Cuando Kathleen Rubins se convierta en la primera mujer en aterrizar en la Luna, será capaz de leer la historia de nuestro satélite en sus rocas. Una habilidad inusual que habrá aprendido en Lanzarote.
La bióloga molecular es una de las seleccionadas para la misión Artemis de la NASA, que espera tomar el testigo de las misiones Apolo para volver a completar un viaje tripulado a la Luna en 2024. Mientras llega el momento, Rubins estudia y entrena. Por eso ha formado parte del programa Pangaea de la Agencia Espacial Europea, diseñado para que los astronautas adquieran el conocimiento y las habilidades prácticas para ser científicos de campo efectivos durante las futuras misiones a la Luna y Marte.
Durante el mes pasado, Rubins formó parte de una expedición singular a la isla canaria de Lanzarote. Junto a ella, el astronauta de la ESA Andreas Mogensen y el ingeniero de la ESA Robin Eccleston. ¿Qué buscaban exactamente en las tierras volcánicas de Lanzarote? ¿Y a dónde los ha llevado Pangaea y hasta dónde los llevará en su camino para convertirse en mejores exploradores espaciales?
Lanzarote: una isla marciana
Desde que el programa Pangaea empezó a desarrollarse en 2016, todas sus ediciones han pasado por el Geoparque de Lanzarote. De hecho, entre los primeros en inaugurar el trabajo en la isla de los mil volcanes estuvieron el astronauta español Pedro Duque, Luca Parmitano y Matthias Maurer.
De acuerdo con la Agencia Espacial Europea, Lanzarote fue elegida por su cierto parecido geológico con Marte. Aunque la actividad volcánica es escasa en el planeta rojo, nuestro vecino en el sistema solar fue muy activo en el pasado. La isla de Lanzarote, como el resto de las Canarias, tiene origen volcánico. Sin embargo, allí el clima seco propicia unos procesos sedimentarios muy suaves, lo que preserva muy bien el paisaje geológico.
Los astronautas pueden aprender cuál es la mejor forma de tomar muestras de rocas en este tipo de paisajes y buscar señales de vida. “En Lanzarote podemos estudiar las interacciones geológicas entre la actividad volcánica y el agua, dos factores clave en la búsqueda de vida”, explica Samuel Payler, coordinador de formación de Pangaea. Y es que, aunque el suelo parezca estéril, las rocas pueden estar llenas de microorganismos.
“Las islas Canarias son perlas en mitad del Atlántico para los estudios planetarios y Lanzarote constituye el entorno perfecto para mejorar la eficiencia de las futuras expediciones a la Luna y a Marte”, explicó durante el transcurso de otra edición de Pangaea en 2018 Jesús Martínez-Frías, profesor de geoquímica planetaria en el Instituto de Geociencias de España. “Los basaltos hacen de este lugar un buen análogo de la Luna; mientras que los minerales acuáticos resultan útiles para los estudios de habitabilidad de Marte”.
Extraterrestres sin salir de Europa
Pangaea se desarrolla con trabajo de campo en cuatro localizaciones diferentes. En ellas busca enseñar a los astronautas a leer y describir paisajes. Y a realizar muestreos eficaces en un entorno complicado de polvo y rocas volcánicas. En cada una de las partes del curso, colaboran de científicos y profesores. Son ellos los que muestran cómo seleccionar los mejores puntos de aterrizaje y de recogida de pruebas, orientarse o escoger las rutas más seguras en un paisaje en el que no abundan los caminos.
“Ahora somos capaces de escuchar y comprender mejor los latidos geológicos del planeta. Algunas rocas son como libros abiertos que nos cuentan la historia de nuestro sistema solar”, explica el danés Andreas Mogensen, al término del curso en Lanzarote, la tercera etapa de un programa de entrenamiento que los ha llevado a Italia y Alemania y que todavía tiene que pasar por Noruega antes de concluir.
En plenos Dolomitas, en la región italiana de Trento, los participantes estudiaron el paraje de la garganta del río delle Foglie o cañón Bletterbach, por su nombre alemán. Allí, en rocas expuestas a la vista que tienen más de 250 millones de años, los astronautas aprenden los fundamentos de la formación de la Tierra y la geología sedimentaria de Marte, así como los procesos de erosión que sufren las rocas en superficie.
La segunda etapa del viaje es el cráter Ries, en Alemania. La localización no es para nada aleatoria. Allí también se prepararon para sus misiones a la Luna los integrantes del Apolo 14 y el Apolo 17. Fue la última vez que un ser humano pisó nuestro satélite. En Ries, los astronautas estudian en directo las características del lugar de impacto de un meteorito y aplican sus conocimientos sobre geología lunar.
Después llega el turno de Lanzarote, para acabar terminando Pangaea en las frías tierras de Lofoten. En las islas noruegas, los astronautas exploran uno de los paisajes terrestres más parecidos a los altiplanos lunares. “El objetivo es que los astronautas en misión espacial sean parte de la ciencia lunar [y, algún día, marciana] y no solo personas que ejecutan órdenes enviadas desde la Tierra”, concluye el coordinador del programa, Samuel Payler.
Cuando en 2024, si todo sale según lo previsto, Kathleen Rubins sea una de las personas en volver a pisar la Luna tras medio siglo de ausencia, es probable que miles de recuerdos y sensaciones atraviesen su mente en cuestión de segundos. Quizá uno de ellos sea el paisaje de la isla de los mil volcanes.
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Imágenes | ESA