Elon Musk ya es el segundo hombre más rico del mundo, va camino de convertirse en el monopolista de la movilidad eléctrica y no pasa día sin que se hable de él. El empresario estadounidense es un hábil comunicador y conoce el poder del anuncio en un mundo impulsivo. Su hazaña más fascinante es sin duda la conquista del espacio con su SpaceX, que poco a poco está reemplazando a la NASA en las misiones de menor impacto investigativo. Estas incluyen la expedición en órbita de satélites artificiales.
Musk está muy orgulloso de su paquidérmico proyecto Starlink. Se trata de la puesta en órbita de 12 000 satélites artificiales. Y es solo la primera parte, ya autorizada, de un plan que prevé otros 30 000 lanzamientos. Los satélites artificiales son cada vez más numerosos y son puestos en órbita por empresas privadas como la de Musk, pero también por gobiernos, especialmente los de China y Estados Unidos. Se utilizan para comunicaciones, internet, meteorología y propósitos militares y de espionaje.
Actualmente ya hay 3000 satélites activos en órbita. Pero los de Starlink actuales son un 99% más brillantes que los demás, porque se colocan en la órbita baja. Por lo tanto, están mucho más cerca de la superficie del planeta y son más reflectantes de lo que el mismo grupo de ingenieros tenía previsto. Resultado: a este paso, pronto será prácticamente imposible salir de la ciudad para ver las estrellas del firmamento. Como mucho, habrá que conformarse con los satélites.
En definitiva, ya no tendremos forma de escapar de otra de las emergencias ambientales: la contaminación lumínica. Y mudarse a un lugar con poca luz artificial no servirá de nada. Un problema particularmente significativo para las observaciones en Canadá, en el norte de los Estados Unidos y en gran parte de Europa.
Musk nos tapa las estrellas
Cada dos semanas, más o menos, SpaceX lanza alrededor de 60 satélites. Para esta misma Navidad, los del grupo de Musk serán unos 1000. La astrónoma Samantha Lawler explica en ‘The Conversation‘: «A simple vista, observar el cielo desde un lugar aislado te permite ver unas 4500 estrellas. Hacerlo desde las afueras de una ciudad reduce esta oportunidad a alrededor de 400. Las simulaciones muestran que desde los 52 grados norte, la latitud de Londres, cientos de satélites Starlink serán visibles durante aproximadamente dos horas después del atardecer y antes del amanecer. Y decenas de ellos permanecerán visibles toda la noche en los meses de verano”.
Además de SpaceX, también está Amazon, de Jeff Bezos (el único ser humano más rico que Musk). Su proyecto Kuiper ahora prevé el lanzamiento de 3236 satélites. Los expertos están trabajando con astrónomos profesionales para encontrar una forma de mitigar el efecto de miles de satélites reflectantes. En particular, por las consecuencias sobre la observación de los objetos celestes interestelares, es decir, todos aquellos no relacionados con un sistema con su propio ‘Sol’. Entre estos se encuentran los asteroides o los cometas.
SpaceX ha intentado envolver sus vehículos con un revestimiento opaco, aunque las primeras pruebas no parecen prometedoras. El objetivo de Starlink es proporcionar la conectividad a internet a todo el mundo, incluso, y sobre todo, a los lugares más remotos del planeta. Sin embargo, la viabilidad del proyecto es muy cuestionable. Los costes de la conexión, de hecho, solo podrían ser accesibles a los mercados ricos. Y a cambio obtendríamos la devastación de la observación del cosmos y la desaparición de las estrellas.
El síndrome de Kessler
Otro de los problemas que plantean las iniciativas de Musk y sus epígonos es el llamado síndrome de Kessler. La ausencia de reglas para las órbitas de los satélites aumenta el riesgo de colisiones y hace que sea casi imposible recuperar los desechos espaciales. Todos estos satélites, de hecho, una vez que dejen de funcionar serán dejados a la deriva, porque nadie puede obligar a las empresas a recuperar los restos.
Es el escenario en el que pensó el consultor de la NASA Donald J. Kessler en 1978. El científico advirtió de que la cantidad y volumen de basura espacial en órbita baja alrededor de la Tierra podrían llegar a ser tan elevados que acabarían generando continuas colisiones. Hasta desencadenar una aterradora reacción en cadena. Un efecto dominó con la multiplicación descontrolada de escombros y aumento de impactos. Esto provocaría la imposibilidad, durante décadas, no solo de lanzar más satélites, sino también de cualquier tipo de exploración espacial.
Luego existe un problema más profundo, casi filosófico, planteado por Lawler. La mitad de los átomos que componen nuestro cuerpo son materia producida fuera de la Vía Láctea. Las partículas que forman los cuerpos y los objetos son materia intergaláctica impulsada por los vientos producidos por supernovas que han viajado cientos de miles de años luz. Finalmente, bajo ciertas condiciones, todo esto se reunió y comprimió por su propia gravedad. Estamos hechos de la materia de las estrellas. ¿Queremos renunciar a nuestra fuente de vida?
“Las grandes corporaciones como SpaceX y Amazon solo responderán a las leyes, que son muy lentas, especialmente a escala internacional, y a la presión de los consumidores. ¿Vale la pena, para lograr una nueva opción de conexión a internet, perder el acceso a un cielo despejado?”, se cuestiona la astrónoma.
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Imágenes | SpaceX/Unsplash, Greg Rakozy/Unsplash, SpaceX/Unsplash