En la Tierra viven 8,7 millones de especies eucariotas y más de un millón de millones de especies de bacterias. Y nosotros, en el medio de todas ellas.
Los números son solo estimaciones. En realidad, no sabemos con cuántos seres vivos compartimos el planeta. Solo hemos catalogado alrededor de 1,2 millones de especies de plantas y animales y unos pocos miles de bacterias. De hecho, cada año ‘descubrimos’, de media, más de 6.000 nuevas especies. Ignorar nuestra estrecha relación con este planeta biodiverso es ignorar nuestro lugar en el mundo.
Para recordárnoslo, cada 5 de junio, desde 1974, la ONU celebra el Día Mundial del Medioambiente. Este año, mientras combatimos una pandemia sin precedentes cercanos, las Naciones Unidas ponen el foco en la biodiversidad. En la lucha contra la deforestación intensiva y la invasión de hábitats silvestres (dejando la puerta abierta a las zoonosis). De telón de fondo, el cambio climático.
Mikel González-Eguino, investigador sénior del Basque Centre for Climate Change (BC3) y experto en la economía del cambio climático y la transición energética, nos habla del camino que hemos recorrido y de todo lo que nos queda por recorrer. Y, en estos tiempos tan complejos, deja un par de razones para mantener el optimismo.
– La pandemia ha demostrado lo malos que somos anticipando riesgos. ¿Aprenderemos para tomarnos en serio el cambio climático?
Espero que algo hayamos aprendido. Los retos de la pandemia tienen algunas similitudes con la protección del medioambiente y el cambio climático. Hemos visto cómo un evento global nos une y cómo las advertencias de la comunidad científica, que llevaban tiempo avisando de que una situación como esta podía producirse, se han cumplido. Lo mismo sucede con las alertas sobre el clima y el medioambiente.
El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) lleva varias décadas alertando de los efectos del cambio climático. Espero que esto que estamos viviendo nos ayude a repensar nuestra relación con la naturaleza. Y a cambiar para mejor.
«Las señales son claras. Tenemos que cambiar nuestra forma de funcionar para que sea más respetuosa con el medioambiente»
– También ha puesto sobre la mesa nuestra complicada relación con la biodiversidad. ¿Qué tiene que cambiar?
El año pasado se presentaron una serie de informes con unas conclusiones muy claras. Desde el IPCC se señalaba que ya estamos viendo los efectos del cambio climático. Y, si no queremos sufrir un impacto drástico sobre nuestras sociedades, tenemos que reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Por otro lado, los informes del IPBES [siglas en inglés de plataforma intergubernamental sobre diversidad biológica] van en la misma dirección. Alertan de una pérdida de biodiversidad a una escala nunca vista. Las dos cosas están interrelacionadas de muchas maneras.
Las señales son claras. Tenemos que cambiar nuestra forma de funcionar para que sea más respetuosa con el medioambiente.
– Este año, la ONU dedica el Día Mundial del Medioambiente a la biodiversidad. Los ecosistemas saludables son claves en la supervivencia de nuestra especie. ¿Cuáles son sus amenazas?
Este año iba a celebrarse la COP15 sobre biodiversidad en China. Todas las miradas estaban puestas allí por el liderazgo que China podía ejercer para proteger la biodiversidad. La pandemia de COVID-19 ha obligado a posponerla y no creo que se puedan esperar grandes acuerdos en este sentido. Las decisiones internacionales deberán esperar.
El debate de la biodiversidad es más complejo que el del cambio climático. Tenemos que preservar nuestros bosques y océanos y toda la biodiversidad que contienen, y tenemos que hacerlo mientras alimentamos a una población creciente, que sumará 2.000 millones de personas antes de mitad de siglo. El reto es grande. Necesitamos un cambio de forma de vida, un cambio de modelo.
– Nuestras sociedades consumen cada año los recursos de 1,7 planetas. Es una cifra controvertida, pero que ilustra el problema. ¿Es posible restaurar el equilibrio?
La medida puede ser controvertida, pero la trayectoria que llevamos es incompatible con la naturaleza. Estamos fuera de los límites biofísicos seguros del planeta. Lo podemos medir como se quiera, pero el mensaje es el mismo. Estamos en colisión con los equilibrios del planeta.
El tema de la restauración de los ecosistemas es complejo. Lleva muchos años y es muy difícil que recuperen su funcionalidad previa. Hay que ser conscientes de que no vamos a ser capaces de volver a una situación anterior, pero es importante que tomemos medidas para proteger los ecosistemas a partir de ahora.
– Estamos de lleno en una crisis sanitaria. En el horizonte, otra crisis, la climática. ¿Podemos aprovechar las soluciones de una para intentar arreglar la otra?
