La esperanza de la humanidad contra la pandemia está a menos 70 º C. De la noche a la mañana, el mundo desarrollado parece haber tomado consciencia de la importancia del frío.
Pero para más de 3000 millones de habitantes el calor es una amenaza poco novedosa; en cambio, es un riesgo constante para su supervivencia.
“Con la vacuna de la COVID-19, la gente se ha vuelto más consciente de la importancia de la refrigeración. Pero el desafío va más allá de neveras o congeladores. Hablar de refrigeración es hablar también de más árboles en nuestras ciudades, el aislamiento de los hogares y el sistema de transporte”, explica Brian Dean, director del departamento de eficiencia energética y refrigeración de Susteinable Energy for All (SEforALL), una organización que trabaja estrechamente con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para mejorar el acceso a la energía sostenible en todo el mundo, y responsable del programa ‘Cooling for All’.
“A medida que el planeta siga calentándose, las necesidades de refrigeración van a aumentar”
Su último informe, ‘Chilling prospects 2020’, señala que algo más de 1000 millones de personas están en una situación de riesgo elevado por no tener acceso a sistemas de refrigeración. Además, otros 2200 millones están en una situación de riesgo medio. Casi todos se concentran en 54 países alrededor de la línea del ecuador y en el hemisferio sur. Además, la brecha crece en las áreas rurales y aisladas.
“A medida que el planeta siga calentándose, las necesidades de refrigeración van a aumentar”, añade Ben Hartley, experto en eficiencia energética de SEforALL. “Los problemas de salud, seguridad y productividad producidos por la falta de frío van a seguir creciendo. Desde la salud de los trabajadores que están expuestos a temperaturas elevadas durante el día hasta la caída en la productividad de los cultivos, los riesgos van a multiplicarse”.
La salud más allá de una vacuna
La tecnología de las dos primeras vacunas autorizadas contra la COVID-19 en la Unión Europea (desarrolladas por Biontech-Pfizer y Moderna) implica el mantenimiento del medicamento a temperaturas extremadamente bajas. Otras vacunas, como la de Oxford-Astrazeneca, se mantienen a temperaturas menos extremas, en simples neveras. Sin embargo, los desafíos de su cadena de frío no son muy diferentes.
Mantener el frío en los centros de almacenamiento, en el transporte, en la distribución de la última milla o en los centros de salud requiere contar con la infraestructura adecuada. No es lo mismo hacerlo en una capital, repartiendo las dosis entre los distritos, que llevarla a los centros de vacunación del rural. Y eso en los países que pueden garantizar el acceso a la tecnología y la energía necesarias en sus hospitales.
“Hay países, en especial en el África Subsahariana, donde los centros de salud rurales ni siquiera tienen el acceso a la red eléctrica para mantener las neveras”, señala Hartley. “La velocidad de desarrollo de las vacunas ha sido impresionante. Pero inmunizar a la población depende también de garantizar el acceso a la vacuna para todo el mundo, la velocidad de distribución del medicamento y las capacidades de refrigeración de cada país”.
«Persianas, patios, bodegas y paredes blancas son ejemplos de tecnologías pasivas para protegerse del calor que llevan cientos de años funcionando”
El calor supone muchos otros riesgos para la salud más allá de la conservación de una vacuna; riesgos que, en gran medida, han sido acrecentados por la pandemia. No contar con soluciones de refrigeración adecuadas supone no poder mantener las condiciones higiénicas en los hospitales o no poder garantizar la seguridad alimentaria; además del impacto directo sobre la salud de los episodios de calor extremo.
“En áreas de elevada pobreza, como los barrios marginales de las grandes ciudades o para determinados perfiles de personas, el calor extremo puede suponer un riesgo real para su vida”, continúa Hartley. “Lo hemos visto en los medios en los últimos años debido a las olas de calor que sufren algunas de las grandes ciudades desarrolladas. Pero estos riesgos forman parte del día a día en algunos lugares del mundo”.
El poder de una persiana
Además de los riesgos directos para la salud, la falta de protección frente al calor impacta directamente en el bienestar de las personas y en los sistemas alimentarios, desde el descenso de la productividad en el campo hasta la imposibilidad de conservar la comida.
