Desde que se licenció como biólogo en 1988, por las manos de Fernando Valladares ha pasado mucha ciencia. Ahora, su dilatada labor ha sido reconocida con el premio Rei Jaume I de Protección del Medio Ambiente.
El jurado que ha fallado el premio ha destacado su trabajo para comprender la ecología de los bosques, cómo estos ecosistemas interaccionan con el cambio climático y los límites ecológicos y, más recientemente, su labor como divulgador. “Aunque 30 años de investigación son difíciles de resumir”, reconoce el propio Valladares.
Profesor de investigación del CSIC, donde dirige el grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, Fernando Valladares ha publicado más de 450 artículos científicos y libros en ecología y biología vegetal. Además, no ha dejado de comunicar la ciencia en ningún momento.
– El jurado ha destacado su trabajo de investigación sobre las interacciones de plantas y bosques. ¿Cómo responden estos ecosistemas a la pérdida de biodiversidad y al cambio climático?
Hay un poco de todo. Hay bosques, como los mediterráneos, que tienen margen, porque han estado habituados siempre a condiciones de estrés, aunque cada vez se ven más signos de decaimiento. En otros, como el Amazonas, se combina el cambio climático con alteraciones directas como la deforestación, por lo que tienen menos margen de adaptación. Y en un tercer grupo podemos incluir a bosques como los Árticos, que nos preocupan mucho por su gran extensión y por su papel fundamental en los ciclos de la materia.
«Los bosques naturales nos sirven como lugares de alerta temprana, ya que son muy sensibles a los cambios ambientales».
– Esto si hablamos de bosques más o menos naturales. ¿Dónde encajan aquí los monocultivos forestales que vemos en muchos lugares de España y el mundo?
Una plantación o un monocultivo es un bosque simplificado, es un ecosistema más elemental que cumple menos funciones ecológicas. Normalmente, tienen menor capacidad de regenerarse y de adaptarse a las alteraciones. No suelen ser buenos sustitutos de los bosques más diversos y funcionales.
Por otro lado, en la cuenca mediterránea y en general en las zonas templadas, hablar de bosques naturales es casi una utopía. Estos ecosistemas reúnen dos características: son espacios muy importantes desde el punto de vista de la conservación y nos sirven como lugares de alerta temprana, ya que son muy sensibles a los cambios ambientales. En los bosques simplificados no suelen percibirse indicadores graduales. Pueden entrar en un colapso repentino por una sequía o una plaga sin que se noten síntomas previos.
– Los quehaceres de las plantas pasan desapercibidos a nuestros ojos. Se mueven en otra escala. Pero cada vez más estudios describen cómo se comunican entre sí y con su entorno. ¿Qué historia nos cuentan?
Nos cuentan una historia de dinámicas exponenciales: cada vez pasan más cosas en menos tiempo. Los bosques nos cuentan que fenómenos como plagas, colapsos de crecimiento o grandes mortandades, que antes ocurrían de forma esporádica, son cada vez más frecuentes. Esto forma parte de lo que entendemos como síntomas del Antropoceno. El ser humano incide en cada vez más aspectos de su entorno y con mayor intensidad.
Hay muchas cosas más allá del cambio climático. La contaminación, la introducción de especies exóticas, la fragmentación de hábitats… En mayor o menor medida, estos factores provocan que los sistemas entren en una fase exponencial. Desde el punto de vista científico, esto es lo que más nos preocupa. No que las cosas vayan mal, sino que el rumbo hacia situaciones no deseadas se está acelerando.
«Si seguimos en este rumbo de degradación ambiental, podríamos provocar nuestra propia extinción».
– Habla del Antropoceno. ¿Cuánto tiempo lleva el ser humano cambiando las cosas a su alrededor?
El concepto de Antropoceno es polémico. Oficialmente, no está aceptado como era geológica. Pero es un concepto tan intuitivo que ha tenido mucha aceptación. Se usa para encapsular ese tiempo en el que el ser humano enreda con el planeta y los procesos naturales. ¿Desde cuándo lo hace? En mi opinión, desde que fuimos capaces de organizarnos en grupos de 15 o 20 personas, suficientes para cazar animales grandes. A partir de ahí, hace 10 000 o 12 000 años, empezamos a transformar el planeta.
Tener la capacidad de matar animales grandes provocó la extinción de la megafauna. Esto a su vez acabó con una forma de paisaje y de los ciclos biogeoquímicos de los ecosistemas. Los grandes animales, reguladores del paisaje, desaparecieron. Pequeñas bandas organizadas de Homo sapiens empezaron a cambiar el planeta. No fueron cambios tan intensos como a partir de la Revolución Industrial, que es lo que se toma habitualmente como referencia del inicio del Antropoceno, pero tuvieron una escala global.
