Tiempo de Navidad, tiempo de muestras de afecto. Reales o falsas, agradables o desagradables. Entre regalos, comidas y cenas, abundan los besos y los abrazos. Gestos que consideramos naturales, pero que en ciertos casos pueden ser una verdadera pesadilla. Los abrazos para algunos son la mejor manera de saludar a un amigo, para otros son un gesto molesto e intrusivo. El abrazo se quiere o se odia y la ciencia nos explica por qué.
Ciertas manifestaciones de afecto físico, cercanía y amistad son casi universales. Hay ligeras diferencias entre las culturas del planeta, pero el contacto físico es casi siempre un signo de apertura y buena voluntad hacia los demás. Son gestos que responden a las necesidades básicas de convivencia social. Se trata de resumir en unos pocos momentos diferentes significados, necesidades comunicativas y expresiones de sentimientos.
Entre todos estos gestos, los abrazos son quizás el signo más amplio, común y extendido en nuestro planeta. Además, no es solo una característica de los humanos. A diferencia del beso, muchos otros animales también se abrazan. Sin embargo, hay personas que sienten una sensación de repulsión física, rareza y vergüenza abrazando o siendo abrazados.
Junto con el componente natural del abrazo, existe uno cultural. Los gestos son parte de un lenguaje y, como en cualquier otro idioma, hay expresiones admitidas y otras excluidas. Así como diferentes interpretaciones del mismo gesto, diferentes ‘lecturas’ del abrazar.
¿Para qué sirven los abrazos?
Según la profesora Darcia Narváez, que enseña psicología en la Universidad de Notre Dame (EE.UU.), abrazar es útil porque influye en el crecimiento del cuerpo humano. En primer lugar, favorece el desarrollo del nervio vago, uno de los nervios craneales clave, que va desde el torso hasta la columna vertebral. Es muy importante para el funcionamiento de las emociones en la edad adulta y su escaso desarrollo puede disminuir las capacidades empáticas de las personas.
La segunda forma con la que los abrazos afectan a nuestro crecimiento tiene que ver con la producción de oxitocina. Una hormona producida por los núcleos hipotalámicos, fundamental por su papel durante el embarazo y la lactancia. La oxitocina, llamada ‘hormona del cariño’, es esencial por su contribución en la formación de vínculos con otras personas.
Abrazos y besos en la última campaña publicitaria de Orange
Además de la función química que los abrazos desempeñan en nuestro cuerpo, existe un aspecto puramente interpretativo. Pero la interpretación cultural tiene recaídas fisiológicas. En la producción de hormonas y la relajación del sistema nervioso.
Si nuestra cultura nos enseña que un abrazo es algo bueno, su efecto químico será positivo. Viceversa, no. En la cultura japonesa, por ejemplo, el contacto físico no es muy apreciado. Así que la lectura del gesto del abrazo será negativa y también lo serán sus consecuencias químicas. Por el contrario, en España, nos besamos y abrazamos como si no hubiera mañana. Demasiado, tal vez. Y esto nos proporciona, en general, buenas sensaciones físicas.
La importancia del modelo familiar
La doctora Narváez ha intentado descubrir la influencia que tiene la cultura de pertenencia en un gesto como el abrazo. Investigó a un gran grupo de niños que crecieron en un orfanato. Al no recibir mucho afecto expresado físicamente (abrazos, caricias, besos), se observó que rechazaban estos tipos de gestos. Además, los huérfanos tenían una producción de oxitocina mucho más baja que el promedio.
Es como si hubiera un círculo virtuoso y uno vicioso. En el primero se abraza mucho, y sabiendo cómo disfrutarlo, se obtienen los beneficios que empujan a seguir haciéndolo. En el segundo, por el contrario, la falta de afecto físico inhibe una parte emocional y corporal importante. Tanto que el individuo se vuelve incapaz de beneficiarse de los efectos positivos de los abrazos y los rechaza.
“Nuestra tendencia al contacto físico, ya sea para abrazarnos, darnos la mano o una palmadita, a menudo es producto de experiencias de la primera infancia”, explica al diario ‘Time’ Suzanne Degges-White, profesora de Counseling and Counselor Education en la Universidad de Illinois del Norte.
En un estudio publicado en ‘Comprehensive Psychology’, la profesora encontró que mucho depende de la familia y de si el tipo de educación recibida en los primeros años de vida está relacionada con la afectividad. Los niños criados por padres a los que les gusta abrazar tienen más probabilidades de convertirse en adultos ‘abrazadores’.
Sin embargo, hay casos en los que crecer sin contacto físico puede tener el efecto contrario. «Algunos niños se sienten hambrientos de contacto y se convierten en ‘cazadores sociales’, que no pueden saludar a un amigo sin abrazarlo», explica Degges-White. El estudio concluyó que, en todo caso, «el abrazo es un elemento importante en la educación emocional de una persona”.
Cómo educarse a los abrazos
Los abrazos son positivos también para la salud. La doctora Degges-White asegura que «las personas que están más abiertas al contacto físico con los demás generalmente tienen niveles más altos de autoestima. En cambio, las que experimentan más ansiedad social pueden ser reacias a ponerse en contacto con otras personas, incluidos los amigos». El temor de que alguien pueda extenderse, literal y figurativamente, empeora esa incomodidad. Frente a esas dificultades, los ‘abrazadores’ deben entenderlo y responder con respeto.
En otro estudio de 2015, investigadores de la Universidad Carnegie Mellon analizaron los efectos que los abrazos y otras formas de afecto pueden tener en el sistema inmunológico. En concreto, el trabajo buscaba averiguar si las personas que se sentían amadas eran menos susceptibles al resfriado común: y así resultó. El 32% de ese extra inmunológico procedía de los efectos de alivio del estrés provocado por el abrazo.
Existen centros especializados que ayudan a las personas a aprender a aceptar el contacto físico. No solo para vivir más serenamente la interacción con los demás, sino también por las consecuencias sobre el estado de ánimo, la salud y la autoestima. También algunos suplementos a base de oxitocina pueden ser útiles.
Las Navidades, como dijimos al principio, pueden ser tiempos muy complicados para los ‘antiabrazos’. A menos que se aprenda a esquivarlos como las anguilas, tal vez valga la pena abrirse un poco.
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