de la personalidad individual. Con sus cañonazos, derribaron los cimientos de la seguridad humana, y desde ese mismo momento, hasta el final de nuestros días, tenemos en lo más profundo de nosotros la inseguridad provocada por la duda en nuestras motivaciones para la acción, el pensamiento y la cooperación social.

De este escenario, solo parecía que había logrado salvarse la tecnociencia. Y así durante el siglo XIX, la Revolución Industrial provocó un avance notabilísimo en las ciencias positivas y en la ingeniería. Parecía que el progreso técnico no tenía límites, pero también es verdad que iba dejando cadáveres (metafóricos, pero también, lo que es más preocupante, reales). La Ciencia no estaba contaminada de la sospecha ya que sus verdades eran demostrables y se ajustaban a la Naturaleza, al Universo, unas entidades no humanas y. por lo tanto, no manchadas de la imprecisión del pensamiento propiamente humano Quizás aquí se produjo ese cisma: los científicos decidieron dedicarse a la Naturaleza, y por no complicarse la vida, no quisieron abordar las inexactas ciencias humanas.

tenemos en lo más profundo de nosotros la inseguridad provocada por la duda en nuestras motivaciones para la acción, el pensamiento y la cooperación social

Decían que sus resultados, su conocimiento era verdadero, no dependía del hombre y no debía rendir cuentas a ese ser sospechoso, impreciso e inexplicable (como si nosotros no fuéramos también naturaleza y pudiéramos separarnos en sujeto que estudia el objeto para poder conocerlo realmente). Las Humanidades reaccionaron, y expulsaron a la Ciencia y Tecnología del paraíso de la Cultura, ese mundo reservado a la élite, con la capacidad transformadora del alma humana, ahora ya no inmortal, pero sí deificada y demonizada al mismo tiempo.

Empezaron a recorrer sus caminos separados.

En el siglo XX, las artes engendraron a los mil hijos de los vanguardismos (siempre había un ismo que crear con la pretensión de ser el único definitivo), la filosofía y el pensamiento se enredaron con el lenguaje, ya que poco les había quedado después de las armas de destrucción masiva lanzadas por los tres jinetes de la sospecha, y, aun así, también lo enjaularon por peligroso y origen de todos los errores y malinterpretaciones, al considerarlo un instrumento creado también por el hombre.

Mientras tanto las Ciencias continuaron con su paso firme, a lomos de la mecánica newtoniana, seguras en sí mismas. Hasta que el barco empezó a hacer agua con Maxwell, Plank, Einstein, la Física Cuántica, Heisenberg, y Schrödinger. Su maldito gato encerrado en la nueva caja de Pandora que no queremos abrir, a la vez vivo y muerto, era un reflejo de la situación a la que nos sometían estos nuevos conocimientos: sabíamos y a la vez no sabíamos. Pero, de todos modos, sus cimientos, aunque nadie podía conocer su posición o movimiento exacto, eran más firmes y seguros que los de las casas de sus primos humanistas.

Los hombres de ciencia no quisieron levantar la mirada por vergüenza ante el horror de lo que habían creado TRAS EL DESASTRE NUCLEAR

Y llegó el boom (otra vez real y metafórico). Las bombas atómicas, desarrollados a partir de ese nuevo mundo fascinante e impoluto, evaporo el inocente alejamiento de la Ciencia Pura de la realidad humana. Ya se habían cometido otras atrocidades en nombre de la Ciencia, pero no de forma tan rápida y tan masiva con tan poco. Los hombres de ciencia no quisieron levantar la mirada por vergüenza ante el horror de lo que habían creado. Sufrieron la náusea por no haber sido capaces de comprender las implicaciones de sus actos, o peor aún, eran conscientes, pero vendieron su alma a la Ciencia más pura, a la que es capaz de separar sujeto y objeto, y pensar que el hombre ha desaparecido de la ecuación.

No es casualidad que poco tiempo después, en 1962 (aunque según su mismo autor la idea surgió en 1947), Thomas Kuhn publicara “La estructura de las revoluciones científicas”, donde presenta la ciencia con un enfoque social, histórico y (¡oh, dios mío!) cultural. Según Khun en cada momento histórico, todo el conocimiento científico se encuentra bajo el paraguas de un paradigma. Los científicos trabajan bajo este paraguas como si fuera un supuesto asumido no conscientemente, y buscan ampliarlo, no criticarlo.

