Es posible que por “prototipado” o “maquetado” no te venga nada a la mente. Que estos términos muy usados en el mapa empresarial americano bajo la palabra prototype te sean completamente extraños. Y, sin embargo, está mejorando el mundo gracias a las innovaciones derivadas de ello.
Innovar, muy lejos de introducir en una presentación muchos eslóganes de marketing y el diseño atrevido o soft de un producto que solo existe como concepto, es arremangarse y ponerse manos a la obra para construirlo. Eso es prototipar: materializar algo intangible en algo tangible, y equivocarnos.
Prototipar es clave en la innovación
Lees esta entrada en tu dispositivo porque en 1853 Cyrus West Field pensó que era una buena idea lanzar un cable por el Atlántico Norte saliendo de Terranova. Arruinó su compañía, perdió 60 km de cable y, de diez tripulantes, siete fallecieron y otros tres dimitieron. No es un buen comienzo.
Pero Field no se rindió porque tenía un pálpito. Quería unir Europa y América del Norte con comunicaciones modernas. Sabía, aunque no había pruebas de ello, que un mundo más pequeño traería prosperidad.
En 1857 consiguió que le prestasen los barcos de guerra Agamemnon y Niágara, embarcaciones que crujían bajo el peso de un cable de miles de kilómetros de longitud fabricado con prisas. Abajo puede verse el interior del Agamemnon: observamos a decenas de operarios iluminados con lámparas de gas que trabajan en turnos de ocho horas colocando el cable en un gigantesco bobinado.
Al cuarto intento y tras muchísimas penalidades, el 5 de agosto de 1858, el cable de Field logró cruzar el Atlántico y unir ambos continentes. El mundo fue uno, como contó Arthur C. Clarke, durante un mes. Luego, la conexión se interrumpió. Pero ya no había vuelta atrás. Nacían las telecomunicaciones actuales.
La humanidad había visto cómo con barcos diseñados para la guerra, un cable artesanal de diseño dudoso y empalmes construidos a mano era posible enviar una señal de morse tradicional. Ninguno de los componentes era nuevo, pero juntos habían cambiado el mundo. Habían logrado una innovación.
Construir una maqueta a escala
Mucho antes de lanzarse a navegar, Field había estado interesado en las señales eléctricas que recorren cables. En la década de 1850 colocó en una habitación un cable largo y dos módulos de transmisión-recepción. Simulaban Europa y América en su unión por el norte. Envió la señal a 3,5 m con éxito. ¡Perfecto!
Si ha funcionado en una maqueta a escala de habitación, ¿por qué no iba a funcionar cruzando el océano? Solo hacía falta un cable más grueso, pero la idea base y el principio físico eran los mismos. Lo que Field estaba haciendo, sin saberlo, era prototipar una maqueta. Una a escala 1:X que le permitiese corregir errores antes de que surgiesen a tamaño real.
Los arquitectos llevan décadas prototipando maquetas a escala para ver cómo quedan. No es lo mismo ver el plano en el ordenador que poder tocar y sentir los tejados. Tirar agua por encima a ver qué pasa. Jugar a que una lámpara es el Sol. Simular vientos cruzados usando confeti para ver las corrientes internas.
Los más atrevidos incluso colocan algún muñeco que encaje con la escala, como el clásico modelo de Lego. Luis Pérez-Breva, director del MIT Innovation Teams, explicó en ‘Hablemos de Empresas’ la importancia del prototipado a escala de mesa. Si nos equivocamos pronto, nos saldrá a cuenta a largo plazo.
¿Por qué prototipar en tu casa?
Mucho antes de un producto mínimo viable, que es lo que vemos en tantas presentaciones de PowerPoint antes de una idea, conviene prototipar. El motivo es que probablemente estemos equivocados en nuestro enfoque original. La práctica y cometer errores al inicio nos ayudan a elegir el mejor camino para nuestra idea.
