«Querida Lucía: ya falta menos para encontrarnos». Resulta sencillo extraer un amor perpetuo que se escapa por todas y cada una de las letras de esta frase.
El deseo de unión nos enseña que, por fuerte que sea el paso del tiempo, hay amores que nunca mueren y que acaban transformando nuestras vidas y las de todos aquellos que nos rodean.
Es precisamente este el mensaje de «El verano que vivimos», el nuevo trabajo de Carlos Sedes, un director que apuesta por seguir haciendo lo que bien hecho está. Y es que, por muchas historias de amor que hayamos visto a lo largo de nuestra vida en la gran pantalla, el espectador siempre disfrutará asistiendo a esa explosión de sentimientos que provoca el amor prohibido.
Esta historia que Sedes ha venido a contarnos es la de Lucía (Blanca Suárez), Hernán (Pablo Molinero) y Gonzalo (Javier Rey). Ambientada en las viñas del Jerez de la Frontera de los años 50, el vino parece embriagarnos hasta conducirnos al mundo de dos familias cuyas vidas están tan arraigadas a aquellas tierras como las raíces de las plantas que las sustentan. La construcción de una nueva bodega atraerá a Gonzalo, un arquitecto cuyo mundo se reconstruirá en base a los cimientos de Lucía.
Será una joven periodista, interpretada por Guiomar Puerta quien, 40 años después, rescate aquel verano atrapado en el olvido de sus protagonistas. Empezaremos entonces un viaje sin retorno hasta lo más profundo de la memoria, un camino que nos llevará, de nuevo, a aquellas viñas.
La realidad que inspira «el verano que vivimos»
Es la vida real la que crea aquellas historias que nos hacen soñar a través de la pantalla. «El verano que vivimos» nace en las manos de un hombre que le sigue escribiendo a su mujer fallecida a través de esquelas durante más de 20 años. Le cuenta lo sucedido a lo largo del año, como si siguiera viva para él algo que, por otro lado, resulta innegable. Imaginar a aquel hombre inspiró a un equipo que decidió recordarnos que hay historias de amor que, por cortas que sean, nos marcan durante toda la vida.
Tanto Javier Rey como Pablo Molinero nos cuentan que uno de los aspectos más llamativos de la película es la capacidad de influencia que tienen los hechos de sus personajes sobre la vida de otras personas. Los sentimientos que expulsa la historia por cada uno de sus poros se convierten en un auténtico huracán capaz de destruir todo aquello que encuentra a su paso.
Además, resulta imposible ignorar el contexto en el que se ambientan las vidas de los dos amantes. Lucía y Gonzalo esconden un amor prohibido en el año 1958, una época reprimida y desconectada en la que los impedimentos se multiplican a su alrededor. Para Pablo Molinero, el tercero en discordia, “en una sociedad más reprimida llevar a cabo tus sentimientos se convierte en un volcán que explota y arrasa con todos aquellos que están alrededor”.
El actor remarca también la belleza insólita que se esconde en la escritura de las esquelas. «Hoy en día nadie manifestaría o reviviría un amor de esta forma. Si hubieran existido las redes sociales, quizá Gonzalo y Lucía se habrían encontrado de otra manera».
Atrapar el tiempo
La intensidad de un amor de ese calibre no resulta fácil de olvidar por lo que, cada 15 de septiembre, durante casi 40 años, Gonzalo sacaba ese amor que sentía por Lucía para transformarlo en palabras. Las únicas capaces de aplacar un dolor que le acompañó hasta el final de sus días y que, ahora, llevará al espectador a vivir otras vidas. Aquello le permitió rememorar una historia digna de vivir pero también le ancló en un pasado cada vez más presente. “El tiempo se detiene para Gonzalo en aquel verano. Empieza entonces un nuevo tiempo que pasa más lento que el primero” nos cuenta Javier Rey.
El espectador tendrá la oportunidad de detenerse sobre un concepto tan abstracto como es el tiempo, apreciando de forma minuciosa el detalle de cada escena. Es este precisamente uno de los objetivos de Carlos Sedes, quien no solo trae el amor hasta la pantalla sino que trata de diferenciar este romanticismo frente a sus antecesores gracias a esta profunda reflexión.
Sentir Jerez
Jerez de la Frontera es mucho más que una localización en «El verano que vivimos». El equipo de la película ha recreado con recelo un entorno que atrapa al espectador y le introduce de lleno en una tierra capaz de conducir emociones. Para Javier Rey, las viñas de Jerez son una especie de director que orquesta, de forma casi inconsciente, una realidad perpetua. “Jerez es un personaje más. No solamente es el telón de fondo. La manera de vivir de sus gentes, el arte del vino… la pasión de Jerez hace que Gonzalo transforme su ser” asegura.
Este nuevo film cuenta con la colaboración de Orange, una compañía que lleva tiempo apostando por la ficción nacional con títulos como “Adiós”, de Paco Cabezas o “Hasta que la boda nos separe”, de Dani de la Orden. Orange muestra así su respaldo a la producción española, tanto en el apartado de series de televisión como de obras para la gran pantalla.
La pandemia provocada por la Covid-19 ha obligado a retrasar en numerosas ocasiones el retraso de este film de Carlos Sedes que, por fin y tras mucho trabajo, estará disponible en las salas de cine a partir del 4 de diciembre.
«El verano que vivimos» es, según Pablo Molinero, «la piedra filosofal que es el amor». Un film que rememora esos sentimientos ancestrales que hoy día continúan obsesionando a la humanidad y que poseen tantas aristas como personas hay en este loco mundo.