HBO / Helen Sloane
Los fans no han dudado en hacerle un Dracarys a su propia serie. Así como ocurrió con Perdidos, la producción que despertó la vehemencia de muchos y la cólera de otros tantos tras su último capítulo -aunque Damon Lindelof consiguió su redención con The Leftovers-, Juego de Tronos se ha convertido en diana de sus entusiastas acólitos, quienes aguardaron el retorno de la última temporada, durante dos años, para estrellarse finalmente con una realidad que no cumplía sus expectativas.
En tres semanas, la petición de Change.org para rehacer la última temporada de Juegos de Tronos ha superado el millón y medio de firmas y se ha convertido en un fenómeno mediático, popular y cultural.
Uno de los aspectos más llamativos de esta iniciativa es precisamente su naturaleza fan o, más concretamente, antifán.
Henry Jenkins, uno de los principales referentes en este campo y precursor de las investigaciones sobre cultura popular, explica el origen del término «fan» como una expresión “abreviada de la palabra ‘fanático’ que encuentra sus raíces en la palabra latina fanaticus […]. En su evolución, el término ‘fanático’ pasó de hacer referencia a multitud de formas de adulación religiosa a convertirse en una forma de entusiasmo desmedido […] y de locura”.
Aunque, a priori, pueda parecer que, en la actualidad, el término «fan» se ha desprendido de los estigmas que portaba desde su origen, lo cierto es que, tal y como indica Jenkins, la figura del fan todavía conserva muchos estereotipos negativos. Así, tal y como prosigue Jenkins, seguimos asociando al fan con lo excesivo, lo obsesivo, lo delirante y lo absurdo, a pesar de que los estudios sobre fandom pretenden demostrar precisamente lo contrario: el fan es, en realidad, un lector crítico y comprometido con el objeto de consumo.
Antifán, no-fan y toxic fan
Con base en este planteamiento, investigaciones recientes han explorado nuevos conceptos que explican las diferentes realidades en torno al fan.
De este modo, nos encontramos estas figuras:
- el antifán: espectadores que se definen por su desacuerdo, disgusto u odio hacia un objeto de consumo,
- el no-fan: espectadores que no se consideran fan del producto cultural y
- el toxic fan: se asemeja, en apariencia, al antifán, pero el toxic fan se caracteriza por utilizar el odio y el acoso en sus discursos.
Además, a diferencia del toxic fan, los antifans ejercen una forma de participación cultural que va más allá de la antipatía; es decir, los antifans, motivados por su descontento con el producto que consumen, deciden colaborar, promover cambios, generar contenidos, conversar y compartir conocimientos y emociones en el contexto social.
El movimiento antifán no es un fenómeno nuevo, como bien señala Proctor (2017) –recordemos que la reacción de los lectores fans ante la muerte de Sherlock Holmes causó bastantes dolores de cabeza a Arthur Conan Doyle–.
Además del caso de Juego de Tronos, varios mensajes de fans indignados han servido recientemente para que Jeff Fowler, director de la película de Sonic, decidiera cambiar la apariencia del personaje para hacerla más fiel a la del videojuego –aunque ello haya supuesto rehacer toda la película–.
El estreno de El último Jedi, el octavo de los nueve episodios de la interminable saga Skywalker, tampoco suscitó mucho júbilo entre sus fans. Los usuarios pronto abrieron una cuenta en Twitter, Remake The Last Jedi, para solicitar donaciones con las que financiar una nueva versión de la película.
Con todo, las redes sociales no son el único canal que utilizan los fans para manifestar sus opiniones. Plataformas como Change.org han resultado ser valiosos vehículos de difusión de mensajes de protesta.
Tal y como se ha podido comprobar en una investigación en la que se analizaron las peticiones que había en Change.org España hasta 2016, aquéllas relacionadas con la cultura popular representan únicamente el 3,25% de mensajes ubicados en esta web.
