El pasado mes de abril, un vídeo difundido por la organización Cruelty Free International (CFI) hizo sonar todas las alarmas. En las imágenes, grabadas en el laboratorio de Vivotecnia por una antigua trabajadora, se mostraban situaciones de abuso y malas prácticas con animales como monos, perros, conejos o roedores.
En cuestión de pocas horas, la Fiscalía de Medioambiente abrió una investigación y paralizó la actividad del centro. Y es que, en España, al igual que en Europa y muchos otros países de nuestro entorno, la experimentación con animales está sujeta a numerosas normas que buscan evitar situaciones como las vividas en este laboratorio.
La difusión del vídeo volvió a avivar un debate que nunca se había apagado y a abrir numerosos interrogantes: ¿es ético utilizar animales para la investigación científica y la docencia? ¿En qué situación se encuentran los animales en los que se prueban nuestras medicinas y nuestras vacunas? Para intentar darles respuesta, contamos en qué consiste y cómo se regula la experimentación con animales en España.
La primera pregunta: ¿por qué es necesaria?
Como no podría ser de otro modo, la experimentación con animales con fines científicos tiene detractores y defensores. Los primeros apelan a la sensibilidad y a la ética, y señalan que no es correcto utilizar animales para nuestro beneficio. A menudo, hacen relación al especismo, es decir, la discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores a los seres humanos.
Los segundos hacen referencia a la responsabilidad, también ética, de seguir investigando y encontrando soluciones para hacer frente a las enfermedades que nos afectan tanto a los seres humanos como a otros animales. A sus espaldas tienen siglos de avances científicos basados en la experimentación con animales: enfermedades como la viruela ya no existen gracias a estas investigaciones, y otras como el SIDA ya no resultan tan letales como hace décadas. Además, los estudios con animales han permitido desarrollar vacunas contra la polio, la tuberculosis, la meningitis o, más recientemente, la COVID-19.
“Por el momento, tenemos la necesidad de seguir utilizando otros animales parecidos a nosotros para avanzar tanto en el conocimiento de la etiología, el origen de las enfermedades, como para seguir estudiando su desarrollo, promover terapias o desarrollar prototipos de vacunas”, explica Lluís Montoliu, presidente del Comité de Ética del CSIC. “A su vez, es importante también que sigamos desarrollando métodos alternativos para, paulatinamente, ir dejando de usar animales en la medida que sea posible”.
Para garantizar que estos procesos sean lo más éticos posible, en España, la Unión Europa y cada vez más países existen leyes que determinan hasta dónde se puede llegar en la experimentación con animales. Uno de los principios básicos es que solo puede investigarse en animales cuando es absolutamente necesario y siempre y cuando no exista un método alternativo.
Leyes para un trato ético
“La sociedad pide, a través de la legislación y de recomendaciones, que los investigadores cumplamos toda una serie de requisitos a la hora de experimentar con animales. Esto es así porque es sensible a su utilización y solamente está dispuesta a permitirlo en los casos en los que no es posible hacerlo de otra manera”, explica Montoliu.
De acuerdo con el presidente del Comité de Ética del CSIC, existen numerosos aspectos a tener en cuenta antes de realizar una investigación con animales. “En primer lugar, no puede llevarse a cabo en cualquier sitio: debe realizarse en un animalario o bioterio, lugares registrados que cumplen una serie de requisitos y están auditados periódicamente por las autoridades competentes”, señala.
En segundo lugar, solo pueden realizarlas profesionales con formación específica. “Hay que tener conocimientos científicos, éticos y prácticos para saber manejar adecuadamente a los diferentes animales”, aclara Montoliu. “Deben tener las habilidades necesarias para garantizar su bienestar. Si las intervenciones requieren algún daño, hay que administrar una anestesia. Y si se prevé que el daño pueda ser persistente, hay que administrar una analgesia, al igual que se hace cuando se operan humanos”.
“Puede tenerse la idea de que a un investigador se le ocurre una idea, llega al laboratorio y se pone a pinchar ratones, pero no es así”
Por último, y para garantizar un tercer nivel de protección, los investigadores deben justificar la necesidad de realizar los experimentos. De acuerdo con Montoliu, en España hay tres niveles de revisión que pasan por los comités de cada institución, órganos habilitados e independientes y las autoridades competentes (que dependen de las comunidades autónomas). A través de estos filtros se estudia la necesidad de la experimentación en animales y se garantiza que no exista una alternativa.
