La Fundación Orange acaba de publicar un nuevo acercamiento al efecto de la transformación digital en diversos sectores de actividad, siendo el de educación el analizado en esta tercera entrega. Su lectura me ha hecho meditar sobre algunos aspectos que afectan a tan importante asunto y plantearme algunas dudas (a las que posiblemente no daré respuesta, no sigan leyendo si eso es lo que esperan de mí, incorregibles optimistas).
Repasar los 51 casos expuestos en el estudio me sugiere, en primer lugar, unas ciertas claves que deben ser consideradas desde el minuto cero. Estas claves son: la conectividad, la formación tecnológica de los profesores y la metodología que permita integrar con éxito las nuevas herramientas de base tecnológica. Indispensables todas y cada una para hablar no ya de éxito, que eso vendrá o no más tarde, sino de bases sobre las que trabajar para edificarlo.
Es cierto que la conectividad ha mejorado notablemente gracias al esfuerzo inversor de las operadoras de telecomunicaciones, pero ello no permite asegurar que la disponible en los centros educativos sea la más adecuada en cada momento, y mucho menos que el alumno goce en su casa de los medios para hacer los deberes digitales.
resistencia al cambio
Respecto a la segunda, se trata de una de las barreras más tradicionalmente comentadas a la hora de profundizar en ese proceso transformador. La resistencia al cambio, la ausencia de conocimiento digital o el no contar en muchos centros de figuras técnicas especializadas que ayuden a torcer el brazo a los caprichos del hardware y el software son algunos ejemplos que ilustran ese escenario.
Y en cuanto a la última de esas claves, nada mejor que recordar a Ignatius J. Reilly, el protagonista de la imprescindible “La conjura de los necios”, la obra póstuma de John Kenedy Toole, y su infatigable demanda de teología y geometría, ambas, para que una acción tenga éxito en la vida. Sin método no iremos muy lejos por muchas herramientas que el avance tecnológico ponga a nuestra disposición.
Pero si hemos conseguido superar estos inconvenientes, el presente no puede ser más alentador, siendo conscientes de que tan solo estamos empezando a crear una nueva educación que debe ser accesible, asequible y efectiva, y en la que la tecnología, impulsora de los cambios que obligan a cualquier sector a cuestionarse su presente, forma a la vez parte de la solución a esos retos.
educación personalizada
Quizá uno de los efectos que marcan claramente un antes y un después en la forma de afrontar las posibilidades que ofrece la tecnología es la personalización. El momento actual es diferente a lo ya vivido en el campo de la educación, aunque solo sea por esa razón. La posibilidad de personalizar los contenidos educativos de forma que respondan a las necesidades de cada estudiante. Hoy la tecnología permite liberar al profesor del eterno dilema de adecuar, de poder adecuar, esos contenidos a las necesidades o capacidades reales de cada cual. Si Howard Gardner nos condenó a tener siete inteligencias (a mí, que ya tenía problemas para aclararme con la que consideraba única y no especialmente privilegiada), ¿cómo no estar de acuerdo en que la mejor educación debería tratar de ahondar en las posibilidades de cada una de ellas? Obligación de personalizar, vaya.
Esto obliga a cosas, claro: a entender lo que los alumnos necesitan aprender; a compartir esa información con esos alumnos para que estos la hagan suya; a darles la oportunidad de participar en la creación/modificación de esos contenidos; a analizar la información recogida, para corregir los posibles errores y progresar, seguir progresando.
Pero es que, además, hoy tenemos la posibilidad de analizar e interpretar los datos que los alumnos usuarios de tecnología nos proporcionan. Small data si se quiere, frente al big data de las grandes corporaciones, pero no por ello datos menos ricos. Lo que debería llevarnos a mejorar la curva de aprendizaje de alumnos y profesores (sí, digo bien, también la de los profesores, ahora sometidos con casi el mismo rigor que los alumnos al aprendizaje continuo). Será preciso diseñar el avión mientras vuela.
Otro reto nada baladí, y de alguna forma también provocado por el efecto de la tecnología, al que hacer frente es que las reglas creadas en el siglo XIX para adecuar la educación al empleo ya no valen en este siglo XXI. Las innovaciones tecnológicas están cambiando la naturaleza del trabajo, pero a la vez están ofreciendo soluciones innovadoras para la educación y el entrenamiento de habilidades. Así, necesitamos modelos educativos que puedan llenar el gap existente entre la demanda de habilidades y la oferta de las mismas.
Dicho lo cual resulta gozoso navegar por las páginas del estudio y asistir a tantas soluciones provenientes desde clásicas empresas del sector hasta pujantes start up. Por cierto, de los 51 casos referenciados, nada menos que 38 son españoles, con lógica presencia del sector público, lo que es especialmente placentero a los ojos del firmante de estas líneas (¿ya demasiadas, dice?).
soñando tendencias
Pues entonces voy acabando, pero no sin antes regodearme soñando con las tendencias y lo que le ocurrirá a lo que hoy son tendencias. ¿Cómo acabarán incidiendo algunas tan incipientes como la cultura maker (el diseño y la impresión en 3D), la realidad virtual, los wearables?, ¿qué pasará con los MOOC?, ¿qué letra minúscula sustituirá a la m de movilidad y a la u de ubicuidad, delante de la palabra learning?
Y sí, acabo, no insista. Si ha llegado en su lectura hasta este punto le pido paciencia para dos párrafos más. Quiero aprovechar esos párrafos para transmitirle mi firme creencia en que la principal transformación se habrá dado cuando se enseñe al niño a pensar, cuando se reduzca la brecha existente entre educación recibida y las exigencias del mercado laboral, cuando aprendamos a la vez habilidades digitales y transversales, cuando la formación sea una actividad continua y para siempre, cuando permita a los alumnos tener éxito en los estudios y en la vida. Cuando equilibre el hoy el mañana.
La transformación digital solo tiene sentido si hay un proyecto educativo detrás. Nos hemos hartado de decir y escuchar una verdad que no por más repetida es menos verdad: la tecnología es nada más pero nada menos que una herramienta. Una herramienta posiblemente llena de algoritmos, de esos que han dado forma a novísimas maneras de acceder a información. Pues bien, la educación es el algoritmo que nos dirige la vida.