Cuatro mil universitarios marchan hacia el Palau de la Generalitat en Barcelona. Según quien los cuente son más. Acabarán gritando botifler a Puigdemont ante un atisbo de retractación independentista. Entre jolgorio estudiantil y tierna terquedad ideológica cantan «¡Prensa española, manipuladora!» al paso de cada brazalete o chaleco de periodista que les observa desde la acera.
En un escenario y días no muy lejanos, hombres y mujeres de toda edad y condición se suman a una manifestación unionista, enarbolando banderas rojigualdas. En su marcha, alcanzan un set de conexión en directo de la televisión pública catalana, que retransmite íntegramente esa concentración de 350.000 personas —o más, según quien los cuente—, y, por resorte, corean: «¡TV3, manipulación!».
Ambas situaciones reflejan, desde polos opuestos, una percepción social generalizada y asentada de los medios de comunicación: manipuladores, perversos, interesados, vendidos, desinformados, malos y mentirosos.
la mala reputación de los medios
La mala reputación supera el ámbito de cualquier marca periodística. Y de cualquier canal de comunicación. Es indiscriminada. Y preventiva, porque ya está ahí antes de que nazca aquello que pueda motivarla. El producto periodístico articulado en un medio de comunicación que dé cobertura a la actualidad ha suscitado un consenso inaudito en estos tiempos: es falsario. Cualquier inversor que desconozca el sector desistiría de poner un céntimo en un negocio cuyo producto genera un rechazo directo y visceral. Y, sin embargo, las cosas no son así. O no lo son del todo.
Se critica a los viejos medios de comunicación incorporando al esquema personal de valores una visión negativa de ellos. Se asume y se cree que manipulan. Pero ni unos, los indepes, ni la mayor parte de los otros, los españolistas, se informan con ellos. Prescinden de unos vehículos informativos que les ofrezcan una visión completa de la actualidad, aunque sea explícitamente sesgada. Lo hacen a través de medios online que por su propia naturaleza son incapaces de proporcionar una perspectiva amplia, estable y comparable que permita ubicar las noticias que les mueven a manifestarse dentro de la actualidad global.
En los medios online —digitales o tradigitales— el usuario consulta la información o tema de su interés, cuya narración progresa cambiante con el acontecimiento, y prescinde de todos los demás elementos de la actualidad. No los ve. Ni los busca. En los tradicionales —y adaptados—, esa información, aunque no le interese, se le presenta jerarquizada y contextualizada.
recortes de prensa en redes sociales
Probablemente, la mayoría de los manifestantes mencionados ni siquiera se informe a través de medios online. Y como ellos, el grueso de la sociedad. Seguramente solo tienen noción de la realidad por medio de recortes de prensa recibidos desde aplicaciones de mensajería y redes sociales.
Así, nos encontramos con personas incapaces de evaluar la información que les motiva y contrapesarla con antecedentes y previsiones de consecuencias, por la fuente informativa que les alimenta. Y, lógicamente, carecen de elementos de juicio para considerar, desde un recorte de prensa o la lectura de una noticia, que los medios de comunicación son lo peor de lo peor.
La ventaja de esta situación, si uno estuviera dispuesto a invertir en medios de comunicación sin conocer el sector, es que esos que propagan la mala fama jamás serán consumidores del producto de actualidad, que siempre tendrá un mercado pequeño pero estable y consciente de su utilidad.
publicidad online y audiencias
Sirve también esta reflexión para cuestionar la forma en la que las empresas de comunicación miden sus resultados. Los dos medios tradigitales de mayor alcance anuncian, cada uno, que su volumen de usuarios únicos mensuales es, literalmente, media España adulta. Es como contar como lector a cada jubilado que lee las portadas de los diarios en el quiosco. Sin ir más lejos, El País exhibía su primer centenar de millones de navegadores únicos, aunque nadie tiene qué demonios significa ese concepto, y da que pensar que suma desaforadamente a todo el que pasaba por allí..
Y, las empresas de medios, parece que hasta se lo creen. Pero la exageración tiene repercusiones. La publicidad online, esa que no se ve salvo que el receptor esté estimulado por la necesidad —únicamente si necesita un abrigo verá el anuncio de un abrigo— y que generalmente molesta y hasta enfada, se factura medida por una audiencia irreal. Como resultado, la inversión publicitaria resulta ineficaz y cara. Y los proyectos de cobro por el consumo informativo se convierten en una fantasía.
cualquier modelo de pago a día de hoy es una utopía
Tenemos, en el sur de Europa, poco hábito de pago por la información. Seguramente porque jamás necesitamos suscribirnos a un medio de comunicación para garantizarnos su recepción. Aquí vivimos mediterráneamente apretaditos, disfrutando de un clima sin extremos y —aún quedan— con algún quiosco próximo donde comprar un periódico dando un paseo. En sitios fríos o abrasadores y de población muy dispersa, para tener acceso a un periódico o una revista era más cómodo suscribirse. De ahí les debe venir a los norteamericanos el hábito de pagar de antemano por cosas que recibirán a domicilio. Están tan acostumbrados a pagar que lo hacen incluso por el porno. Nosotros, no.
Siendo así, cualquier modelo de pago de medios de comunicación online suena hoy a utopía. Y si cae el modelo publicitario y el modelo de cobro por difusión, habrá que concluir que el Periodismo no satisface las necesidades de sus posibles consumidores. Habrá que plantearse nuevos modelos que prescindan de la sacralización de la fuente autorizada, política y administrativa, en detrimento del ciudadano.
estructura laboral de los medios
Habrá que reconsiderar un modelo cuya credibilidad depende directamente de la consolidación histórica de la marca comercial; en el que el producto online es incapaz de sustituir la jerarquización, contextualización y visión global de la información que ofrecen los medios tradicionales. Véase, al respecto, Paradise papers, cobertura en la que un online, El Confidencial, ha necesitado la colaboración de un tradicional, La Sexta, para lograr divulgación.
Se tendrá también que observar la estructura laboral de los medios, en los que se ha perdido oficio. Creo que habrá futuro para nichos informativos y para la prensa local. Lo pasarán mal los modelos económicos en los que los consumidores son los cooperativistas que hacen posible la empresa, porque su economía es de supervivencia y limita su posible crecimiento. También lo pasarán mal alguno de los grandes medios consolidados, cuando los magnates y corporaciones que los soportan —y condicionan— vean que su capacidad de influencia no se corresponde con los centenares de millones de lectores que afirman tener y decidan retirar su capital.
Alguno perderá su marca y se convertirá en suministrador de información de actualidad y entretenimiento barato para alguno de los carriers de Internet que realmente aportan público. Da lo mismo que sea Amazon, Netflix o Facebook.
Mientras todo esto pasa, algunos iluminados, románticos empedernidos enamorados del Periodismo y aventureros que lo arriesgan todo a la que cuatro datos les den la razón en una hoja de cálculo, experimentarán con nuevos medios tradicionales. Veremos nuevos intentos de periódicos en papel y de revistas impresas que busquen audiencias a las que satisfacer. Y les irá regular. Si les va.
O no sucederá nada de todo esto, porque todo será malo, tendencioso y manipulador. Vaya usted a saber.