“En la calle Carniceros, esquina con Bordadores, ahí lo tiene…”. En muchas ciudades españolas, si preguntamos por un lugar concreto dentro de su casco histórico nos podremos encontrar con respuestas así. Un recuerdo a los antiguos gremios de artesanos que se organizaban por calles o manzanas. ¿Pasará lo mismo con los Fab Labs?
La pregunta puede parecer tremendamente desatinada en esta era digital de hiperconectividad, datos, aplicaciones y todo ese sinfín de anglicismos con que la etiquetamos (nótese que aquí podíamos haber escrito ‘hashtag’), pero algo se está moviendo cuando en el mundo, cada 18 meses, prácticamente se duplica el número de los espacios Fab Labs, laboratorios de fabricación digital en los que compartir y colaborar a través de herramientas como, por ejemplo, las más mediáticas impresión 3D o robótica, aunque hay muchas otras.
Del consumo a la creación
Los Fab Labs y Makespaces sirven, pues, como espacios de aprendizaje informal y muchos de ellos funcionan a través de grupos de trabajo en los que se establece una temática común y todos participan del proceso de creación y aprendizaje. Un modelo que hace pasar del consumo a la creación y ayuda a convertir el conocimiento en acción. Así lo recoge el estudio (Casi) Todo por hacer, impulsado por Fundación Orange y escrito por César García Sáez, presidente de la red Española de Creación y Fabricación (CREFAB) y cofundador de Makespace Madrid, quien se pregunta qué pasará cuando todo el mundo acceda a esta tecnología: “Pasaremos del qué puedo comprar al qué puedo crear. Al fin y al cabo”-señala- “cuando sube la marea suben todas las barcas”. ¿Una metáfora sobre el cambio climático? ¿Una alegoría sobre el deshielo digital?
En España ya hay 27 espacios Fab Lab, tres más que cuando se cerró la edición del citado estudio en el mes de mayo (y según estamos escribiendo esto seguramente un nuevo espacio esté levantando la trapa).
Como ya os comentamos en Nobbot, en estos espacios, se pueden fabricar objetos a través de diseños propios o utilizar o modificar diseños que otros usuarios han decidido compartir, de forma que se puedan personalizar o adecuar a las necesidades o gustos de cada caso. Un ejemplo lo tenemos en la iniciativa YAMakers, en la cual un grupo de jóvenes con Síndrome de Asperger han diseñado y creado piezas impresas en 3D especialmente pensadas para personas con discapacidad física, como, por ejemplo, una pieza que posibilita que personas con dificultades de agarre puedan sujetar la pala de ping-pong y que se adapta a las medidas de las manos de cada persona que vaya a utilizarla.
Aunque el eco mediático para el gran público en muchas ocasiones se lo llevan algunos llamativos proyectos de impresión 3D o de robótica, según recoge el estudio (Casi) Todo por hacer, la solidez del impacto socioeconómico del entorno Fab Lab y del concepto maker va más allá, aportando un nuevo escenario en el que los usuarios pueden desarrollar competencias de formación e inserción laboral, basadas en la posibilidad de experimentar, de aprender, de fabricar y compartir el conocimiento. De hecho, estos espacios de fabricación digital están apareciendo poco a poco en colegios y bibliotecas, incorporando nuevos elementos tangibles dentro del proceso de aprendizaje ordinario e impregnando a los jóvenes el ya reconocible concepto ‘maker’.
Tal y como señaló recientemente Andreu Veà, presidente del capítulo español para la Internet Society, precisamente en la presentación de CREFAB, “casi todas las abuelas eran makers, porque antes las cosas no se compraban, se hacían”.
¿No será que después de tanto hablar de la transformación digital, lo digital tiene que ver con volver a usar los dedos y las manos?