Cuando era niña, Jocelyn Bell suspendió un examen y le dieron a entender que lo de la ciencia no era lo suyo. Poco más de una década después, sentada ante el pliego de papel infinito que recogía las señales del radiotelescopio de la Universidad de Cambridge, descubría los púlsares.
Estas estrellas de neutrones que liberan ondas de radio a intervalos regulares siguen siendo su gran pasión. Por su descubrimiento, Bell es hoy reconocida como una de las científicas más influyentes de Reino Unido y una de las astrofísicas más destacadas de todo el mundo. La suya ha sido una vida con casi tantas barreras por superar como logros conseguidos, en la que ha compaginado su labor investigadora con la lucha por la igualdad.
A sus casi 80 años, sigue transmitiendo la pasión por la astronomía y su entusiasmo por la ciencia allá donde va. Nos atiende desde su casa, temprano, mientras se sirve una taza de café. “Debería estar despierta a estas horas, pero me sigue haciendo falta el café”, se excusa.
– Se acaban de cumplir 54 años desde que descubrió el primer púlsar. ¿Qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza cuando detectó esa señal de radio?
Supe que tenía que ser algo astronómico. Una de las dificultades de la radioastronomía es que muchas veces lo que detectamos son interferencias. Pero en este caso sabía que tenía que ser algo que venía de las estrellas. Apareció una vez y luego volvió al cabo de 23 horas y 56 minutos, que es el tiempo que tardan las estrellas en volver a aparecer en un punto determinado en el firmamento. Era algo que estaba ahí fuera, pero ¿qué?
– De hecho, bautizó la señal como hombrecillos verdes, Little Green Men (LGM) en inglés. ¿En algún momento llegó a pensar que se trataba de algo artificial?
El nombre se lo pusimos a modo de broma, pero sí que tuvimos que comprobar que la señal no tenía origen en una tecnología extraterrestre. Supusimos que, si estos hombrecillos verdes vivían en un planeta que daba vueltas a un sol, cuando su mundo estaba más cerca del nuestro, los pulsos detectados tendrían que percibirse más juntos debido al efecto Doppler. Y cuando el planeta se alejase ocurriría lo contrario.
Buscamos esas señales del efecto Doppler y, por consiguiente, de que el origen pudiese estar en algo alienígena en un planeta, pero no encontramos nada.
– Una pena.
Bueno, creo que no fue una pena. Fue más bien un alivio. [Risas]
«Cuando llegué a la Universidad de Glasgow para hacer la licenciatura de Física, era la única chica en una clase de 50 alumnos».
– Unos años más tarde, en 1974, el supervisor de su tesis en el momento del hallazgo, Antony Hewish, se llevó el premio Nobel de Física por su papel en el descubrimiento de los púlsares. ¿Por qué cree que la dejaron de lado? ¿Ser mujer o ser una joven estudiante tuvo algo que ver?
Ambas razones tuvieron que ver, probablemente. Pero creo que, sobre todo, fue por ser una estudiante. En aquel momento, el premio Nobel se lo llevaba siempre un investigador sénior. El hecho de que además fuese mujer pudo tener algo de peso en la decisión, pero creo que fue, sobre todo, por estar todavía estudiando para el doctorado.
– ¿Llegó a hablar con esto de Hewish?
No, la verdad es que no. Después de mi doctorado dejé la Universidad de Cambridge, así que ya no trabajaba allí cuando se falló el Nobel. Desde entonces, solo he coincidido con Tony un par de veces en mi vida y no hablamos del tema. No podría decir que mantengamos un contacto cercano.
– Es una gran activista por la igualdad de género. ¿Qué barreras experimentó a lo largo de su vida por ser mujer?
Muchas, la verdad. La primera que recuerdo con claridad me la encontré con 11 años. En Reino Unido se hacía entonces un examen para decidir si los niños y las niñas eran más aptos para una carrera teórica o académica o una carrera práctica. Como se daba por supuesto que las niñas estaban más desarrolladas que los niños a esa edad, nuestros test eran más exigentes. Así que pude notar esas barreras de género enseguida. [Bell suspendió aquel examen].
– ¿Todas esas barreras fueron desapareciendo con el tiempo?
Más que desaparecer, se van identificando mejor. Cuando llegué a la Universidad de Glasgow para hacer la licenciatura de Física, era la única chica en una clase de 50 alumnos. Había muy pocas mujeres en este tipo de carreras en aquel entonces. A lo largo de mi vida, fui la primera o de las primeras mujeres en muchas cosas. La primera en presidir el Instituto de Física de Reino Unido. La primera en presidir la Royal Society of Edinburgh [la academia de ciencias y letras de Escocia].
«Si eres mujer, no acabarás siendo una buena científica si solo aprendes a estar guapa y a vestirte de rosa».
– Cuando llegó a Glasgow y a Cambridge, siempre comenta que sintió un fuerte síndrome del impostor, sentía que no merecía estar allí. ¿Por qué cree que esto sigue pasando con muchas mujeres hoy en día?
Es una reacción muy humana cuando nos enfrentamos a grandes decisiones en entornos que nos desafían. Esta reacción se multiplica cuando eres la única mujer o una de las pocas en ese entorno. Pero, por lo que he oído, es algo también bastante común entre los periodistas. Sufrís el síndrome del impostor cuando tenéis que enfrentaros a un artículo complicado.
– La verdad es que esa sensación siempre está ahí.
