Facebook no consigue huir de los titulares. Un día es protagonista por una caída de todos sus servicios a escala planetaria. Y otro lo es por haber ocultado al mundo que sabía que su modelo de negocio polarizaba la sociedad e influía de forma negativa en sus 3500 millones de usuarios.
La hoguera en la que arde Facebook (junto a sus plataformas WhatsApp e Instagram) recibe cada vez más leña. El escándalo de Cambridge Analytica. Las continuas filtraciones de datos. Los roces con las leyes de competitividad (ahí quedan los 110 millones de euros de multa en la Unión Europea por mentir cuando compró WhatsApp). Las caídas del servicio que subrayan los riesgos de concentrar internet en pocas manos. Y ahora, una crisis en mayúsculas que llama a las puertas del Senado de los Estados Unidos y ha revolucionado a la opinión pública a nivel global.
La (última) gran crisis de Facebook
Si Facebook fuese un país, sería el más grande del mundo. Según los datos de la propia compañía, 3510 millones de personas usan una de sus plataformas al menos una vez al mes. Eso es cerca de la mitad de la población mundial. De hecho, unos 100 millones de personas solo pueden acceder a la red a través de FreeBasics y Facebook Discover, los dos servicios de la compañía para llevar internet a los grupos de población con menos recursos.
Aunque Facebook no solo es un país por sus miles de millones de ciudadanos. Lo es también por su peso político, su concentración de poder, su influencia en las relaciones internacionales y su capacidad de influir en la forma en que sus usuarios observan el mundo. De hecho, Facebook se ha empeñado tanto en parecer una superpotencia que hasta cuenta con su propia garganta profunda. Un breve inciso: garganta profunda es el pseudónimo del informante que destapó el caso Watergate y acabó con el gobierno de Richard Nixon en 1974. Volvemos con Facebook.
Hasta hace poco más de una semana, casi nadie conocía a Frances Haugen fuera de su círculo cercano. El pasado día 5 de octubre, esta ex trabajadora de Facebook se sentaba delante de la subcomisión para la Protección del Consumidor y la Seguridad de los Datos del Senado de Estados Unidos. Hasta ese momento, y durante semanas en las que su identidad permaneció oculta, filtró varios informes a los medios en los que quedaban claras las prácticas oscuras de la corporación tecnológica.
‘The Facebook Files’
Las filtraciones (que ahora sabemos que venían de Haugen) se han ido publicando en el ‘Wall Street Journal’ desde el pasado 13 de septiembre. El primer artículo de la serie, bautizada como ‘The Facebook Files’, se centraba en las reglas de Facebook. De cara a la galería, la compañía asegura que permite a cualquiera hablar en igualdad de condiciones mientras no se traspasen algunas líneas rojas, como la del acoso o la de la incitación al odio.
Sin embargo, los documentos filtrados probaban que miles de usuarios se beneficiaban de una serie de medidas conocidas como cross check o ‘XCheck’, diseñadas a modo de control de calidad para las cuentas de alto perfil, como las de influencers. Gracias a la protección que les otorga este sistema, habían podido publicar contenido que hubiese sido sancionado para cualquier otro usuario. Facebook lo sabía y no hizo nada para solucionarlo.
Este primer escándalo fue solo para abrir boca. En los días que siguieron a esta publicación, las páginas del ‘Wall Street Journal’ y de los periódicos de medio mundo se llenaron de filtraciones.
- Instagram es tóxico. El siguiente bloque de documentos filtrados prueba que Facebook lleva años estudiando los efectos nocivos que Instagram causa a sus usuarios y, en particular, a las mujeres jóvenes. Según sus propias investigaciones, esta red social tiene un impacto directo en la salud mental de las adolescentes que es mucho más acusado que en otras plataformas. Sin embargo, de cara al público, Facebook ha restado importancia a la toxicidad de Instagram en varias ocasiones.
- Facebook, sin medios y más polarizado. En 2018, Facebook cambió su algoritmo para que priorizase el contenido compartido por las personas y restase peso al que publicaban los medios. Era un paso que estaba llamado a mejorar las cifras de interacción y a reforzar la comunicación cercana entre usuarios. Sin embargo, el nuevo algoritmo sirvió para consolidar las cámaras de eco y polarizar la red social. A su vez, generó división entre los usuarios, tanto en el mundo virtual como en el real. Los documentos muestran que varios trabajadores de Facebook señalaron el problema desde el principio, pero la compañía no hizo nada por corregirlo.
- La relación de Facebook con traficantes y grupos armados. El siguiente bloque de información señala que, desde hace tiempo, determinados colectivos usan la plataforma con objetivos ilícitos en países en vías de desarrollo. Las denuncias de los trabajadores van desde situaciones de explotación sexual y tráfico de órganos hasta grupos armados incitando a la violencia contra minorías étnicas, ante los que la red social apenas reacciona.
- Con la vista puesta en los menores (de 14 años). Para registrarse en Facebook e Instagram en España hay que tener más de 14 años. En Estados Unidos, el límite es 13. La compañía presume en público de preocuparse por el bienestar de niños y preadolescentes. Sin embargo, otro bloque de documentos demuestra que la corporación lleva años investigación y recopilando información sobre los hábitos tecnológicos de los más pequeños. El objetivo es captarlos lo antes posible.
La lista es más larga. Por ejemplo, Facebook quiso ponerse en primera línea para convencer a la población mundial de que se vacunase. Sin embargo, no fue capaz de evitar que sus iniciativas se volviesen en su contra y acabó dándole voz a movimientos antivacunas y negacionistas de la pandemia. El último capítulo, por ahora, lo ha puesto Haugen. Tras revelar su identidad hace pocos días, ha comparecido en el Senado estadounidense para confirmar todo lo expuesto por los documentos y, en sus propias palabras, salvar a la compañía de sus errores.
Y, para colmo, otra caída del servicio
Facebook ha salido a defenderse como ha podido de las acusaciones de Haugen, quien, aseguran desde la compañía, no trabajó nunca en la mayoría de los departamentos de los que tiene información, como el de protección de la infancia. La última semana le guardaba todavía una sorpresa al imperio de Zuckerberg, una que ha vuelto a poner de relevancia que soñar con ser una superpotencia tiene muchos riesgos.
El pasado lunes 3 de octubre, durante seis horas, Facebook, Instagram, WhatsApp y todas sus cuentas y servicios asociados dejaron de funcionar. Para los millones de usuarios de FreeBasics, internet se apagó. El origen del problema estuvo, según la propia compañía, en un error de mantenimiento que acabó desconectando los servidores de Facebook del resto de la red. Borro lo que no debo borrar y me cargo internet.
Los detalles técnicos darían para otro artículo, pero sus consecuencias encajan bien aquí. La caída del servicio muestra los riesgos que tiene concentrar infraestructuras y servicios críticos para el funcionamiento de internet en unas únicas manos. Si todo sucede en el mismo lugar, la red es más vulnerable. Y, de paso, todos los impactos negativos de Facebook alcanzan a la mitad de la población del planeta.
“La resiliencia de internet está basada en la redundancia y la descentralización de su infraestructura, pero las grandes plataformas llevan dos décadas secuestrando y concentrando el tráfico de la red para poder procesarlo en sus servidores. Como explicaba la propia Frances Haugen […], no es que prioricen crecimiento sobre seguridad, sino que financian su crecimiento con nuestra seguridad”, concluye Marta Peirano, periodista experta en seguridad digital y privacidad, en este artículo en ‘El País’.
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