La definición de «infidelidad» ha cambiado y se ha ampliado con la digitalización. Antes, la monogamia podía verse erosionada por furtivas escapadas en hoteles, turbias historias consumidas en la oficina después de la hora de cierre o verdaderas dobles familias. Algo muy concreto a lo que hoy también hay que sumar el miedo a la traición virtual.
Hay muchas maneras de ser infieles en línea. Entre estas está el sexting, de la unión entre las palabras sex (sexo) y texting (escribir mensajes). También se le llama «sexo virtual» y consiste en enviar mensajes, fotos y vídeos sexualmente explícitos. Sextear con otras personas, ver pornografía y estar secretamente activos en aplicaciones de citas son tres elementos que, para algunas personas, están asociados a la infidelidad.
Quienes aún no tienen claro que todo lo que sucede en el mundo virtual también repercute en el mundo real son las generaciones no nativas digitales. Boomers y Gen X son maestros, y maestras, a la hora de meter la pata con comentarios inoportunos en las redes sociales. Casi siempre lo hacen pensando «que nadie los va a ver». Y que, en cualquier caso, si no hay contacto físico no hay infidelidad. Porque pensar, o escribir, sin tocar no es pecado.
En cambio, los de la Generación Z, pero también los millennials más jóvenes, saben que internet simplemente ha duplicado el mundo. Como ha comprendido brillantemente el escritor Alessandro Baricco en su ensayo ‘The Game’, ya casi todos tenemos dos corazones latiendo al mismo tiempo: el físico y el virtual. Y ambos importan.
¿Qué es la infidelidad digital?
Un estudio de 2017 encargado por ‘Deseret News’ encontró que el 69 % de los estadounidenses considera infidelidad enviar mensajes sexualmente explícitos a otras personas. En el informe también se señala que, para el 16 %, incluso limitarse a seguir a la expareja en las redes sociales se considera una infidelidad.
Si la tecnología brinda más oportunidades y formas de traicionar, también ofrece más herramientas para descubrirlo. Y más paranoias. De hecho, exacerba los celos de las personas inseguras y posesivas por naturaleza, hasta desarrollar verdaderas obsesiones por el control. Porque si pretendemos compartir cada momento de nuestra vida con los demás, es probable que los demás aspiren a saber en todo momento qué hacemos, dónde y con quién. De lo contrario se vuelven sospechosos.
En términos generales, casi todas las personas están en contra de mirar el móvil de su pareja, pero al mismo tiempo, si sospecharan una infidelidad, lo harían. Entre los diversos elementos que controlar, redes y chats, también se incluye la cronología. Ahora bien, podríamos decir que las personas borran la cronología para mejorar la velocidad del navegador. O para disminuir el consumo de la nube. Pero, de manera más realista, casi siempre quieren cancelar sus incursiones en el mundo del porno.
En 2021, según el informe anual de Pornhub, el 83 % de los accesos a la web provinieron de smartphone, el 3 % de tabletas y el 14 % de ordenadores de escritorio o portátiles. ¿Ver porno es una forma de infidelidad? Muchos se lo preguntan. En este caso, las nuevas generaciones parecen más permisivas. De hecho, nacieron en un mundo donde el porno ya era muy fácil de conseguir. Mientras que solo unos años antes era lo más prohibido y su visión en pareja un auténtico tabú.
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Nuevos medios para engañar
La tecnología ha construido un negocio en torno a la infidelidad. Aprovechando el mismo nicho de mercado que abarrotaba los hoteles suburbanos. En este caso son las aplicaciones de citas. Las más conocidas están abiertas a todo el mundo, personas solteras y emparejadas. Otras, como Gleeden, están dedicadas solo para aquellas con manifiesta intención de ser infieles.
Es una aplicación francesa creada por un equipo totalmente femenino. El registro es gratuito para las mujeres, mientras que los hombres deben comprar créditos para poder participar. La mayoría de los usuarios son casados, pero también los hay solteros, siempre que busquen “una relación sin compromiso con una persona casada”.
Pascal Lardellier, profesor de Ciencias de la Información y la Comunicación en la Universidad de Borgoña, Francia, habló del adulterio asistido por tecnología ya en 2004. En 2012, argumentó que los encuentros sexuales en internet habían sido facilitados por tecnologías como webcam, mensajería instantánea, aplicaciones, geolocalización, etc. Pero también por filtros utilizados por diferentes apps con el objetivo de emparejar a personas según parámetros como la religión, la orientación política o intereses muy concretos.
De alguna manera, el adulterio asistido tecnológicamente se ha perfeccionado y ha levantado un cierto velo de hipocresía. Hoy la infidelidad entra en el mismo contexto sociocultural digital-pragmático que ha producido miles de nuevas definiciones para conceptos que han existido siempre como el poliamor. Vamos hacia un modelo posmoderno de relación. El aumento de la esperanza de vida y el hecho de que internet multiplique las posibilidades de encuentro acompañarán esta evolución de las costumbres. Un cambio en el cual la infidelidad también adquirirá inevitablemente nuevas connotaciones.
En Nobbot | Los usuarios de las apps de citas no son más infieles, eso es un prejuicio
Imágenes | Victoria Heath/Unsplas, Sandy Millar/Unsplash
Magnífico artículo. El concepto de «adulterio asistido por tecnología» está muy bien acuñado. La constante interacción social virtual (redes sociales, app para citas, chats…) revoluciona en general las posibilidades de conocer gente (y, en proporción las tentaciones de infidelidad discreta) en comparación con el mundo predigital. Fortunata, Jacinta y Juan de Santa Cruz no serían lo mismo en los tiempos de Tinder. Saludos