Es el desafío y la sensación de estar preparado o no para él lo que provoca el síndrome del impostor.
– En 2018, recibió el Special Breakthrough Prize in Fundamental Physics y destinó el importe del premio, tres millones de dólares, a ayudar a mujeres, minorías y otros grupos infrarrepresentados en la carrera de Física. ¿Cuáles son las razones detrás de la brecha de género en algunas ciencias?
Creo que tiene mucho que ver con razones culturales, con la forma con la que criamos a niños y niñas. No sé cómo es en España, pero una tienda de juguetes típica de Reino Unido tiene una sección bonita, rosa y llena de princesas para niñas y una sección mucho más educativa para niños.
En la publicidad también se ve. Los anuncios de juguetes para niñas usan palabras como bonito, artista o magia. Los anuncios para niños hablan de desarrollo, de construir, de pelear. Existe una brecha de género muy marcada ya en la infancia. Si eres mujer, no acabarás siendo una buena científica si solo aprendes a estar guapa y a vestirte de rosa.
– El cambio cultural no es sencillo. ¿Cómo cerramos la brecha?
No es un cambio sencillo, pero hay cosas que se pueden hacer ya desde niños. Aquí tenemos diferentes agrupaciones como las Girl Guides que, en colaboración con el Instituto de Físicas, han creado una medalla que dice “soy una física”. Las niñas tienen que llevar a cabo alguna especie de experimento o investigación para ganar esa recompensa. Puede parecer poca cosa, pero miles de niñas en Reino Unido han ganado su medalla de “soy una física” y están más cerca de las ciencias experimentales.
– Como niña, creció en un entorno cuáquero, una comunidad religiosa de la que todavía forma parte activa. ¿Qué importancia tuvo en sus valores de igualdad?
Los cuáqueros defienden la igualdad entre niños y niñas, suelen darles las mismas oportunidades y la misma educación. Como niña, no solo recibí enseñanzas domésticas. Fue un entorno en el que me sentí cómoda y pude prosperar mientras crecía. Creo que, en mi caso particular, era un entorno que encajaba a la perfección con mi temperamento.
«Estamos utilizando los púlsares para poner a prueba las leyes de la física. Y Einstein casi siempre tiene razón, por cierto».
– Quizá sea una pregunta demasiado personal, pero ¿cómo encaja la religión y la ciencia?
Hay un número bastante razonable de científicos que son personas religiosas y cada uno tiene sus razones y sus propias maneras de responder a esta pregunta. En mi caso, religión y ciencia encajan porque los cuáqueros no te dicen en qué debes creer, no tienen una verdad absoluta, te dicen que tienes que buscar las respuestas por ti mismo. Y eso encaja con la forma de pensar de un científico
– Volviendo a los púlsares. Desde su descubrimiento, hemos encontrado muchos otros. ¿Qué sabemos de ellos en la actualidad?
Conocemos mucho mejor sus características [hay más de 2000 púlsares catalogados]. Hay algunos que giran mucho más rápido sobre su eje que los que yo encontré y que luego se van ralentizando con el tiempo, como nosotros. Pero, sobre todo, los estamos utilizando para poner a prueba las leyes de la física. Por ejemplo, tenemos un par de púlsares orbitándose a sí mismos y, observándolos, comprobamos algunos de los aspectos de la Teoría de la Relatividad o de la de la Gravedad. Y Einstein casi siempre tiene razón, por cierto.
– Los púlsares son tan densos que distorsionan el espacio tiempo de forma muy evidente. ¿Qué significa esto?
Se producen tras el colapso de una estrella. Allí, en lugar de tener átomos con un núcleo y electrones a su alrededor, los electrones pasan a formar parte del núcleo y el tamaño del átomo se reduce. Es como si toda la materia de la estrella se concentrase en un cuerpo mucho más pequeño y denso. Allí, la gravedad es tan intensa que el tiempo va más despacio y podemos ver cómo la luz se dobla a su alrededor.
«Está más que probado que un equipo diverso, con gente de géneros y culturas diferentes, va a tener más éxito a la hora de resolver un problema que un grupo hecho de personas similares».
– También se han encontrado planetas alrededor de estos púlsares. ¿Cómo pueden haber sobrevivido este proceso de colapso?
No tenemos respuesta a esa pregunta. Existen hipótesis, eso sí. Quizá los planetas han sido atraídos a su órbita después de que se formase el púlsar. O quizá el planeta logró sobrevivir a este proceso tan intenso por simple azar. Pero no lo sabemos. Tampoco es que hayamos encontrado muchos ejemplos, la verdad sea dicha. Es un fenómeno poco común por lo que hemos visto.
– Cuando alguien se pasa toda la vida observando fenómenos tan lejanos, las rarezas del universo, ¿cómo se ven problemas como la discriminación o la desigualdad de vuelta a la Tierra?
Son cosas que no se pueden separar. Aun cuando observamos las estrellas, estamos trabajando en equipo. Y en estos grupos la diversidad es fundamental. Está más que probado que un equipo diverso, con gente de géneros y culturas diferentes, si es capaz de trabajar de forma conjunta, va a tener más éxito a la hora de resolver un problema que un grupo hecho de personas similares.
La variedad de experiencias y conocimientos hace que sea más probable encontrar el mejor enfoque para solucionar el problema y dar con la respuesta. Es un grupo mucho más difícil de gestionar, pero con mayores probabilidades de éxito.
Imágenes | Jocelyn Bell, NASA