– En estos últimos 10 000 años ha habido muchos cambios y la vida se ha adaptado a ellos. ¿Existen límites a esta capacidad de adaptación?
Estos límites, en general, diría que son casi infinitos. Pero, si hablamos de determinadas funciones ecológicas que necesitamos los humanos para estar vivos, sí que existen límites claros. El concepto de límites planetarios alude no tanto a la capacidad de adaptación de la vida. La vida seguirá en la Tierra, con nosotros o sin nosotros. Lo que no está claro que ocurra es que la ecología de los ecosistemas futuros sea adecuada para nuestra supervivencia.
Llevamos un ritmo un poco suicida. Lo estamos viendo con la pandemia, con el cambio climático, con la contaminación… El ser humano es muy vulnerable. Creemos que con la tecnología lo podemos compensar, pero no es así. El avance de la medicina y algunas soluciones tecnológicas funcionan como parches, pero tenemos un rango estrecho de condiciones ambientales en las cuales podemos estar vivos. Si seguimos en este rumbo de degradación ambiental, podríamos provocar nuestra propia extinción.
– Los niveles de CO2 en la atmósfera son hoy similares a los de hace tres millones de años. El nivel del mar estaba entonces 20 metros más alto que ahora. ¿Puede trazarse algún tipo de paralelismo de cara al futuro?
Los climas pasados nos sirven de referencia para entender cómo funcionan los ecosistemas con X temperatura o con el nivel del mar a X altura. La paleoecología nos ayuda a entender el presente e intentar hacer predicciones futuras.
Sabemos lo que ocurría cuando la atmósfera tenía 420 partes de CO2 por millón, como en la actualidad. Pero conocemos también las diferencias. Entonces se llegó a esta concentración de forma gradual, no de forma repentina. Además, los ecosistemas están hoy mucho más empobrecidos y fragmentados. Es decir, los sistemas bióticos tienen menos margen para encajar los cambios y responder.
La historia nunca se repite exactamente; la de la Tierra tampoco es una excepción. Podremos pasar por situaciones parecidas, pero la combinación de factores siempre es nueva. De ahí la situación de incertidumbre en que se mueve la ciencia. No podemos dar respuestas certeras y exactas y menos aún en temas tan complejos como el clima global. Lo que tenemos son probabilidades y horquillas de confianza que vamos cerrando a medida que sabemos más.
«Si nos hemos equivocado, ha sido a la baja. Todo apunta a que hemos infraestimado la magnitud del cambio climático.».
– En este camino de predicciones climáticas, cada vez se habla más de los puntos de inflexión del cambio climático. ¿Cómo podemos estar seguros de si se han activado o no?
Existen varias formas de activación de esos tipping points. Algunas son graduales y otras son más súbitas. En general, hablamos de una fase de preactivación en la que percibimos señales de que ese punto de inflexión se está alcanzando. Por ejemplo, tenemos el caso de la circulación de calor en el Atlántico. Hace 30 años ya había modelos que sugerían que esta cinta transportadora oceánica se iba a ralentizar con el cambio climático. Desde hace una década tenemos datos que lo demuestran.
Cada vez es más probable que se produzcan cortocircuitos en esas corrientes y que el calor no llegue tan al norte como llegaba antes. El Atlántico más septentrional quedaría aislado de los trópicos. Muchas zonas podrían entrar en glaciación a pesar de que la temperatura siga subiendo, y está alterándose el sistema de intercambio de nutrientes. Es decir, quizá llegue un momento en el que el sistema colapse, pero ya está afectando a procesos concretos.
El caso del permafrost es quizá el más conocido. Los suelos del Ártico se descongelan, liberando gases de efecto invernadero, lo cual acelera el cambio climático, que a su vez acelera la descongelación. Este punto de inflexión no parece tener fácil regulación. Hay señales de que de los 15 puntos de inflexión descritos, unos nueve están en fase de activación.
– ¿Son cambios realmente irreversibles?
Es muy difícil generalizar y la ciencia tampoco tiene una respuesta definitiva. Lo que sí sabemos es que se puede reducir su velocidad. La mitigación del cambio climático haría que estos puntos de inflexión perdiesen capacidad exponencial. ¿Los podemos revertir? Ahí estamos ya en terreno especulativo. No tenemos la información suficiente.
– Cuanto más se estudia el sistema que forman la atmósfera y los océanos, más complejo parece todo. ¿Cabe la posibilidad de que nos hayamos perdido algo y estemos exagerando o subestimando la magnitud del problema?