De vez en cuando, a raíz de los múltiples problemas e inconsistencias que se van acumulándose las orillas del paradigma, surgen teorías e ideas que lo ponen en tela de juicio: al principio estas ideas son rechazadas, pero no porque no demuestren su validez, sino porque el paradigma existente es la visión más completa que existe en ese momento. Poco a poco, las nuevas ideas se van admitiendo, pero no sólo por razones lógicas sino también culturales, hasta que se produce la revolución científica y se crea un nuevo paradigma que sustituye al antiguo. Todo esto puede parecer muy raro, pero que se lo cuenten a Copérnico y Galileo, el ejemplo “paradigmático” de cambio de “paradigma”.

Paremos un momento.

En lo profundo del nuevo concepto de Ciencia, surge una idea transgresora. La Ciencia también está influida por la Cultura donde se desarrolla. E influye a su vez, en un camino de retorno sin fin, en la Cultura. Así que (“no, no lo digas” – murmuras) la Ciencia puede entenderse como Cultura. Más allá, es Cultura (sí, lo he dicho). Y de momento el único ser cultural que conocemos es el hombre, lo que nos lleva a que la Ciencia es una invención cultural del hombre. ¿Y quiénes estudian las manifestaciones inherentemente humanas? Las Ciencias Humanas. Así que las Ciencias Humanas deben estudiar la Ciencia. Y en cierto sentido la dualidad desaparece y volvemos a unir todas las Ciencias en un marco de comprensión global del hombre y de la naturaleza en la que se encuentra.

La Ciencia también está influida por la Cultura donde se desarrolla E influye, a su vez, en un camino de retorno sin fin, en la Cultura

Y ¿por qué no hay un Goya o un Oscar al mejor científico? ¿O por qué no invitan a las fiestas más »cool» a científicos e ingenieros? ¿O por qué uno es un inculto si no ha leído El Quijote, pero no lo es si no sabe hacer una derivada? Más o menos nos pegaban la chapa con las dos cosas en el mismo curso de bachillerato. Pero he escuchado más lo de “es que soy de letras” que la frase “es que soy de ciencias”. Podría decirse que las Matemáticas o las Físicas son difíciles de entender, pero ¿no es igual de difícil entender y disfrutar de “Cien años de Soledad” o de un cuadro abstracto o de Miles Davis en “A kind of Blue”? Así que no es cuestión de dificultad, sino cuestión de esfuerzo. Eso o dar a entender, cosa que no creo firmemente, que la gente que se dedica a las “ciencias” puede comprender las “letras” y al revés es imposible por falta de capacidad (veo varios miles de cuchillos volando hacia mí).

¿por qué uno es un inculto si no ha leído El Quijote, pero no lo es si no sabe hacer una derivada?

Dejemos disquisiciones con posibles consecuencias físicas, para indagar un poco más en el significado y sentido de “Cultura”, ya que al final hemos visto que nuestro verdadero conocimiento como sociedades (y como especie) se resume en este invento del hombre. Como sabemos, los seres vivos, en tanto que vivos, están sometidos a la evolución natural. Cada especie se ve lanzada a una carrera por subsistir a través de la lucha con otras especies, buscando la adaptación a los sistemas naturales en los que se desarrollan. Es un proceso lento, que lleva miles y millones de años, a través de mutaciones espontáneas y selección natural.

En este proceso surgió, en algún un momento, un ser que, según los cánones naturales, era débil físicamente, pero que tenía una habilidad intangible: una inteligencia superior a la del resto de seres con los que sobrevivía en este mundo. Esta inteligencia le hacía poder crear respuestas no automáticas guiadas por el instinto, lo que le permitía independizarse del momento y planificar con la mirada más allá del instante actual. Con esta inteligencia empezó a crear herramientas, físicas y mentales (el lenguaje, por ejemplo), para seguir avanzando y suplir sus deficiencias físicas. Poco a poco fue adaptándose a multitud de ambientes y territorios extendiéndose por todo el globo, como no podía hacerlo ningún otro animal, de forma rápida, sin tener que esperar a la evolución natural, tan lenta y con resultados tan inciertos.

