Impelidos por el uso creciente de las redes sociales digitales, corremos el peligro de convertir la comunicación –o mejor, un sucedáneo de ella- en un juego de recompensas. Un ejercicio pavloviano en el que la reflexión previa al acto de comunicar y el ejercicio responsable de esta actividad pierden peso ante la urgencia y la ocurrencia, dos características que pueden incrementar las posibilidades de éxito de nuestros tuits o actualizaciones.
Porque se trata de eso, de actualizar timelines con la esperanza de obtener un número relevante de menciones que nos puedan convertir en tendencia. ¿Pero tendencia de qué? ¿y para qué? No lo sabemos muy bien pero, con cada nuevo RT o FAV salivamos como el perro que recibe su recompensa, un reflejo social condicionado que nos hace sentirnos reconfortados en la soledad de nuestra celda con paredes de cristal.
Un pequeño espacio transparente desde el que compartimos la limitada visión que tenemos de la cárcel entera con los que se hallan más próximos a nosotros en el inmenso espacio de este “panóptico digital”, descrito por Byung-Chul Hany, que apenas pudieron intuir en toda su eficacia y complejidad autores anteriores como Lyall King, Foucault, George Orwell o Jeremy Bentham.
Y todo ello en un entorno lúdico, visualmente atractivo, tecnológicamente amable, conceptualmente retador.
pikachu abre perfil en twitter
La participación en la nuevas plataformas de desintermediación comunicativa, que en realidad configuran una realidad mediada nunca vista antes, plantea un entorno de actuación muy similar en su curva de adopción a los videojuegos de plataformas que surgieron en los años ochenta y han encontrado su última y más exitosa reencarnación en la nueva sensación Pokémon Go.
Estos juegos se caracterizan por proponer al jugador la ejecución de diversas acciones en una serie fases del juego, mientras se recogen objetos que permiten completar el objetivo y enfrentarse en mejores condiciones a los enemigos. Cambiemos Pokémon, vidas extra y armas, por nuevos seguidores o retuits que nos ayudan a alcanzar el supremo objetivo: la influencia…sea eso lo que sea.
Super Balls y followers
Es fácil hallar un paralelismo entre lo que propone Pokémon Go y nuestra aventura en las redes: «explora ciudades y pueblos cerca de donde vives (búsqueda de «amigos» a través de geolocalización») y por todo el mundo para capturar tantos Pokémon (cambiemos este concepto por retuits, «me gusta», etc..) como puedas. A medida que te muevas, tu smartphone vibrará (en la redes se nos notifican las menciones) cuando estés cerca de un Pokémon. Una vez que te hayas encontrado con un Pokémon, apunta en la pantalla táctil de tu smartphone y lanza una Poké Ball para atraparlo («¿follow back?»)».
«En Pokémon GO, ganarás niveles como entrenador (en las redes se asciende de nivel recolectando seguidores), y, cuanto mayor sea tu nivel, más poderosos serán los Pokémon que podrás atrapar para completar tu Pokédex. También tendrás acceso a objetos más poderosos, como Super Balls, para que tengas más probabilidades de atrapar Pokémon (en redes sociales, esto se podría traducir como mayor posibilidad de lograr objetivos vía la influencia que proporciona el número de followers)».
«Cuando juegues a Pokémon GO por primera vez, podrás personalizar la apariencia de tu entrenador, eligiendo prendas y accesorios para darte un look guay. Tu avatar personalizado aparecerá cuando te muevas por el mapa y también en tu perfil». De la misma forma, el usuario de redes sociales empieza su periplo en ellas definiendo su personalidad a través de un perfil público en el que elegirá una imagen y se autodefinirá.
El ‘homo ludens’ se refleja en la pantalla de un smartphone
Con este acto, el primer paso del héroe en su proceso de inmersión y progresión en las redes, comienza la impostura. Aunque los más entusiastas de estas herramientas tecnológicas hablen de ellas como soportes de comunicación entre personas, la realidad es que en ellas abundan las proyecciones fantasmales de aquellas.
No podemos decir, no obstante, que los profetas de la personalización de las redes sociales falten a la verdad, pues la raíz etimológica de la palabra persona hay que buscarla en el teatro, en la apariencia. Persona sería una derivación del verbo personare (resonar) y aludiría a las máscaras utilizadas en la tragedia para sonar, para conseguir que la voz de los actores llegara al público con mayor claridad.
La identificación de persona con individuo de la especie humana, según define esta palabra la Real Academia de la Lengua, es un hecho que apunta la importancia que la representación tiene en el ser humano, definido como Homo Ludens por el historiador holandés Johan Huizinga.
Recordemos la estrecha relación existente entre los verbos actuar y jugar que, con buen tino, se expresan de la misma forma en inglés (play) o alemán (spielen). En castellano, el verbo jugar estaría más relacionado con el sustantivo juglar, ya que ambas palabras derivan de iocus, que significa juego. Y, si consideramos a los juglares una suerte de actores, vemos que también en nuestro idioma, juego y representación van de la mano.
ombligos y mapas de caza de pokemon
Por último, es interesante también recordar lo que, en los años cincuenta, decía Roger Caillois, que caracterizaba a las sociedades primitivas como aquellas donde reinan la máscara (pantomima) y la posesión (éxtasis), en las que se configura un universo ilusorio y mágico. En este tipo de sociedades el grupo es cómplice, y el vértigo compartido es el nexo de la existencia colectiva. Es difícil no hallar relación entre estas palabras del viejo sociólogo y nuestra experiencia cotidiana en las redes y en juegos como Pokémon Go.
¿Estaremos por tanto ante un lúdico proceso de vuelta atrás en el tiempo enmascarado bajo el deslumbrante brillo de las pantallas táctiles de los smartphones? Ante esa posibilidad, está en nuestra mano convertir las redes en ventanas a través de las que comunicarnos con el mundo y no en escaparates para la impúdica exhibición de millones de casi ombligos de casi personas o, siguiendo con el paralelismo, en mapas de caza de Pokémon.
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