Nos atiende entre clase y clase, en la Universidad de Santiago de Compostela (USC, Galicia). Y nos avisa: “Yo no soy especialista en vacunas, por si tenéis las expectativas muy altas”.
Aun así, la trayectoria investigadora de Antonio Salas lo precede. Experto en genética de poblaciones y catedrático de la USC desde 2012, ha publicado cerca de 300 artículos científicos, entre los que se incluyen algunos de los estudios más relevantes que se han hecho en España sobre la COVID-19. Hablamos de cepas y mutaciones, patrones de contagio y, a pesar de las advertencias, de las esperadas vacunas.
– Uno de sus primeros estudios sobre la COVID-19 trataba de los superpropagadores. ¿Qué hemos aprendido desde entonces sobre su papel en el contagio de la enfermedad?
Aquellos primeros meses fueron una locura de no dormir y estar siempre al pie del cañón. Este paper salió como preprint en mayo, fue aceptado antes de verano y salió publicado en octubre en ‘Genome Research’. Desde entonces se han actualizado mucho las bases de datos y se han publicado muchos estudios al respecto.
Se ha constatado que los supercontagiadores juegan un papel importante. Para mí, son el motor de la epidemia. Casi todos los focos principales de contagio se inician en un evento así. Cuando este foco se hace fuerte, la propagación de la epidemia crece rápidamente. Los superpropagadores son como las chispas que inician el fuego. No sabemos muy bien qué determina a un supercontagiador, pero sabemos que cuando el foco se asienta, cuando hay un círculo de contactos contagiados, se dispara el brote.
«Cada brote deja una huella. El virus muta y estas mutaciones dejan rastros en el genoma. Pero la mayor parte de las mutaciones desaparece, por azar o por selección natural».
– Si no sabemos qué determina a un supercontagiador, ¿cómo impedir que propaguen la enfermedad?
La estrategia es la misma para todos, porque todos podemos contagiar, todos contribuimos a la dispersión de la pandemia. Solo que algunos más que otros. Los supercontagiadores no son nada nuevo. Simplemente lo hemos constatado en esta pandemia, pero hay otras epidemias que siguen este patrón. Por ejemplo, tenemos el caso de Mary Mallon [María Tifoidea] a principios de siglo XX. Durante el SARS de 2003 también se constató la presencia de superpropagadores.
– En el extremo opuesto tenemos a los asintomáticos. ¿Tienen la misma capacidad de contagio?
Estamos rodeados de incertidumbre, de muchas preguntas sin respuesta. Pero yo quiero pensar que no tienen la misma capacidad de contagio. Me cuesta ver que un asintomático sea tan propagador, que tenga una carga vírica tan importante, como un supercontagiador. Aun así, es algo que se está estudiando. Todavía no sabemos qué significa realmente ser asintomático.
– Asintomáticos o supercontagiadores, los test son una de las grandes herramientas para cortar la cadena de transmisión del virus. ¿Será posible en algún momento llegar a frenar el contagio antes de que se muestren los primeros síntomas?
Nosotros centramos nuestro trabajo en estudiar al huésped, es decir, los seres humanos. Los llamados estudios de expresión génica nos muestran que nuestro cuerpo responde, a nivel genético, de una manera concreta a las infecciones. Hay respuestas comunes a cualquier enfermedad y hay respuestas específicas. Así, pueden rastrearse las expresiones genéticas que muestran, de forma indirecta, que la infección está en marcha. Sin necesidad de ver el virus.
En una carta publicada en ‘The Lancet’ junto a Miriam Cebey-López analizamos cómo esto puede hacerse antes de que aparezcan los primeros síntomas. Es decir, podrían detectarse los contagios antes de que la enfermedad se manifestase clínicamente. Hay muchos proyectos trabajando para que estos test sean factibles en un tiempo breve y a un coste bajo.
– En noviembre publicaban otro estudio en el que identificaban las principales cepas de COVID-19 en España. Ahí sugerían que la enfermedad entró en febrero por Vitoria-Gasteiz. ¿Sabemos cómo?
Aquí hay que hacer una puntualización. Nosotros trabajamos sobre una base de datos en la que no están todas las secuencias genéticas. Es decir, pudo haber sucedido algo antes de lo que nosotros pudimos detectar. Aun con esa salvedad, es muy probable que cualquier secuencia que hubiese entrado en España antes del brote de Vitoria-Gasteiz no haya tenido un impacto fuerte.
Cada brote deja una huella. El virus muta y estas mutaciones dejan rastros en el genoma. Pero la mayor parte de las mutaciones desaparece, por azar o por selección natural. Así que, si hubo cepas antes del brote de Vitoria-Gasteiz, estas no han dejado una huella significativa en España.