Pero la inteligencia, aunque buena herramienta, no era lo suficientemente rápida. El hombre empezó a darse cuenta de que todo el conocimiento adquirido podía ser traspasado de generación en generación a través de un nuevo mecanismo: la Cultura. Poco a poco, el ser humano, empezó a construir un barco, con la escritura, las artes, el pensamiento, la ciencia, la técnica, el derecho, las estructuras sociales, que en un primer momento no sólo sirvió para acelerar nuestra adaptación al medio, sino también a desarrollarnos por encima de la evolución natural como una nueva especie, la “homo cultus”, formada por todos y cada uno de los “homo sapiens” que compartían una cultura transmitida de forma histórica.

la Cultura permite al ser humano ser dueño de su evolución

El desarrollo de esta nueva especie ha resultado espectacular: en tan sólo miles de años ha creado lo que conocemos hoy, desde las herramientas de pedernal a la nueva herramienta de internet. Tan especial es esta herramienta, la Cultura, que ha hecho trizas la evolución natural a través de la posibilidad de que un ser vivo pueda definir cómo quiere ser, como quiere definirse y poner los medios para realizarlo. Este es el punto central de la Cultura, que permite al ser humano ser dueño de su evolución.

Y gracias a esta capacidad otorgada por el hombre para el hombre, siempre hemos enfrentado situaciones críticas a lo largo de nuestra “corta” historia. Cuando la misma evolución cultural nos enfrentaba a retos que parecían inabordables, siempre hemos creado nuevas herramientas o modificamos las que teníamos y las hemos incorporado de vuelta a la Cultura, para que pudieran transmitirse a través de nuestro “código genético “ de “homo cultus”.

aparecerá un ejército de homo cultus que comprendan los problemas, que nos permitan soñar en las soluciones, que nos avisen de los peligros, que creen esos sueños, que los maten si no funcionan, que los enseñen a los que vengan detrás de nosotros, que en definitiva den forma a la siguiente versión mejorada de nosotros mismos.

Hemos cogido todo lo que teníamos a mano, la ciencia, la técnica, las artes, el pensamiento, el derecho, la política, las estructuras sociales, el comercio, la economía, para poder comprender la situación a la que nos enfrentábamos, a generar multitud de posibles respuestas, y a seleccionar las más válidas. Un proceso sorprendente e inconsciente, con un alto precio, que casi siempre no valoramos lo suficiente y pensamos que sus resultados siempre han estado ahí.

Y todas estas vueltas para responder a lo planteado en las primeras líneas de este artículo sobre si las disciplinas de letras serán necesarias en un mundo en crisis continua que parece que se decanta por lo científico-técnico. Creo que mi respuesta, está clara.

En situaciones complicadas debemos echar mano de la herramienta más poderosa que tenemos, y usar esta navaja suiza con todos los instrumentos que tiene para poder comprender, poder sugerir y poder realizar los cambios que elijamos para ser lo que queremos ser. No sólo se necesita la Ciencia, no sólo se necesitan las Humanidades. Claro que serán importantes la gente de letras y la gente de ciencia en continuo diálogo y aprendizaje mutuo. Se crearán nuevas especialidades, nuevas ciencias, nuevas habilidades, nuevas herramientas. Los límites entre estos conocimientos se difuminarán. Con estas nuevas armas aparecerá un ejército de homo cultus que comprendan los problemas, que nos permitan soñar en las soluciones, que nos avisen de los peligros, que creen esos sueños, que los maten si no funcionan, que los enseñen a los que vengan detrás de nosotros, que en definitiva den forma a la siguiente versión mejorada de nosotros mismos. Porque, no tengo ninguna duda, lo importante en la evolución humana no son sólo los porqués sino sobre todo en los paraqués. Estamos esperando o mejor dicho siempre “necesitamos todavía el hombre que sea suficientemente inteligente para pensar en las preguntas adecuadas”[1]

EPÍLOGO:

Quizás, este camino de baldosas amarillas construido, al mismo tiempo que caminamos sobre él, con las preguntas adecuadas, puedan llevar a la solución final, donde todas las dudas sean resultas y tengamos un conocimiento completo del Todo. Muchos dirán que en ese momento ya no habrá sentido, ya habrá necesidad de seguir avanzando. Sin embargo, creo que siempre quedará, como ya he comentado, la eterna pregunta realmente humana: ¿Para qué?

Y en ese momento quizás nuestra respuesta sea:

“Hágase la Luz.

Y la luz fue hecha”[2]

[1] “El conflicto inevitable” Isaac Asimov. Relato incluido en el libro “Yo, Robot”

[2] “La última pregunta” Isaac Asimov. Relato incluido en “Sueños de Robot”

Imágenes: Pixabay

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