Escuchamos hablar a menudo de la salud de nuestros mares y océanos, pero raras veces de la de las montañas, a pesar de que más de la mitad de la población del planeta depende de ellas para abastecerse.
Las montañas y sus ecosistemas son cada vez más vulnerables a los efectos del cambio climático. Y, aunque pueda no parecerlo, lo que sucede en los picos más altos del planeta tiene consecuencias directas al pie de sus laderas, en las zonas situadas al nivel del mar y hasta en lo más profundo de los océanos.
Analizamos cómo está afectando el cambio climático a las montañas y, por consiguiente, al resto del planeta y sus habitantes.
El 70% del agua dulce del mundo
Las montañas ocupan una cuarta parte de la superficie terrestre y dan cobijo al 25% de la biodiversidad del planeta. A medida que aumenta la altitud, se van dando una serie de cambios que afectan al aire, al suelo y a todos los seres vivos que habitan en ellos. El oxígeno se reduce y las temperaturas se enfrían. Poco a poco van desapareciendo los árboles altos, que dan paso a arbustos y más adelante a musgo y vegetación baja. Los animales van cambiando también, quedando solo aquellos que han sido capaces de adaptarse al medio.
De los terrenos más elevados de la tierra proceden gran cantidad de recursos fundamentales para nuestro día a día. Seis de los 20 cultivos más importantes se dan (aunque no de forma exclusiva) en las montañas: patatas, maíz, sorgo, manzanas, cebada y tomates. El 70% del agua dulce del mundo se origina también allí, ya que las precipitaciones se acumulan en forma de agua y nieve, que luego abastecen los ríos y las aguas subterráneas. Más de la mitad de la población de la tierra bebe cada día del agua de las montañas.
En ellas viven también unos 1.000 millones de personas, cerca del 15% de la población mundial. Según alerta la ONU, algunas de estas comunidades se encuentran entre las más pobres del mundo. Y serán, además, de las primeras en sufrir las consecuencias del cambio climático.
El impacto del calentamiento global
“La aceleración del derretimiento de los glaciares, el hielo y la capa de nieve es quizás el signo más visible del cambio climático”, señala Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). “Ha habido un impulso en el derretimiento de 31 glaciares principales, especialmente durante las últimas dos décadas”. Una de las causas es la alteración en los patrones de las precipitaciones, como la lluvia y la nieve: su frecuencia, cantidad y estacionalidad están cambiando.
Según el ‘Informe especial del IPCC sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante’, se prevé que los glaciares de menores dimensiones situados en lugares como Europa o la región tropical de los Andes perderán más del 80% de su actual masa de hielo de aquí a 2100 si nos mantenemos en un escenario de altas emisiones. Este deshielo, que comienza en las montañas, tiene consecuencias también en los océanos, a donde finalmente va a parar el agua, lo que contribuye a la subida del nivel del mar y de su temperatura.
Los incendios forestales también alteran los ecosistemas de las montañas, haciéndolas más vulnerables a los desastres. Como consecuencia, los grandes gigantes, que regulan el clima, la calidad del aire y el flujo del agua y nos protegen de fenómenos naturales, pueden pasar a convertirse en un riesgo para sus habitantes y los de las zonas bajas que las rodean.
Las consecuencias a los pies de las montañas
“Los habitantes de las regiones de montaña están cada vez más expuestos a peligros y cambios en la disponibilidad de agua”, señalan desde el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). “Los glaciares, la nieve, el hielo y el permafrost están disminuyendo y lo seguirán haciendo. Según las proyecciones, esto aumentará los peligros para las personas, por ejemplo, en forma de deslizamientos de tierra, avalanchas, desprendimientos de rocas e inundaciones”.
A largo plazo, estos cambios pueden tener también impactos negativos en la agricultura y el suministro de energía. Además de, claro está, en las actividades de ocio y turismo y en el patrimonio cultural de los pueblos.
La forma en la que el cambio climático afecta a las montañas, aseguran los expertos, puede parecer ajena a gran parte de la población, que vive lejos de las zonas altas. Sin embargo, no lo es. “Puede que, para muchas personas, el mar abierto, el Ártico, la Antártida y las zonas de alta montaña parezcan muy distantes, pero dependemos de esas regiones, que inciden directa e indirectamente en nuestras vidas de formas muy diversas”, señaló Hoesung Lee, presidente del IPCC.
“Por ejemplo, en lo concerniente al tiempo y el clima, la alimentación y el agua, la energía, el comercio, el transporte, las actividades de ocio y turísticas, la salud y el bienestar, la cultura y la identidad”. Motivos más que suficientes para prestar atención también a lo que sucede en los puntos más altos de la tierra.
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