La educación musical influye de forma notable en el desarrollo cognitivo y en la adquisición de destrezas psicomotrices, sociales y emocionales.
Investigaciones desarrolladas en el campo de la neurociencia han demostrado también los numerosos beneficios sobre la plasticidad cerebral de una práctica musical constante desde la etapa infantil.
Sin embargo, para la generación nacida en la era digital, las fases iniciales del aprendizaje musical convencional, que se concentran habitualmente en la realización de ejercicios repetitivos, frustrantes y aburridos, pueden ser un obstáculo importante y difícil de superar.
Una herramienta efectiva
Si se demuestra que las cualidades necesarias para superar los retos de un videojuego tienen una correlación con las que precisa un músico instruido –como, por ejemplo, la coordinación, la interacción social, la sincronización o la discriminación melódica y rítmica– los videojuegos musicales podrían emplearse como una herramienta didáctica efectiva para motivar a los alumnos en el aprendizaje y mejorar las habilidades de percepción y ejecución musical.
Las mejoras técnicas que se produjeron en el sonido digital durante la última década del siglo XX sentaron las bases para el desarrollo de nuevas tipologías de videojuegos en los que la manipulación de sonidos musicales constituían el centro de la mecánica del juego.
Los primeros videojuegos musicales de acción rítmica como Dance Dance Revolution (DDR) (Konami, 1998), Guitar Hero (Harmonix, 2005) o Rock Band (Harmonix, 2007) se basaban en una estructura que requería a los jugadores activar los diferentes botones de un controlador en forma de instrumento musical, como en los dos últimos ejemplos o en un plataforma de baile como en DDR, para poder interactuar en sincronía rítmica con la secuenciación de una partitura musical predeterminada.
Juegos que mejoraban la competencia rítmica
Aunque los diseñadores de estos juegos no se habían planteado entre sus objetivos el desarrollo de habilidades musicales, pedagogos e investigadores vieron en ellos una posible herramienta didáctica para mejorar la competencia rítmica, la escucha atenta y focalizada o la lectura a primera vista de partituras.
Un estudio realizado en 2011 en Estados Unidos puso a prueba las posibilidades didácticas del videojuego Rock Band para desarrollar habilidades musicales formales.
Durante nueve meses se trabajó con un grupo de alumnos voluntarios de entre 10 y 11 años, con escasa o nula experiencia previa en el videojuego, que se reunían en el club Rock Band dos o tres veces por semana. Los resultados mostraron que, conforme se avanzaba en las sesiones del club, los alumnos comenzaban a obtener mejores resultados en las tareas convencionales de iniciación a la música, como la repetición de patrones rítmicos, la transcripción o dictado musical o la lectura a primera vista en una partitura convencional.
Un videojuego para Estimular el interés
El videojuego podía ser, por tanto, una forma de estimular el futuro interés de los alumnos por el aprendizaje musical en un contexto más formal. Gran parte del éxito de esta investigación se basó en las estrechas relaciones que se establecieron entre la cultura de los videojuegos y los aspectos performativos, ya que al emular a un artista de rock las experiencias de aprendizaje se envolvieron bajo el disfraz de una actividad grupal lúdica, lo que resultó efectivo, no solo para la regularidad en la asistencia y el compromiso, sino también para el proyecto en sí mismo, que fue acogido como una actividad muy gratificante por los alumnos.
Otras investigaciones como la realizada desde la Universidad de Kent (Reino Unido) entre 2014 y 2015 han centrado también parte de sus objetivos en demostrar la importancia de los aspectos motivacionales y creativos de usar videojuegos musicales en el aula.
Las principales críticas a este sistema se han centrado, sin embargo, en evidenciar las carencias que juegos como Rock Band o Guitar Hero poseen a la hora de aprender la técnica de un instrumento musical real.
Instrumentos videolúdicos
Aunque se obtenga un resultado sonoro, pulsar el botón de un controlador no deja de ser una simple imitación del gesto necesario para hacer que vibre la cuerda de una guitarra real. Por esta razón, desde principios de la década pasada, gran parte del esfuerzo de los desarrolladores de juegos de acción rítmica se ha dirigido a buscar la posibilidad de adaptar la interfaz del juego para que funcione con instrumentos reales sin perder las cualidades necesarias que debe poseer un producto videolúdico.
Yousician (Thür y Kaipainen, 2010) y Rocksmith (Ubisoft, 2011) fueron los primeros ejemplos de una nueva serie de productos basados en el aprendizaje musical gamificado.
Ambos programas permiten a los usuarios tocar con sus propios instrumentos –teclado musical, ukelele, guitarra, bajo eléctrico o voz– que se conectan al ordenador a través de un cable USB o de un micrófono externo. A partir de una serie de pistas pregrabadas, que se representan visualmente con un sistema de notación no convencional, el juego reconoce y califica al jugador cuando toca o canta correctamente las notas que corresponden a cada momento de la pieza, considerando solo la altura y el ritmo.
El feedback que recibe el jugador está basado únicamente en criterios cuantificables y, por tanto, no se tienen en cuenta otros factores más subjetivos, pero fundamentales en la interpretación musical, como la adecuación al estilo o la emoción que el músico puede imprimir en una interpretación.
Con un sistema similar, pero una aproximación más didáctica y un esquema narrativo definido, Musa (Playmusa, 2019) se centra en introducir el aprendizaje de los instrumentos de teclado para niños de seis a once años.
videojuego musical: Aún no está extendido en las aulas
Si bien su empleo en el aula es aún minoritario, las investigaciones realizadas hasta la fecha demuestran que el videojuego musical podría emplearse para fomentar la educación musical desde edades tempranas.
El hecho de que los niños generalmente se sientan atraídos por los videojuegos puede ser aprovechado como un factor positivo para introducir el desarrollo de ciertas habilidades motoras y auditivas básicas que se precisan para tocar un instrumento musical real.
Su potencial para promover el aprendizaje cooperativo y la motivación a través de una interacción social de tipo lúdico es también un interesante factor a tener en cuenta a la hora de incorporarlos como una herramienta educativa.
Juan Pablo Fernández-Cortés, Profesor investigador. Departamento Interfacultivo de Música, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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