Con cada mes que pasa, las personas tenemos más poder a nuestro alcance gracias a la tecnología. Nuevas herramientas con las que comunicarnos, hacer gestiones, trabajar, aprender… Sin embargo, prácticamente nadie realiza cursos de aprendizaje o reciclaje sobre ellas, y nos limitamos a usarlas sin entrar en su complejidad ni pensar las implicaciones que tienen.
La tecnología, que hoy día se encuentra a nuestro alrededor (y dentro de nosotros mismos), genera la mayoría de los problemas modernos a los que nos enfrentamos. Y cada día solucionamos unos generando otros. ¿Sabemos usar la tecnología y enseñar lo que hemos aprendido de ella? ¿O tan solo nos limitamos a usarla?
¿Qué es eso de tecnología y qué peligros tiene?
Al pensar en tecnología imaginamos sistemas modernos, smartphones de última generación, o aplicaciones recientes. Tendemos a dejar de lado inventos más simples y ordinarios (que también son tecnología) tales como un cuchillo de caza, unas tijeras de acero, un lápiz o el lenguaje con el que se escribió este artículo.
La tecnología es un objeto ideado por el hombre que resuelve algún problema. Pero hasta la tecnología más simple genera problemas mediante su uso. Un cuchillo puede usarse tanto para cortar queso como para sacarle un ojo al enemigo (un uso que las tijeras y el bolígrafo pueden llegar a compartir llegado el caso).
Es tan peligrosa o tan beneficiosa como inteligente la persona que la empuñe. Fue Lichtenberg quien de la tecnología y ciencia dijo: «Aquello tuvo el efecto que por lo general tienen los buenos libros. Hizo más tontos a los tontos, más listos a los listos y los miles restantes quedaron ilesos«.
Incluso sin irnos a un mal uso de la tecnología, un cuchillo creará el problema de tener que ser afilado, al igual que las tijeras y el lápiz. Además, es necesario que seamos conscientes de los peligros de corte o perforación de estos objetos antes de usarlos con sabiduría. Si de pequeños se nos enseña a tener cuidado con los objetos afilados, ¿por qué de mayores no aprendemos el buen uso de las nuevas tecnologías?
¿Sabemos usar las nuevas tecnologías?
Una respuesta generalista aunque con matices es no. La mayoría de los usuarios no comprenden cómo funciona un programa o aplicación, o el modo en que trabaja su navegador. Tampoco conocen los peligros a los que se exponen, a quién dan sus datos o qué datos están dando. Ni siquiera tienen claras las normas de comportamiento (si las hay) con estas tecnologías, con lo que no resulta extraño que haya quienes rechacen de plano participar en según qué comunidades, como es el chat de WhatsApp.
Aunque no es necesario ser un experto en informática, sí es conveniente tener algunas nociones sobre qué es lo que hace una web o a quién damos nuestros datos (y qué datos damos). Un ejemplo pasivo son las cookies, que cogen información de cómo navegamos por una web, y un ejemplo activo es en el que autorizamos a una app a coger datos de una red social (por ejemplo, en un registro), pasándole grandes volúmenes de datos sobre nuestros conocidos.
Además suele ayudar el identificar los enlaces externos de spam, publicitarios o que nos hagan sospechar. Aunque suele ocurrir que no tenemos muy claro qué puede dañarnos, y cómo, especialmente si miramos generaciones que no crecieron con pantallas.
¿Sabemos enseñar a usar tecnología?
De nuevo, la respuesta no es muy tranquilizadora. Si no somos capaces de usar de un modo adecuado la tecnología, por supuesto que no seremos capaces de transmitir esa información a otras generaciones.
No podemos pedirle a nuestro hijo que no entre en determinadas webs si observa cómo entramos nosotros. Tampoco podremos regañarles por sentarse con el smartphone en la mesa o por comunicarse con nosotros por chat si nosotros hacemos lo mismo. Queda claro que las nuevas generaciones nos imitarán en el uso de la tecnología, aunque ellos tienen defensas naturales ante algunos peligros.
Existe una clara brecha digital no solo en la penetración de tecnología avanzada, sino en cómo se consume. Los adultos de determinada edad son más propensos a caer en trampas, probablemente porque crecieron en un mundo en el que el periódico y las revistas de papel no las contenían. Simplemente, la mayoría de usuarios de edad avanzada no sospecha que un enlace pueda ser pernicioso, a diferencia de los más jóvenes.
Y aunque estos les imiten y entren en webs o se instalen aplicaciones sospechosas, son menos propensos a sufrir problemas. Usan antivirus como barreras, están más informados, bloquean pantallas emergentes…
Tal es el conocimiento nativo sobre el uso de la tecnología en los más jóvenes que se está dando un fenómeno sin precedentes: la inversión educacional debido a la tecnología. Las generaciones de adultos modernas son las primeras que fueron educadas por sus padres y por sus hijos, viniendo el conocimiento y know-how de ambas direcciones a la vez.
Con frecuencia generaciones jóvenes se ven obligadas a resolver problemas de sus familiares más mayores. «No sé dónde he tocado que me ha salido esto en la pantalla». Esto puede ser desde un virus informático a la instalación de una aplicación dañina, pasando por la cesión de todos nuestros datos a una empresa o la suscripción de pago a un servicio premium de algún tipo.
¿Cómo podemos aprender a usar tecnología?
No importa de la generación que seamos o el tipo de tecnología que usemos. Estar informados sobre sus peligros (y este puede ser estar estresado por tener que contestar en un chat) siempre jugará en nuestro favor. Y para aprender a usar la tecnología no hay que desembolsar grandes cantidades de dinero. Basta con seguir unas pautas más o menos regladas y claras:
- Si no confías en el producto, o si sospechas, ni entres en su web ni te lo instales. Para saber si confiar o no en un producto siempre puedes buscar información sobre él en cualquier buscador con combinaciones de palabras como «Impresiones PRODUCTO», «Problemas PRODUCTO» u «Opiniones PRODUCTO», entre otros.
- No entres en una web que aparezca identificada como maliciosa, que quiera realizar cambios en tu dispositivo o que te pida instalar complementos en los que no confíes.
- Lee toda la información que aparezca en pantalla, y no hagas clic solo porque un botón lo solicite. «Haz clic aquí» todavía es un gran reclamo.
- No des información personal a la ligera, y nunca des información sensible como cuentas bancarias o fotografías personales. Ni a organizaciones ni a particulares.
- Tampoco des información o permisos extra a aplicaciones. Un navegador de ruta, por ejemplo, necesitará acceder a tu GPS para funcionar, pero no necesita saber tu nombre, tener tu foto, o conocer a tus amigos de Facebook.
- Ante la duda, no hagas clic, instales o aceptes nada. Pide consejo a gente en quien confíes.
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