Debemos hacerlo. La pandemia está generando un impacto muy negativo en la economía. La bajada del PIB en España y el mundo va a ser importante. Ante esta situación, los gobiernos están proponiendo planes de estímulo económico nunca vistos. Tenemos la oportunidad de alinear estos planes de inversión con una salida de la crisis verde e inclusiva.
Esto no solo sería bueno para el planeta, sino que es lo que más sentido económico tiene. Por ejemplo, apostar por proyectos que se apoyan en un modelo energético que en el futuro dejará de tener sentido sería una mala inversión. Nos estamos jugando mucho en estos planes de recuperación.
– ¿Cuáles deberían ser los pilares de estos planes?
Tanto a nivel europeo como a nivel español no necesitamos inventar la rueda. Tenemos el Pacto Verde Europeo y el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima que señalan la hoja de ruta que se quería seguir antes de la crisis del coronavirus. Solo hay que acelerar esos planes y, en la medida de lo posible, priorizar las acciones que tengan un impacto más positivo en el empleo y en la economía.
Las recetas son energías renovables, ahorro y eficiencia energética y electrificación de la economía y, en particular, del transporte. Además, hay otros elementos que han ido ganando peso en la agenda, como el desarrollo del hidrógeno verde o el almacenamiento energético.
«La transición energética hacia las renovables contiene muchas oportunidades económicas de futuro»
– En este sentido, eres uno de los impulsores del manifiesto por una recuperación económica sostenible tras la pandemia. Un documento que ha logrado el compromiso de muchas empresas y políticos. ¿Cómo evitar que esto se quede solo en palabras?
Esta iniciativa ha sido impulsada por un grupo muy plural de personas y hemos logrado mucha pluralidad también en los apoyos. Empresas grandes y pequeñas, casi todos los grupos políticos, académicos… Hemos hecho visible el acuerdo que existe acerca de que la salida de estas crisis tiene que ser verde. Por eso ha firmado tanta gente. Llega en un momento, además, en el que la sociedad demanda más acuerdos y más unidad.
– Claro, pero una cosa es decir lo que a uno le gustaría y otra arriesgar los beneficios de una empresa por dejar de invertir en industrias contaminantes o cambiar el modelo de negocio.
El manifiesto es muy abierto, por eso ha sido posible que firme gente tan distinta. Alcanzar los acuerdos concretos es mucho más difícil. Pero creo que la idea de que la salida tiene que ser verde se ha hecho visible.
En el caso concreto de las empresas, la transición energética hacia las renovables contiene muchas oportunidades económicas de futuro. Es verdad que algunas empresas pueden verse afectadas por este cambio. Pero, en general, es un marco de oportunidades muy interesante.
«Al final, en una economía de mercado, las empresas apostarán por aquello en lo que creen que van a tener futuro»
– En este cambio, va a haber perdedores. ¿Crees que somos conscientes del riesgo de no apostar por la transición a un modelo económico y energético sostenible?
Sí ha habido un cambio sustancial en la perspectiva de las empresas y de los inversores en los últimos cinco años. Por ejemplo, Blackrock [la mayor empresa de gestión de activos del mundo] y otros grandes fondos de inversión llevan tiempo dando señales de la necesidad de invertir en ese cambio. Detrás de eso, en el fondo, está la revolución de las renovables, que ha permitido que estas tecnologías sean hoy muy competitivas.
Al final, en una economía de mercado, las empresas apostarán por aquello en lo que creen que van a tener futuro. La mayoría de las empresas están entendiendo estos cambios y, sobre todo, los riesgos de no apostar por esta transición para sus accionistas y trabajadores.
– ¿Cómo lograr el compromiso de las industrias o empresas que tienen más que perder?
Tenemos que cambiar parte de nuestra estructura productiva y algunas empresas se van a ver afectadas negativamente. El mayor problema está en las industrias donde los cambios se pueden precipitar sin tiempo de reacción. Por ejemplo, la minería del carbón y las centrales térmicas.
Puede que algunos cambios sean tan rápidos que no den tiempo a las empresas a encajarlos. Por eso son importantes las políticas de transición justa, políticas que combinan la ayuda directa a ciertas industrias o zonas con los compromisos en la búsqueda de alternativas.
– Como señalabas, a nivel de administraciones, se han sucedido los movimientos en los últimos meses. Una de las herramientas de los gobiernos para incentivar hábitos más sostenibles es vía impuestos. Pero ¿cómo hacerlo sin ampliar la desigualdad?