En investigaciones posteriores estamos observando que el número de peticiones antifán es menor que las peticiones fan, pero la cuota de éxito de las iniciativas antifán es mayor que las fan. Esto significa que, aunque los mensajes antifán tengan una menor representación en Change.org, tienen un éxito mayor entre los usuarios. Es más, las peticiones antifán suelen reunir una media de casi 8.000 firmas, mientras que la media de firmas de las peticiones fan apenas alcanza las 3.000 –menos de la mitad–.
Así, cabe destacar que, si bien la de Juegos de Tronos es una de las peticiones antifán más exitosas en Change.org hasta el momento, existen otras iniciativas recientes que también están adquiriendo relevancia en esta plataforma como, por ejemplo, la petición que pide a Warner Bros que Robert Pattison no sea el nuevo Batman –menos aún después del “Batfleck mistake”–. No obstante, los mensajes de cultura popular en Change.org todavía necesitan obtener un mayor impulso.
En otros ámbitos, como la política o la educación, las iniciativas en Change.org desempeñan un rol mucho más significativo.
Así, podemos recordar la petición de Isidoro Martínez, que no solo consiguió que más de un millón de personas firmaran su petición en Change.org, sino que, además, logró paralizar la reforma propuesta por el Ministerio de Educación, en 2017, e impidió que se implantara el sistema de reválidas obligatorias en ESO y Bachillerato.
Lo antifán y la participación ciudadana
En definitiva, el debate en torno a la última temporada de Juego de Tronos y la decepción de sus espectadores fans suscita una importante reflexión: a pesar de que el movimiento antifán pueda parecer provocativo o, incluso, pancista, lo cierto es que este tipo de audiencia actúa como cualquier activista que ejerce su libertad de expresión: son ciudadanos indignados que participan en diferentes escenarios y utilizan diversos métodos y herramientas para divulgar su protesta. Esta es la base de cualquier forma de participación ciudadana: dar voz y herramientas a los individuos que buscan mejorar una situación con la que se sienten descontentos.
En este contexto, aunque pueda producirse un choque entre las libertades individuales, en Sobre la libertad (On Liberty, 1859) John Stuart Mill defiende la idea de proteger y respetar, ante todo, la libertad de expresión:
“Si toda la humanidad fuera de una opinión y solo una persona fuera de la opinión contraria, la humanidad no tendría mayor justificación para silenciar a esa persona de la que tendría esa persona, si tuviese ese poder, para silenciar a la humanidad”.
Por ello, debemos aceptar que las protestas antifans siguen la misma coherencia, sentido y lógica que cualquier movimiento activista actual.
Cuando los espectadores antifans de Juego de Tronos reclaman una nueva versión de la serie no lo hacen únicamente como una protesta vacía, sino con un espíritu crítico y una actitud que puede tomarse como una posibilidad transformadora.
Como bien señala Nicolle Lamerichs en su blog, los textos se reescriben constantemente, pueden tener varias lecturas y materializarse en diferentes obras que los revisitan y revisionan –como sigue ocurriendo con la mítica serie de anime Neon Genesis Evangelion–. Para Jonathan Gray, en realidad, el fan y el antifán no son dos caras opuestas de la misma moneda, sino que, más bien, ambos perfiles comparten una misma realidad: los espectadores fans y los antifán son “espectadores de alto voltaje y preocupados por el texto”.
En conclusión, el fan y el antifán actúan como agentes sociales activos que utilizan su derecho de expresión y de participación para proponer una mejora. Ambos emplean instrumentos lícitos para difundir sus mensajes.
Esto, que suele entenderse muy bien en otros terrenos -como el político o el social-, parece que todavía causa recelo cuando el producto que se consume es la cultura –una serie, una película, música, libros, cómics, etc.– y es quizá este hecho el que hace evidenciar que todavía somos una sociedad que no ha aprendido a reconocer el poder que tiene para cambiar aquello que tradicionalmente parecía intocable.