Pensemos en Cyrus West Field en su casa con su maqueta del cable transatlántico. Nosotros repetimos su experimento en el salón de nuestra casa cada vez que planchamos. El cable no puede enredarse, así que hay que transportarlo enrollado debidamente de modo que no se forme nudos.
Tampoco queremos que dé vueltas por el salón. Prototipar fingiendo que el cable de la plancha es el futuro cable transatlántico y que muebles como mesas o sillas son el fondo oceánico nos ayuda a visualizar el problema antes de enfrentarnos a él. No queremos que el cable se enrolle en una de las patas cordilleras oceánicas.
También es crucial que el cable no se parta. Field descubrió que su cable, el del salón, era demasiado maleable gracias a su prueba doméstica. Aprendió equivocándose. Habló con un vendedor de caucho (formalmente, gutapercha, el caucho moderno vendría después, por serendipia) que ayudó a cubrir los miles de kilómetros en cada intento. Sin pretenderlo, había inventado la cubierta de plástico gracias al ‘baile de salón’ con su cable a escala.
Eso significa que la siguiente gran innovación podrías desarrollarla tú en tu cocina o cuarto. Field no tenía ni idea de qué tenía que hacer para llevar un cable al otro lado del Atlántico, pero de la resolución de estos problemas diseñó un tipo de bobinas gigantes para el transporte de cables. ¿Las ves al fondo de la imagen de arriba? Las seguimos usando hoy día. Y siguen siendo de madera.
Tienes todo lo que necesitas para innovar
Podemos poner todo tipo de excusas para no innovar, como la falta de dinero. Pero Field (Jobs, Gates, Musk…) innovaron desde cero. Más de una vez desde la ruina económica. Usando componentes que tenían cerca y juntando personas que sabían más que ellos. Equivocándose de manera constante, pero aprendiendo del error.
Para lanzar cables por el océano Atlántico no se desarrolló ningún acero especial para los barcos. El Niágara era una fragata a vapor de 90 cañones y el Agamemnon “no habría parecido fuera de lugar en Trafalgar” [batalla náutica de 1805]. ¡Era un barco de vela! Gigante, eso sí.
Tampoco se inventó el código morse, el cobre como metal transmisor o la gutapercha para proteger el cable. Por supuesto, desde nuestra privilegiada posición en su futuro, estamos viendo la imagen final de la innovación. Después de una decena de intentos y demasiados fallecidos en el mar. Después de que Field convenciese a la corona británica de la importancia del proyecto.
Desde esta perspectiva, innovar parece más fácil y un camino en línea recta. No lo fue en absoluto. Se cometieron tantos errores que los diarios de los capitanes de ambos barcos, el de Field y el de muchos marineros constituyen una enorme biblioteca.
La importancia de dar con el error a tiempo
Volvamos al presente. Ese en que cualquiera puede invertir por pocos cientos de euros en una máquina de imprimir en 3D. Si tienes una idea, ahora trasladarla al mundo tangible es más fácil que nunca. Por un par de euros extra de material y luz eléctrica, puedes imprimirlo en casa.
Será tosco y quebradizo, pero también una primera aproximación válida. Una forma de sostener tu invento en las manos, darle vueltas (literalmente) y ver dónde están los fallos. También para asegurarnos de que la idea etérea sirve para algo cristalizada en un formato fijo. Igual nosotros mismos la descartamos.
La alternativa a esto es dejarlo como idea en una presentación, seguir adelante y pedir un crédito. Montar una línea de fabricación y, cuando las primeras 1.000 unidades estén en la calle, recibir quejas de los compradores. Porque ellos sí han visto ese fallo que tenías la oportunidad de descubrir.
Prototipar es importante de cara a las innovaciones porque permite darnos cuenta de en qué estábamos equivocados. Sobre este concepto pivota ‘Innovar: Un manifiesto de acción’, de Luis Pérez-Breva. Después de años de trabajar el tema, se ha dado cuenta de que lo mejor que podemos hacer si buscamos innovar es equivocarnos cuanto antes.
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