Frente a esa actitud del «sálvese quien pueda» que distingue tantos discursos y comportamientos de nuestro tiempo, una niña de hace más de 500.000 años ilustra una mejor opción para asegurar nuestra supervivencia como especie: el amor.
Ana Gracia Téllez, líder del estudio realizado a partir de los restos hallados en la sierra de Atapuerca (Burgos).
Benjamina, que significa «la más querida» en hebreo, fue el nombre que dieron a esta niña los investigadores que descubrieron los restos de su cráneo –el «cráneo 14»– en el año 2001. «Al reconstruirlo vimos que era raro, asimétrico», dijoSegún detalló la investigadora de la Universidad de Alcalá en su estudio publicado en PNAS, esta niña padeció de una rara patología denominada craneosinostosis que determinó que, a lo largo de su crecimiento, el cráneo sufriera una fuerte deformación que también afectó a su rostro y le causó un serio retraso psicomotor.
una niña diferente
Con su rostro deformado, esta niña era diferente del resto de los demás niños y niñas, y, además, tuvo serios problemas para valerse por sí misma. Y, sin embargo, sobrevivió hasta cerca de los diez años, falleciendo finalmente hace unos 530.000 años. En la actualidad, cuando se detecta esta patología en un recién nacido, hay que operar antes del tercer mes para evitar la fusión temprana de las paredes del cráneo. Si esto no se corrige, puede provocar lesiones en el encéfalo.
«Las membranas del encéfalo (duramadre, piamadre y aracnoides) pierden elasticidad con los años, se acumula el líquido cefalorraquídeo y la sangre, y se forman bolsas. Esto deja huella en el hueso. Y Benjamina tenía eso. La presión intracraneal tenía que ser muy elevada y eso sí que hace altamente probable que le produjera lesiones que causaran problemas psicomotrices», explicó Gracia Téllez en un encuentro sobre Mujeres en la prehistoria organizado en Casa Mediterráneo.
El hecho de que sobreviviera tanto tiempo indica que no solo no fue rechazada por el grupo, sino que recibió más cuidados que el resto de las niñas y niños de la población.
Otro investigador que participó de este hallazgo, Ignacio Martínez Mendizábal, ha explicado en SINC sus implicaciones desde el punto de vista evolutivo, destacando la importancia del altruismo en la supervivencia de las especies de homínidos, en un artículo que se transcribe a continuación.
darwin, el cráneo 14 y el amor
«El grado de cooperación de los seres humanos puede ser considerado como extraordinario dentro del reino animal, pues no hay ninguna otra criatura capaz de constituir sociedades tan amplias, formadas por individuos no emparentados y que son capaces de renunciar a su propio beneficio, y a veces hasta la propia vida, en aras del bien común.
Cuando se publicó en 1859 El Origen de las Especies Mediante la Selección Natural o la Conservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida, la idea que trascendió al gran público sobre la obra fue que Charles Darwin decía que venimos del mono. Y, sin embargo, Darwin se cuidó muy mucho de escribir ni una línea sobre sus opiniones acerca de la ascendencia evolutiva de la Humanidad. De hecho, el primer autor que relacionó a los seres humanos con los monos fue Thomas Henry Huxley en su obra de 1863 Evidence as to Man´s Place in Nature. Asombrosamente, esta obra no ha sido nunca traducida al castellano.
A través de un impecable estudio de anatomía comparada, Huxley llegó a la conclusión de que las personas pertenecemos a un grupo concreto de simios a los que llamó hominoideos y que está constituido por los gibones, los orangutanes, los gorilas y las personas. El trabajo de Huxley demostró que no es que vengamos del mono, sino que somos un tipo concreto de ‘monos’.
El libro de Huxley fue el primer tratado sobre evolución humana y hubieron de pasar aún ocho años para que Darwin se atreviera a formular sus propias opiniones sobre nuestro origen y evolución en su libro de 1871 El Origen del Hombre y la Selección en relación al Sexo.
Además de formular la fecunda teoría de la selección sexual, Darwin también se ocupó del proceso evolutivo que condujo a la Humanidad a partir de antepasados no humanos, preguntándose por cómo una especie en apariencia tan débil como la nuestra había acabado enseñoreándose del planeta. La respuesta parece sencilla: gracias a nuestra gran capacidad tecnológica y a nuestra facultad de formar grupos integrados por individuos capaces de colaborar intensamente los unos con los otros.
la sociabilidad humana
El grado de cooperación de los seres humanos puede ser considerado como extraordinario dentro del reino animal, pues no hay ninguna otra criatura capaz de constituir sociedades tan amplias, formadas por individuos no emparentados y que son capaces de renunciar a su propio beneficio, y a veces hasta la propia vida, en aras del bien común.
Darwin era muy consciente de que este altruismo del ser humano es muy difícil de explicar a partir del mecanismo de la selección natural, que prima los comportamientos egoístas.
Para explicarlo, propuso que en la evolución humana había tenido una gran importancia la competencia entre los distintos grupos humanos, lo que habría llevado a que los grupos más cohesionados y con individuos más cooperativos prevalecieran sobre aquellos otros grupos menos coherentes por estar constituidos por individuos más egoístas.
En opinión de Darwin, la extraordinaria sociabilidad humana tiene sus raíces evolutivas en lo que él denominó el ‘espíritu de simpatía‘, que está presente en muchos animales.
Es posible traducir este espíritu de simpatía como el afecto o cariño entre iguales, y se trata de un sentimiento innato que está claramente presente en las relaciones de muchos animales (especialmente aves y mamíferos) y que propiciaría la sociabilidad.
del cariño al amor
Según Darwin, y de igual modo que ocurre en todas las especies de primates, este afecto también habría estado presente en nuestros lejanos antepasados no humanos y se habría ido haciendo más fuerte a medida que nuestras facultades mentales se iban volviendo más complejas y empezamos a ser plenamente conscientes de nuestras emociones.
De este modo, el cariño habría evolucionado en nuestra estirpe para dar lugar al amor. A partir de su conocimiento del comportamiento animal, Darwin propuso que, originalmente, el cariño solo se daría entre ejemplares sanos, pues el cuidar de los individuos enfermos, especialmente en el caso de las crías, es un comportamiento penalizado por la selección natural.
SOMOS una especie empática
hacia la gran catarsis
Según Eudald Carbonell, arqueólogo y paleontólogo, «formamos parte de un mismo conjunto genético y una misma estructura social, a nivel general y etológico y estos conceptos deben prevalecer sobre los de poder, de desigualdad, de destrucción y de falta de complementariedad».
El prestigioso arqueólogo, uno de los protagonistas en los históricos hallazgos de la sierra de Atapuerca, afirma que tenemos que mirar hacia el futuro y generar una conciencia crítica de especie, preguntarnos qué queremos construir, qué queremos ser como especie, cómo queremos que la diversidad se mantenga y cómo integrarla.
En este sentido, Eudald Carbonell se declara optimista aunque su esperanza en el futuro es mayor que en el ser humano. «Es probable que la humanidad camine hacia la gran catarsis, pero quizá sea necesaria para replantearnos qué nuevos conceptos deben articularla», afirma.