La percepción general de los impuestos ambientales no suele ser correcta. Se tiende a pensar que este tipo de tasas son negativas para las rentas medias o bajas. Pero esto depende mucho de cómo se diseñen las reformas impositivas. Es decir, es muy importante el uso que se le dé a los fondos ingresados a través de los impuestos.
Haciendo un buen diseño del paquete fiscal, tanto en la parte impositiva como en la de gasto, no tiene por qué haber un desequilibrio. Podemos acelerar la transición energética mediante herramientas fiscales y podemos hacerlo de una forma que sea incluso beneficiosa para los hogares con menos recursos.
Es decir, diseñar impuestos que señalen el camino que queremos seguir. Impuestos que tienen que ser corregidos con medidas que aseguren que no van a dañar a los más vulnerables. Por ejemplo: introducir impuestos a las emisiones y establecer bonos sociales para la electricidad, para compensar a quienes no tienen alternativa al vehículo privado o para la reforma de viviendas para que sean más eficientes.
«Los países en vías de desarrollo son los más afectados por el cambio climático y, al mismo tiempo, los que menos han contribuido a generar el problema»
– ¿En qué punto estamos en el desarrollo de estos sistemas fiscales verdes?
Las reformas fiscales energéticas y ambientales han vivido ya varias oleadas en Europa, desde los años 80 del siglo pasado. Sus instrumentos y objetivos han ido cambiando. Hoy, a nivel europeo, tenemos el mercado de derechos de emisión de gases de efecto invernadero, el ETS, que grava el CO2 del 40% de las emisiones de la Unión Europea. Es un instrumento muy potente, pero se puede hacer más.
En concreto, en el caso de España, hay margen de mejora y oportunidad para llevar a cabo una reforma fiscal ambiental y energética. Estamos por debajo de la media europea en cuanto a recaudación por impuestos energéticos. Llevamos así mucho tiempo.
– Mientras estos debates siguen sin resolverse en los países desarrollados, los países en vías de desarrollo reclaman libertad para crecer con la misma receta que empleamos en el pasado. ¿Cuál es la alternativa para ellos?
Tienen una realidad muy diferente a la nuestra. Hay un hecho distintivo: son los más afectados por la alteración del medioambiente y el cambio climático y, al mismo tiempo, los que menos han contribuido a generar el problema. Es una injustica que debe ser corregida. Los países desarrollados tenemos la obligación moral de contribuir para que estos países no tengan que seguir el mismo recorrido que hemos hecho nosotros.
Existe, por ejemplo, un fondo verde para el clima para financiar la transición energética en los países en vías de desarrollo. Además, afortunadamente, las tecnologías energéticas hoy son muy asequibles. Las energías renovables son ya la fuente de electricidad más barata en casi cualquier parte planeta. Los países en vías de desarrollo no tienen que pasar por todo por lo que hemos pasado nosotros.
«Lo que suceda en las grandes potencias asiáticas va a ser fundamental para poder mitigar el cambio climático»
– Sin embargo, vemos como el número de centrales térmicas, sobre todo de carbón, sigue multiplicándose en todo el mundo.
Es una paradoja, pero es así. La transición energética en Europa está en marcha, pero somos responsables del 10% de las emisiones globales. Lo que suceda en las grandes potencias asiáticas va a ser fundamental para poder mitigar el cambio climático. En China, por ejemplo, tienen previsto construir centenares de plantas de carbón en los próximos años.
Si esto se hace realidad, va a ser muy difícil contener el cambio climático. Además, tendrá importantes consecuencias económicas y financieras. En este caso, confío en que la presión internacional logre evitar que se sigan construyendo centrales de carbón en el mundo.
– Al mismo tiempo, muchos países desarrollados han abandonado la lucha contra el cambio climático y la cooperación internacional no atraviesa su mejor momento. ¿Una razón para mantener el optimismo?
Los bandazos de las grandes potencias respecto al cambio climático y los ataques al multilateralismo hacen mucho daño. Pero hay dos buenas razones para el optimismo. Por un lado, las empresas saben dónde están las oportunidades de futuro. Nadie está invirtiendo en centrales de carbón en Estados Unidos. Mi optimismo, aquí, tiene que ver con la fuerza de las empresas.
La segunda razón es la aparición de un movimiento global de jóvenes que demanda una acción contundente contra el cambio climático. La clave está en esta combinación: las empresas ven que las tecnologías están maduras y la gente quiere un cambio. Al final, incluso los políticos más reaccionarios responderán a las presiones de las empresas y de la ciudadanía.
Imágenes | BC3 – Basque Centre for Climate Change, Unsplash/J-S Romeo, The New York Public Library, Michael Olsen