Vemos continuamente cómo surgen nuevas cepas y desaparecen. Pueden no pasar de un individuo o de un contagio. Solo una cepa que tiene éxito reproductivo, que se asienta en la población, es la que acaba por ser observable en las bases de datos.
«Es prudente pensar que existe la posibilidad de que alguna mutación tenga un efecto importante sobre la transmisión o la eficacia de una vacuna».
– Hablamos de cepas, pero, ¿con qué frecuencia se producen mutaciones?
Cada vez que se replica el virus puede producirse una mutación. Al principio se hablaba de que el virus mutaba poco. El coronavirus muta, como todos los virus. Mucho o poco depende de la valoración de cada uno. Es cierto que muta menos que el virus de la gripe o el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), pero no muchísimo menos.
Digamos que el coronavirus acumula una mutación observable, una cantidad de variación genética observable, cada dos semanas. Tenemos un catálogo de más de 20 000 mutaciones. Si eso nos parece mucho o poco, ya depende de cómo lo queramos ver.
– ¿Es más probable que se impongan mutaciones más contagiosas con el tiempo?
Estas mutaciones pueden ser irrelevantes en su mayoría. Además, es muy difícil valorar si una cepa es más contagiosa o más grave que otra. Pero es prudente pensar que existe la posibilidad de que alguna de esas mutaciones tenga un efecto importante sobre la transmisión o la eficacia de una vacuna. No debe descartarse esa posibilidad.
Aun así, quiero pensar que las vacunas van a tener una eficacia elevada, muy por encima de nuestras expectativas iniciales. Si se confirman los datos que hablan de eficacias por encima del 90 %, será un logro científico espectacular. Cabe preguntarse dónde estaríamos si no hubiese ciencia, porque la única forma de parar la pandemia es una vacuna.
– Volviendo a su estudio genético, a la luz de este y otros trabajos, ¿fue Italia el gran propagador en la primera ola de la pandemia?
La mutación más importante fuera de China, que ha tenido un éxito tremendo en el resto del mundo, creemos que surgió en Italia. Desde allí se propaga a todo el mundo occidental y vuelve a Asia. Desde el punto de vista epidemiológico, Italia fue uno de los grandes focos de incubación inicial y de propagación. España, en una fase un poco posterior, tampoco se quedó corta.
– Otros estudios señalan que, en la segunda ola europea, la variante predominante tuvo origen en España.
En el cómputo global, no sé hasta qué punto podemos responsabilizar a España de la segunda ola en Europa. En el fondo, da igual dónde surjan las cepas, lo realmente importante es cómo reacciona el país al que llega. Volviendo sobre el caso anterior, no se puede responsabilizar a Italia de que surgiese allí la cepa que acabó expandiéndose por buena parte del mundo.
– Entonces, hablar del virus chino, como se ha hecho en varias ocasiones, es tratar de esconder una realidad mucho más compleja.
Claro. De hecho, la cepa original de Wuhan representa un porcentaje relativamente pequeño de la base de datos de los genomas del virus que manejamos.
«Que un médico, a día de hoy, esté dudando sobre la eficacia de las vacunas, me parece que atenta contra la profesión».
– En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (OMS) trabaja en China y otros países cercanos buscando el origen de la pandemia. ¿Llegaremos a saberlo con certeza?
Creo que es importante conocer cómo surge el nuevo virus. Nos puede ayudar a revisar el presente y prepararnos para el futuro. Ahora mismo, existe una evidencia consistente sobre que el virus no tiene un origen artificial. Pero no puede descartarse el papel del ser humano en el modo en que ese virus salta a la población.
Es muy probable que se haya producido un salto zoonótico, de animal a persona, que es lo que sucede normalmente con los virus. Y es algo que nos habla de la convivencia de los seres humanos con otras especies y con los virus. Las epidemias son más normales de lo que pensamos y el potencial patógeno de los coronavirus es conocido desde hace años.
– Sin embargo, las teorías sobre el origen en laboratorio del virus siguen circulando.
Si toda la evidencia genética apunta en una dirección, que es el origen animal, y sabemos que la mayoría de los virus funcionan así, no deberíamos hacerle caso a una teoría que no tiene evidencias sólidas, que maneja argumentos que rozan el ridículo.
Sin embargo, en un contexto de población general tiene su impacto. Sobre todo, si nos lo sueltan en un programa de televisión de mucha audiencia. En el caso de la viróloga china Li-Meng Yan [principal voz de la hipótesis del origen en laboratorio], no quiero entrar en los problemas que pueda haber tenido con su gobierno. Pero su estudio, desde un punto de vista científico, es demencial.
