La segunda mitad del siglo I a. C. fue una época de agitación política y social en el Mediterráneo. Y todo pudo ser culpa de un volcán.
Durante los idus de marzo del año 44 antes de nuestra era, Julio César fue asesinado en Roma. Las guerras por el poder que se desencadenaron tras su muerte acabaron con la República Romana y la dinastía ptolemaica en Egipto. De las cenizas de ambas surgió el Imperio Romano. Hasta ahora, se sabía que la agitación política estaba relacionada con un ciclo inusual de frío, malas cosechas y hambruna. Pero un estudio acaba de vincularlo todo con una erupción gigantesca del volcán Okmok, en Alaska, que cambió el clima del planeta.
El poder de una erupción
Los volcanes pueden alterar el clima de la Tierra. Emiten suficiente dióxido de carbono como para incrementar el efecto invernadero y, sobre todo, dióxido de azufre, que en la atmósfera se transforma para formar una especie de escudo ante la radiación solar, contribuyendo a enfriar nuestro planeta. Todo depende de la magnitud de la erupción y de la fuerza con la que las cenizas sean lanzadas a la atmósfera. Cuanto más alto, mayor impacto.
A lo largo de la historia, se han documentado muchos casos del poder climático de los volcanes y de su capacidad para alterar la historia humana. A finales del primer milenio de nuestra era, la erupción del Eldgjá en Islandia lanzó a la atmósfera 70 millones de toneladas de dióxido de azufre. Durante tres años, buena parte del hemisferio norte sufrió nevadas veraniegas, malas cosechas y hambrunas. Y los vikingos de la isla nórdica vieron en la erupción una señal del fin del poder de Odín y compañía y acabaron abrazando el cristianismo.
Sin irse tan lejos, las erupciones del Krakatoa en 1883, el Mount St. Helens en 1980 y el Pinatubo en 1991 provocaron enfriamientos atmosféricos de hasta medio grado Celsius. Claro que las alteraciones fueron todas efímeras, en nada comparables al cambio sostenido que provocan las emisiones constantes de gases de efecto invernadero provocadas por la actividad humana. Pero, aun así, su poder de trastocar el curso de la historia es innegable.
Frío, hambre y guerra
Volvamos a Roma. En el año 44 a. C. varias decenas de senadores apuñalaron a Julio César. El poder de la República se extendía ya entonces por todo el Mediterráneo, pero Egipto mantenía todavía cierta independencia bajo el control de los ptolemaicos. En aquellos años, el trono lo ocupaba Cleopatra VII, la última gobernanta de la dinastía.
La agitación que se produjo tras el asesinato de Julio César no fue solo política. Gracias a las fuentes arqueológicas, hasta ahora conocíamos que las malas cosechas y las plagas fueron habituales en aquellos años, alimentando el malestar social. En ese contexto, tuvo lugar una lucha de casi dos décadas por el poder de Roma que acabaría con la instauración del Imperio y la anexión de Egipto.
De acuerdo con varios estudios paleoclimáticos recientes (publicados en 2015 y 2016), los años 43 y 42 a. C. fueron los más fríos de los últimos 2.500 años en la región mediterránea. Así, el frío, el hambre y la guerra caracterizaron este periodo convulso y, a la vez, clave en el devenir de Occidente. Faltaba entender el porqué. Un nuevo artículo puede haber dado con la respuesta.
Una erupción a 10.000 kilómetros de Roma
Para conocer el clima del pasado, los investigadores acuden habitualmente a indicadores paleoclimáticos. Es decir, registros naturales que permiten reconstruir las condiciones atmosféricas de hace muchos años. Uno de los indicadores más usados son los testigos de hielo, muestras cilíndricas de agua solidificada que se obtienen mediante la perforación a diferentes profundidades, alcanzando zonas aisladas durante milenios.
El equipo multidisciplinar detrás del artículo ‘Extreme climate after massive eruption of Alaska’s Okmok volcano in 43 BCE and effects on the late Roman Republic and Ptolemaic Kingdom’, publicado en ‘Proceedings of the National Academy of Science’, también acudió al hielo en busca de respuestas. Allí encontraron señales de que el volcán Okmok, en la actual Alaska, a 10.000 kilómetros de Roma, había sufrido dos grandes erupciones alrededor del año en que Julio César fue apuñalado.
La primera, breve, pero intensa, tuvo lugar en el 45 a. C. La segunda, mucho más prolongada, se inició en el 43 a. C. y provocó un invierno de dos años en el hemisferio norte. Las temperaturas medias bajaron entre dos y tres grados Celsius. Pero los indicadores paleoclimáticos del Mediterráneo muestran descensos locales de siete grados. Como consecuencia, se alteraron también los patrones de lluvias.
“En la región mediterránea, las condiciones extremadamente húmedas y frías en primavera […] y su prolongación hasta el otoño debieron de reducir las cosechas y provocar problemas de abastecimiento en medio de la agitación política”, explica el arqueólogo Andrew Wilson, de la Universidad de Oxford (Reino Unido). “Esto refuerza la credibilidad de las historias de frío, hambrunas y enfermedades descritas por las fuentes antiguas”.
“Esta erupción generó efectos en cascada en el sistema climático e impactó las sociedades humanas del Mediterráneo durante un periodo vulnerable. Ni los científicos ni los sacerdotes de Roma conocían la existencia del Okmok”, añade Joseph Manning, investigador de la Universidad de Yale (Estados Unidos). “Esta investigación nos permite repensar la historia antigua y, en especial, su relación con el medioambiente y el clima”.
Si Julio César no hubiese desafiado al Senado de la República cruzando el Rubicón, quizá nadie lo habría apuñalado. Y si los ptolemaicos hubiesen logrado resistir el poder de Roma, quizá no hubiese surgido el Imperio Romano. ¿Y si el Okmok hubiese tardado 30 años en entrar en erupción?
Los grandes cambios de rumbo en la historia nunca tienen una causa única. Pero el impacto de los vaivenes climáticos en el desarrollo de nuestro mundo es innegable. Lo fue en la Antigua Roma, lo fue en Islandia y lo está siendo en nuestro tiempo.
En Nobbot | ¿Qué nos puede contar un dibujo de 220 años sobre el cambio climático?
Imágenes | Wikimedia Commons/Historia de Europa, Alaska Volcano Observatory, US Geological Survey
a todos estos eruditos de los volcanes se les olvida un capitulo o dos que nunca se beberían olvidar: la erupción del TERA en Santorini y Las Trampas Siberianas que los expertos no han estudiado o publicado exhaustivamente sobre las consecuencias climáticas habidas en el mundo por su causa un caso particular representa el KATLA en 1783 que según los expertos pudo acabar con la Monarquía Francesa pero ¿porqué incomodan a los expertos tales teorías? es una forma de admitir que las formas humanas de convivencia con el entorno natural no se someten al despotismo ilustrado aun hoy rampante en el mundo
La economía mundial actual no podría soportarlo. ¿se imaginan algo así en 2021 post Covid? Perfectamente posible.