“Las personas que están en mayor riesgo comparten algunos de estos rasgos: no tienen acceso a electricidad, tienen ingresos por debajo de la línea de la pobreza, viven en casas mal aisladas y no tienen acceso a ningún sistema de refrigeración pasivo. Si a esto le sumamos que viven en un lugar de altas temperaturas, el riesgo se dispara”, explica Dean.
El acceso a neveras o aparatos de aire acondicionado, así como no estar conectados a la red eléctrica, son barreras que complican el bienestar térmico de muchas familias. Existen cada vez más tecnologías que pueden garantizar la autonomía energética de las personas, pero la solución no siempre pasa por contar con dispositivos más avanzados.
“La protección frente al calor es clave. Y esta pasa, en gran medida, por tecnologías pasivas de refrigeración. No todo son neveras y aparatos de aire acondicionado. España es un buen ejemplo de ello. Persianas, patios, bodegas y paredes blancas son ejemplos de tecnologías pasivas para protegerse del calor que llevan cientos de años funcionando”, añade Dean. “A veces, la solución más simple es la más útil: por ejemplo, los tejados termo-reflectantes o el aumento de la vegetación en las ciudades y las carreteras”.
La falta de acceso a la energía es un problema que afecta tanto a países desarrollado como en vías de desarrollo. La pobreza energética, aunque difiera en las causas, comparte características comunes en todo el planeta. Se da en entornos vulnerables de escasos ingresos económicos y provoca la reducción de la productividad de las personas afectadas y serios problemas de salud. En algunos países, la electricidad no llega a las casas. En otros, los cables están ahí, pero no hay quien pague la factura.
Un planeta sobrecalentado
2020 pasará a la historia como el año de la pandemia. La urgencia de los desafíos más cercanos nos ha hecho pasar (un poco) por alto las nuevas amenazas que toman forma en el horizonte. Ha sido el año más cálido registrado en la historia, junto a 2016. A nivel europeo, las temperaturas han batido todos los récords, según los datos del sistema Copernicus. En el Viejo Continente, la temperatura media estuvo 1,6 °C por encima de los niveles preindustriales, superando ya los límites marcados por el Acuerdo de París.
No alimentar la rueda del cambio climático aumentando el consumo de energía mientras la demanda de frío crece en un planeta cada vez más caliente parece uno de esos desafíos imposibles de resolver. “La transición energética, que ahora está tan de relevancia, pasa por incrementar la producción de energía renovable, pero también por aumentar la eficiencia energética. El objetivo no es solo desarrollar tecnología para aires acondicionados o neveras más eficientes, sino reducir la necesidad de refrigeración. Aquí, de nuevo, las soluciones pasivas son la clave”, explica el experto de ‘Cooling for All’.
“La necesidad de refrigeración va a ser uno de los grandes impulsores de la demanda energética en los próximos 20 o 30 años. Tenemos que desplegar todas las soluciones y herramientas con las que contamos para reducir esta necesidad. Si no, llegaremos a una situación descontrolada”, añade Hartley.
«Plantar más árboles frondosos, que den sombra y no solo sean ornamentales, es la mejor solución para enfriar las ciudades y las carreteras”
Las salidas a este laberinto energético pasan, en gran media, por las ciudades. Allí, las posibilidades de eficiencia energética y reducción de la huella climática son mayores. Edificios más pequeños y mejor aislados, cadenas de distribución más eficientes y menores necesidades de transporte son clave. Y para frenar el calor, necesitamos, sobre todo, ciudades más verdes.
“Tenemos el ejemplo reciente de París, que ha anunciado una peatonalización ambiciosa de la ciudad, incluyendo reducir a la mitad el espacio reservado al tráfico en los Campos Elíseos. O Medellín, donde el aumento de la vegetación ha logrado reducir la temperatura de algunos puntos de la ciudad en hasta 10 grados”, señala Dean. “En general, plantar más árboles frondosos, que den sombra y no solo sean ornamentales, es la mejor solución para enfriar las ciudades y las carreteras”.
Proteger y reducir la vulnerabilidad. Apostar por el aislamiento, la refrigeración pasiva y la eficiencia de los edificios. Seguir innovando y aumentar la producción de energías renovables. Colaborar, establecer soluciones comunitarias y aprovechar el conocimiento local y las soluciones tradicionales. Más allá de una vacuna, necesitamos un mundo un poco más frío. O, al menos, uno en el que podamos bajar la persiana y respirar algo más frescos.
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Imágenes | Unsplash/ahmet hamdi, SEforALL, Copernicus