Nuestro mundo gira en torno a los likes. A la hora de elegir un restaurante, echamos un vistazo a las votaciones y los comentarios. Al comprar online, nos decantamos por el artículo con más puntuación. Muchos incluso eligen su lugar de vacaciones en función de las fotos que más triunfan en Instagram.
Sí, el mundo se ha vuelto un poquito loco. Y puede ser aún peor: ¿qué pasaría si nos paramos a pensar que gran cantidad de esas puntuaciones son, en realidad, falsas? Muchos usuarios de las redes sociales compran seguidores y likes fraudulentos a un módico precio a empresas que crean perfiles engañosos. Una práctica a la que podemos acceder todos y que, aunque no es un delito, sí es considerada poco ética. Te contamos qué hay detrás de todos esos likes que compramos o podemos comprar en cuanto se nos antoje. Por ahora.
Las granjas de ‘Me gusta’
Cuando Facebook incluyó en 2009 el botón de ‘me gusta’, muchos vieron la oportunidad de empezar a cobrar por cada clic. La idea es sencilla: los usuarios de las redes sociales contactan con empresas a las que compran paquetes de ‘me gusta’ o seguidores. Estas cuentan a su vez con trabajadores que se encargan de crear los perfiles e interactuar. Otras tienen bots, programas informáticos que hacen estas tareas de forma automatizada.
Aunque su negocio es realmente virtual, disponen de una infraestructura: granjas instaladas en naves, oficinas e incluso apartamentos en los que guardan el equipamiento informático. Algunas cuentan con ordenadores y hasta decenas de miles de teléfonos móviles, dedicados única y exclusivamente a dinamizar redes sociales.
Esclavos del like
Muchas de estas granjas se encuentran en países en vías de desarrollo como China, Rusia, Tailandia o Filipinas. Allí, los empresarios aprovechan varias ventajas: por un lado, mano de obra barata. Los trabajadores reciben un sueldo (sobra decirlo, muy bajo) en relación al número de cuentas o likes falsos que hacen al día. Los empresarios los venden luego a un precio mucho mayor, por lo que sacan así beneficio.
Por el otro, la posibilidad de hacerse con tarjetas SIM sin ningún tipo de control. Al contrario que en España, donde es necesario presentar un documento de identidad para hacerse con una línea de teléfono, en muchos países del mundo esto no está regulado. Los fabricantes pueden comprar cientos o miles de tarjetas SIM para asociarlas a diferentes redes sociales, sin límite. Para los algoritmos de detección de fraudes es difícil reconocer esta actividad como falsa: los trabajadores burlan los controles de las redes sociales al introducir un número de teléfono, una cuenta de email y responder a los captcha y las preguntas de seguridad.
Pero no todo son personas de países en vías de desarrollo. Hay también quienes llevan este negocio para generar ingresos extra en su tiempo libre. Y comunidades de usuarios que interactúan a cambio de comentarios o ‘me gusta’ en sus propios perfiles.
La pregunta del millón es: ¿de dónde sacan los datos para crear cada perfil? Para esto existen una serie de herramientas web que generan datos personales de diferentes nacionalidades, como Fake Name Generator. O programas que transforman o crean fotografías de rostros con inteligencia artificial. El problema comienza cuando se empiezan a usar datos o fotografías reales y robadas.
Bots funcionando las 24 horas del día
La otra cara de la moneda son los programas informáticos desarrollados por expertos, que realizan todas estas acciones de forma automatizada. Entre sus ventajas está la productividad: sustituyen a la mano de obra y pueden generar millones de cuentas en un solo día. Entre sus inconvenientes, el hecho de que son más fáciles de detectar, debido al volumen de su actividad.
Un estudio de la University of Southern California y la Indiana University señaló, ya en 2017, que hasta el 15% de las cuentas de Twitter eran en realidad bots, y no personas. En ese momento, el porcentaje se traducía en 48 millones de cuentas falsas, dedicadas a dar likes o retuitear de forma automática.
Influencer fraud
Imaginemos un influencer de moda que tiene millones de seguidores: las marcas se lo rifan y llegan a pagarle hasta 1.000 euros por cada post promocional. Pero de sus seguidores, el 35% son falsos. Y por cada entrada que publica, compra varios miles de likes. Eso significa que del precio que la marca le está pagando, un gran porcentaje va a caer en saco roto. Llega a usuarios ‘zombis’ que no existen.
Este fraude puede usarse también para lavar la imagen pública de políticos o empresarios en descrédito, lanzar nuevas marcas o aplicaciones en la red y hacer virales noticias falsas. O, por otro lado, para propagar códigos informáticos maliciosos.
Algunas estimaciones señalan que esta industria mueve cientos de millones de euros, a pesar de que redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram penalizan la creación de cuentas falsas. Entre los principales motivos está que, por ahora, no existe ninguna ley que prohíba este tipo de acciones.
Sin embargo, la mayoría de los que hacen crecer sus perfiles o negocios con perfiles falsos lo mantienen en secreto. Pocos usuarios estarían contentos al descubrir que los likes de sus perfiles favoritos proceden, en realidad, de teléfonos apilados en granjas al otro lado del mundo.
En Nobbot | Un algoritmo es capaz de detectar cuentas falsas en Facebook y Twitter
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