“Puede tenerse la idea de que esto es totalmente descontrolado, que a un investigador se le ocurre una idea, llega al laboratorio y se pone a pinchar ratones, pero no es así”, explica el científico. “Desde que se plantea un proyecto hasta que puede empezar a realizarse pueden pasar varios meses. Hay mucha gente implicada que revisa y garantiza que no hay otra forma de hacerlo”.
Una vez se ha obtenido un permiso, gran parte de la responsabilidad cae en manos de los responsables de bienestar animal de los bioterios. “Normalmente, veterinarios que se van a encargar de que se haga lo que se ha autorizado, y nada más. Son las personas que tiene la administración dentro de los animalarios para garantizar que todo esto se respeta”, aclara Montoliu.
No seguir las normas y caer en casos de infracción puede tener serias consecuencias para los investigadores. De acuerdo con el profesional del CSIC, se exponen faltas que pueden ser leves, graves o muy graves, tener consecuencias económicas, hacerles perder la licencia e incluso prohibirles seguir trabajando con animales. “Es mucho lo que nos jugamos si no seguimos las normas”, señala.
Ratones, aves y peces
De acuerdo con los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en 2019 se utilizaron animales en experimentación y otros fines científicos (incluyendo la docencia) un total de 817 742 veces. En muchos casos, el mismo animal se utilizó en varias ocasiones, por lo que no existe un número oficial sobre el total de ejemplares.
Las especies más usadas fueron los ratones (56,5% de los usos), los peces (17%) y las aves de corral (12%). En la lista hay también cobayas, conejos y otros roedores, perros, gatos, caballos, cerdos y cefalópodos, entre otros. No hubo casos de experimentación en grandes primates animales, como orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos, una práctica prohibida en numerosos países de la Unión Europea.
Los datos recogidos también hacen referencia a la severidad de los procedimientos y al grado de dolor, estrés o sufrimiento que experimentaron los animales. Cerca de la mitad de los casos (49%) causaron, como máximo, “un dolor, un sufrimiento o una angustia leves de corta duración”. El 36%, una molestia moderada, acompañada de un deterioro posterior también moderado, y el 7,5%, consecuencias severas. Finalmente, tras el 7% de las intervenciones, realizadas con anestesia general, los animales nunca llegaron a recobrar la consciencia. En total, fueron 55 091 casos.
alternativas a la experimentación con animales
A medida que la tecnología mejora, va permitiendo dejar a los animales fuera de los experimentos. “Cuando se desarrolla y valida un método alternativo, la legislación obliga a usarlo y la experimentación con animales queda totalmente descartada”, explica Montoliu.
“Cuando se desarrolla y valida un método alternativo, la legislación obliga a usarlo y la experimentación con animales queda totalmente descartada”
Gracias a estos avances, gran cantidad de experimentos que antes se realizaban en animalarios hoy han dejado de lado esta práctica. Es el caso, por ejemplo, de la industria cosmética. Tras tres legislaciones aprobadas en 2004, 2009 y 2013, el testeo en animales para probar cosméticos o ingredientes de cosméticos está prohibido en la Unión Europea. Lo está, también, la venta de estos productos, a pesar de que algunas empresas siguen utilizando la información “no testado en animales” como reclamo comercial.
La lista sigue. “Es posible evaluar la toxicidad de determinadas sustancias sin tener que experimentar en animales. También tenemos a nuestra disposición un montón de genomas de diferentes especies que están evolutivamente relacionadas, lo que nos permite hacer experimentos sobre la función de los genes delante del ordenador”, añade Montoliu. De acuerdo con el científico, existen también tecnologías muy prometedoras en relación a los organoides (agrupaciones celulares en miniatura que se parecen a los órganos) y los órganos impresos en 3D.
Se espera que, en los próximos años, la tecnología pueda reducir aun más la experimentación en animales. Aunque, como ha dejado patente la investigación para desarrollar las diferentes vacunas contra la COVID-19 — que se probaron en animales como ratones, hámsteres y en primates no humanos antes de que pudiesen hacerse ensayos clínicos con miles de personas —, la experimentación en animales es, todavía, parte fundamental de la medicina y la investigación científica.
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