Creo que es problemático cuando estos mensajes sin base sólida los envía gente de cierto prestigio como ella. Eso ya sin entrar en los charlatanes, que hay muchos. Incluso alguno roza la ilegalidad con respecto a su código deontológico.
– ¿Está pensando en alguien concreto?
No voy a decir nombres. Pero que un médico, a día de hoy, esté dudando sobre la eficacia de las vacunas, me parece que atenta contra la profesión. La intoxicación informativa es algo real y está teniendo un impacto significativo.
Se ha conseguido una vacuna en menos de un año porque se ha invertido una cantidad de dinero abrumadora y ha habido cientos de candidatos vacunales, cientos de compañías implicadas, algo que nunca se había visto. Yo estaré el primero en la cola cuando tenga la oportunidad de ponérmela.
– Dos de las vacunas que previsiblemente se aprobarán en la Unión Europea son vacunas de ARN mensajero. Se las ha llamado también vacunas genéticas, pero, ¿alteran de alguna manera nuestros genes?
Bueno, ha habido incluso quien ha dicho que nos íbamos a convertir en transgénicos. Estas vacunas funcionan con un procedimiento relativamente sencillo. Se trata de introducir una parte pequeña de las instrucciones genéticas del virus en nuestro cuerpo para que nuestras células sean capaces de producir una proteína [la misma que usa el virus para atacarlas] y entrenar una respuesta inmunitaria específica.
El ARN mensajero es, precisamente, un mensaje a la célula con unas instrucciones de fabricación concretas. Las células producen una proteína y el cuerpo reacciona ante ella. Sin causar una infección, claro, porque el virus no ha sido introducido en el cuerpo en ningún momento. El gran desafío de estas vacunas es logístico, porque el ARN es muy delicado, se degrada fácilmente, por lo que tiene que estar en condiciones de supercongelación.
– ¿De dónde sale este trozo de ARN, estas instrucciones?
Se fabrican en laboratorio, se hace desde hace décadas. Por ejemplo, la PCR, que le dio el Nobel a Kary Mullis en 1993, se implantó en los laboratorios en los años ochenta del siglo pasado. Para la PCR es necesario fabricar material genético y hasta hace no mucho lo hacíamos en el laboratorio, aunque ahora ya hay empresas que se dedican a ello.
– Con cientos de millones de personas vacunándose, cualquier pequeña reacción va a parecer mucho. ¿Cómo se va a manejar esto?
Existen probabilidades de reacciones adversas de las vacunas como con cualquier otro medicamento, como la aspirina o el ibuprofeno. Lo importante es tener en cuenta que estas reacciones serán excepcionales y que la mayor parte de las veces no pasará de una reacción local: un poco de hinchazón o dolor en el punto del pinchazo. Personalmente, estoy dispuesto a asumir la molestia.
«La gente tiene derecho a dudar. Pero creo que es importante pensar que la aprobación de una vacuna no depende de la industria farmacéutica, sino de agencias reguladoras».
– La tecnología de ARN mensajero no es nueva, pero sí es la primera vez que se aprueba una de estas vacunas. ¿No le parece normal que genere dudas en parte de la población?
La gente tiene derecho a dudar, sobre todo, en un mundo tan manipulado desde el punto de vista de la información. Pero creo que es importante pensar que la aprobación de una vacuna no depende de la industria farmacéutica, sino de agencias reguladoras. Que una vacuna salga al mercado no depende de que Pfizer o AstraZeneca insistan mucho. Depende de unos mecanismos de control estrictos.
Se trata de confiar, no en charlatanes o vídeos de YouTube, sino en que los procedimientos de la ciencia funcionan. En cuanto empecemos a vacunarnos y veamos que no pasa nada, que es una vacuna como otra, cuando se supere el ruido de los primeros casos de efectos adversos, creo que la mayoría decidirá vacunarse.
– ¿Podemos entonces estar seguros de que va a funcionar y no va a tener consecuencias?
Ya una vacuna en fase tres de desarrollo tiene las suficientes garantías. Pero una vez que está aprobada por las agencias reguladoras, a mí no me cabe la menor duda. Otra cosa diferente es que se alcancen las eficacias que se están anunciando, superando el 90%.
Desde el punto de vista de una empresa farmacéutica, creo que sería un error garrafal hacer falsas promesas en relación a algo tan mediático. Si tenemos en cuenta la inversión realizada y la elevada competencia que hay, no tiene sentido anunciar algo que no es real y que no funciona. Hay que confiar en esta vacuna como en cualquier otra.
Imágenes | Unsplash/ Gerrie van der Walt, Fusion Medical Animation, National Cancer Institute