En 1915, Albert Einstein admitió que su modelo sobre la relatividad estaba mal y añadió a sus ecuaciones la llamada constante cosmológica (?). Gracias a ella, el universo podía ser estático, que era lo que en 1900 se observaba (y hoy sabemos que no es en absoluto). Unos años más tarde, cuando se demostró que el universo estaba en expansión acelerada, Einstein llamó a ? el «peor error de su carrera» y la eliminó de sus ecuaciones.
Es curioso cómo esa constante cosmológica nos hace falta hoy para explicar, precisamente, la expansión de la que Einstein no sabía nada. Hoy día, además, sabemos que la constante cosmológica no es una constante en absoluto. La ciencia se equivoca a menudo, y con frecuencia descubrimos características del universo completamente erróneas. Son los llamados descubrimientos negativos que en ocasiones han dado lugar a serendipias, y los necesitamos para progresar en nuestra comprensión de la realidad.
Si no fallamos, no aprendemos, pero a la sociedad le surgen dudas
Cuando se le dice a un niño que la vitrocerámica o los utensilios de cocina están calientes, o que la pared está recién pintada, es muy probable que nos toque acudir a un grifo para aliviar una quemadura o eliminar los restos de pintura de sus manos. Aunque no tienen ningún motivo para sospechar que los adultos les mentimos, los niños necesitan confirmar ciertos datos porque su mente es científica.
¿Y si los mayores están equivocados, eh?
Esta premisa es recurrente en la ciencia, ya que cuando se aceptan las hipótesis y axiomas de partida al mismo tiempo se evalúa cómo se ha llegado a ese conocimiento y, en muchos casos, se afina. Eso hace que un enorme número de teorías y métodos se hayan probado falsos, incompletos o mejorables a lo largo de los años. Y esto no es malo, ni implica que se haga mala ciencia, todo lo contrario.
Sin embargo, desde hace un tiempo, la sociedad mira con ojos sospechosos a la ciencia porque esta parece dar información contradictoria. Y en buena parte es cierto:
Ahora el café es bueno y hay que beber tres tazas, ahora el café es malo y se debe evitar, cuidado con el vino, todos a beber vino…
Llevamos cerca de diez años descubriendo el noveno planeta del Sistema Solar (recordemos que Plutón ya no es un planeta) y cada pocos años descubrimos un nuevo método contra el cáncer que parece encontrar un callejón sin salida en cálculos de servilleta. Pero eso no significa que la ciencia no funcione, o que no avancemos a medida que nos equivocamos.
Aunque constituya un cierto tabú en nuestra sociedad, sin fallos no vamos a ningún sitio, ya que «el fallo es parte indisoluble del proceso de innovación» y creación de conocimiento. Pongamos un par de ejemplos recientes.
La detección de ondas gravitacionales, después de años de silencio
La constante cosmológica de Einstein constituyó una de las mayores polémicas científicas del siglo pasado. ¿Cómo podía ser que Einstein se equivocase no una o dos veces, sino cerca de una decena, con su teoría? Podemos afirmar que le faltaban datos de partida, exactamente igual que en el descubrimiento de las ondas gravitacionales.
¿Existen las ondas gravitacionales?, se preguntaban los científicos del siglo pasado. Hasta que en 1982 Taylor y Weisberg consiguieron datos sobre la radiación gravitatoria de un pulsar binario llamado PSR 1913+16. En 2014 esos datos fueron confirmados, pero seguía siendo una medida indirecta de las ondas gravitacionales. Eran necesarios nuevos datos, datos más cercanos a la fuente.
Para conseguir estos datos, el 23 de agosto de 2002 se inauguró LIGO, un enorme complejo para escuchar ondas gravitacionales cuyo programa arrancó en 1997 y que había invertido 395 millones de dólares americanos de los contribuyentes. LIGO entró en funcionamiento y… No ocurrió absolutamente nada durante ocho años.
Tras casi una década de funcionamiento, el proyecto millonario solo devolvía que no se escuchaba nada, que el espacio estaba en calma. Fue uno de los descubrimientos negativos más sonados de la ciencia.
Las alternativas eran dos: cerrar el proyecto o seguir bombeando dólares hasta conseguir resultados. De modo que se se pusieron otros 200 millones de dólares sobre la mesa, y luego unos pocos más. En 2015 se había aumentado notablemente la precisión de LIGO, que fue bautizado con originalidad como Advanced LIGO.
Apenas cuatro meses más tarde se detectó la primera onda gravitacional, algo que ha cambiado el modo en que veíamos el universo. Pero para lograr algo así tuvimos que equivocarnos durante décadas, usando herramientas con la que resultaba imposible detectar nada.
¿Se ha descubierto una exoluna o no? La mala imagen de los descubrimientos negativos
No obstante, al público le llega información sesgada y no demasiado contrastada de la actualidad científica. Cabeceras como «Se ha encontrado una exoluna» y «No se ha encontrado una exoluna» se estuvieron emitiendo en los medios durante semanas en julio de 2017, confundiendo a los lectores.
La noticia completa arranca hace 14 años, cuando David Kipping empezó un estudio para localizar lunas en otros sistemas solares. Con ayuda del telescopio espacial Hubble, descubrió este año una perturbación que podía indicar la presencia de una luna en el planeta Kepler-1625b, que orbita la estrella Kepler-1625.
En el abstract aparece el texto «we report evidence for an exomoon candidate Kepler-1625b-i, which we briefly describe ahead of scheduled observations of the target with the Hubble Space Telescope» que fue alegremente traducido como «Presentamos la prueba de la exoluna Kepler-1625b-i» en lugar de «Presentamos el indicio de un cuerpo extrasolar posiblemente candidato a exoluna».
Indicio, posiblemente y candidato fueron eliminados de los titulares, que saltaron directamente a confirmar la existencia de la luna. Cuando Kipping advirtió a los medios que no, que la luna no se había descubierto pero que quería lanzar el paper antes de que alguien lo hiciese en su nombre (las observaciones del Hubble son públicas y un medio amenazaba con publicar un disparate), esos mismos medios corrigieron que «la luna no se había descubierto».
Esto era técnicamente verdad, y la ciencia funciona con este tipo de incertidumbre, pero la prensa no. Los lectores acabaron tan confusos con el tema que incluso hubo quejas sobre el gasto del Hubble porque, ¿de verdad había que gastar tanto dinero para sacar dos conclusiones erróneas sobre una luna que ni siquiera existe?
Por fortuna, la ciencia se cimienta sobre cientos de observaciones. Toma un conjunto de datos y los compara, estudia sus diferencias y analiza el por qué de estas. A medida que aparecen nuevos estudios se cuestiona lo anterior y se valida o se descarta.
Es la construcción de conocimiento por pares que garantiza que, con el tiempo, los disparates tienden a cero. Pero eso no significa que durante unos años los resultados de estudios en campos nuevos deban ser cogidos con pinzas, porque probablemente deban ser revisados. La ventaja de la ciencia es que aprende incluso de los descubrimientos negativos.
En Nobbot | La ciencia está en la red: no te pierdas estos divulgadores, webs y buscadores científicos
Imágenes | iStock/5second, Interferómetro de Virgo, Max Pixel