Atendiendo a los últimos informes y estudios, parece que, si nos hemos equivocado, ha sido a la baja. Todo apunta a que hemos infraestimado la magnitud del cambio climático. No parece que nos hayamos equivocado exagerando el problema, que es uno de los argumentos de los negacionistas.
– Todo esto supone riesgos para muchas especies, incluida la nuestra. ¿Cómo afecta el cambio climático a la salud humana?
Afecta de muchas maneras y de forma transversal. El clima extremo causa mortalidad directa. Pero el cambio climático afecta a la calidad del aire y a las dinámicas atmosféricas; a la disponibilidad del agua para consumo, lo cual genera problemas sanitarios y desplazamientos; afecta también a los cultivos y, por lo tanto, a la nutrición, e intensifica los eventos climáticos extremos que generan migraciones humanas y causan conflictos diplomáticos y bélicos…
Se calcula que, cada año, mueren decenas de millones de personas por culpa del cambio climático. Es muy difícil precisar la cifra salvo en casos muy concretos. El cambio climático amplifica las probabilidades de morir por una multitud de causas. Las cifras son necesariamente aproximadas, pero suma bastante más muertes que las que ha causado la COVID-19.
– Pero la COVID-19 es algo más concreto, más tangible.
Dentro del lío que hay con los datos, con la COVID-19 hay una estadística más o menos fiable. Vamos por cerca de cuatro millones de muertos. El cambio climático multiplica esa cifra varias veces, cada año.
«Creo que el gran nudo en la resolución y la mitigación del cambio climático es lograr ponerse de acuerdo».
– El cambio climático es también una amenaza más difusa, una que a veces se muestra de forma tremendista o apocalíptica. ¿El miedo nos espolea o nos bloquea?
El mensaje tremendista puede estar basado en la ciencia. Hay muchos escenarios de cambio climático que son bastante apocalípticos. Sin embargo, creo que hay que ayudar con contexto y datos para que la gente interprete esas predicciones. Podemos caer en dinámicas de bloqueo, mientras que lo que necesitamos es una sociedad que reaccione.
Necesitamos que salga lo mejor de las personas y, para lograrlo, no se puede abusar de la narrativa del miedo. Sin faltar a la crudeza de los datos, debemos buscar una narrativa que incite a pensar en positivo, que siempre se puede hacer algo. De hecho, la idea de dar todo por perdido también es una especie de negacionismo. Como no se puede hacer nada, no hacemos nada.
– Las soluciones son también complejas. Volviendo sobre la pandemia, nos quedamos en casa o nos ponemos una mascarilla y estamos protegidos. Pero, ¿qué hacemos para frenar las emisiones?
El cambio climático es trasversal. Cualquier actividad humana acaba liberando gases de efecto invernadero. Los cultivos, el transporte, la construcción… Hagamos lo que hagamos, emitimos. Tenemos que ver cómo podemos transformar algunas actividades, cuáles podemos dejar de hacer y qué alternativas existen. Por eso es tan complicado y por eso hay una tendencia a negar la mayor: aquí no pasa nada o esto es tan gordo que no podemos hacer nada.
– Hace poco firmaba un artículo con el título de ‘Seremos el mono que elijamos ser’. ¿Nos pondremos de acuerdo en cuál?
Lo de ponernos de acuerdo lo llevamos muy mal. Esta pregunta sería interesante para un antropólogo o un sociólogo. Le doy muchas vueltas. Creo que el gran nudo en la resolución y la mitigación del cambio climático es lograr ponerse de acuerdo.
En mi opinión, nos cuesta porque nuestro cerebro no está adaptado a las dimensiones demográficas de la especie. No hemos dado tiempo a nuestra biología a encajar el hecho de que seamos 7500 millones de personas. Funcionamos con un cerebro seleccionado para grupos de 20 personas.
Tenemos un serio problema de gobernanza, de ponernos de acuerdo. Resolverlo es un gran desafío. Quizá se nos ocurran mejoras a los sistemas que tenemos actualmente. Para mí, tenemos que darle valor a la escala local, ahí, a pequeña escala, el Homo sapiens puede aplicar mejor su conocimiento. A grandes escalas, la situación se vuelve inmanejable.
¿Por qué no nos ponemos de acuerdo si tenemos toda la evidencia científica? Es una de las preguntas clave. Probablemente, sea LA pregunta. Y no hay una contestación perfecta.
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Imágenes | Fernando Valladares, Unsplash/kazuend, Naja Bertolt Jensen, Sergey Kuznetsov, Rishi Ragunathan