El director de cine, Fernando Trueba, declaraba hace tiempo en televisión que «la educación es la base de todo» y que «sólo en un país en el que la gente esté educada y tenga ideas propias habrá democracia real». También lamentaba que «en un país en el que la gente está más embrutecida, la democracia se va pudriendo».
Viene esto a cuento de la reciente elección de “posverdad” como palabra del año por el diccionario de Oxford. El concepto se define como ”relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal» y es fácil situarla en el contexto de tsunamis políticos como el Brexit o la llegada de Trump al poder en EE.UU.
Un neologismo que ha encontrado el caldo de cultivo ideal para extenderse como la pólvora en esta modernidad líquida -de tanto usar este término, se está solidificando-, de gran incertidumbre, en la que se han dinamitado los cimientos de los faros que, tradicionalmente, guiaban a una ciudadanía en búsqueda de certezas.
la culpa de «fake news» y posverdades es del empedrado 2.0
Algunos se apresuran a señalar a las redes sociales y, tras la victoria de Trump en EEUU, culparon a Facebook –la primera fuente de noticias para el 44% de los estadounidenses- del triunfo electoral del excéntrico magnate norteamericano. El propio Zuckerberg tuvo que salir al paso explicando que «solo un 1% son noticias falsas y engañosas».
El CEO de la red social negó que ese mínimo porcentaje de noticias falsas hubieran influido en un sentido o en otro en las elecciones y desde el partido demócrata, no daban crédito a esas explicaciones. En todo caso, aunque solo sea para curarse en salud, Twitter, Facebook y Google están tomando medidas para reducir las «fake news» en sus redes a través de la First Draft Coalition.
los jóvenes no distinguen entre noticias verdaderas o falsas
Esta sombra de sospecha sobre las redes e internet, impulsada a menudo desde la política y –curiosamente, porque necesitan a esas redes para mejorar sus audiencias- desde unos medios de comunicación tradicionales en crisis de identidad, encuentra apoyo en estudios como el de la Universidad de Standford. En él, se llega a la conclusión de que la mayoría de los jóvenes no son capaces de distinguir entre noticias falsas y verdaderas, y tampoco detectan si un contenido es de pago –“branded content”- aunque figure etiquetado como tal.
Por poner algún ejemplo, para los más de 7.800 estudiantes encuestados, la credibilidad de una noticia difundida en redes tiene más que ver con el detalle que proporciona o con el tamaño de la fotografía que con la fuente. En cuanto al contenido patrocinado, más de dos de cada tres estudiantes de secundaria no encontraron ningún motivo para desconfiar de un texto escrito por un ejecutivo de banca argumentando que los adultos jóvenes –Millennials- necesitan más ayuda profesional para su planificación financiera.
Esta dificultad para discernir lo real de lo falso no es solo patrimonio de los jóvenes norteamericanos. ¿Cuántas veces habremos retuiteado alguna información falsa o dado por cierta una noticia de la web humorística El Mundo Today?
Pero las redes o internet, de ser un problema, serían solo una parte del mismo. Sin ir más lejos, el “Bregret” que siguió al “Brexit” fue motivado por la decepción ante las mentiras –“¿posverdades?”- que los políticos habían vertido a los votantes desde sus sillones y atriles analógicos, tangibles, de madera y acolchados. Nada digitales.
banalización y menoscabo de la credibilidad
¿Y los medios de información? En nobbot ya nos hicimos eco de las palabras de Sergio J. Valera, redactor jefe en la Asociación de la Prensa de Madrid, cuando afirmaba que “el retroceso de la calidad y el aumento de la banalización tienen como gravísimo resultado el menoscabo de la credibilidad y de la reputación que atesora cada marca periodística. Una cualidad, la de ser creíble, de poder ser o merecer ser creído y considerado como una fuente fiable, absolutamente vital para los periodistas y para los medios”.
Nadie en su sano juicio puede dudar del papel esencial que tiene el periodismo en la salud de nuestras democracias y, quizás, nadie en su sano juicio pueda a estas alturas afirmar que los medios, en general, están cumpliendo con ese papel.
Puestas así las cosas, ¿hay alguna forma de desbrozar el camino hacia el conocimiento y eliminar de él tanta mala hierba infoxicadora? ¿O tenemos que asumir como inevitable el discurso de la incertidumbre que nos aboca a vivir permanentemente con miedo (a tomar decisiones, al futuro, al cambio…)?
ciudadanía formada, informada y crítica
En este punto en que, por delante de cualquier especulación que se pueda hacer sobre la responsabilidad de medios, políticos o plataformas tecnológicas en el uso masivo e impune de la mentira como eficaz elemento discursivo, la responsabilidad última es de la ciudadanía que lo acepta sin dudar y, por tanto, es incapaz de exigir responsabilidades a los mentirosos.
Pero, claro, para que los ciudadanos podamos discriminar lo cierto de lo falso, los hechos de las manipulaciones, necesitamos herramientas que nos permitan realizar esta labor de “fact checking”. Y esas herramientas, se encuentran en aulas, pupitres y pizarras, en libros y smartphones, en profesores de carne y hueso o videos de internet…En definitiva, en la educación que, en palabras de Manuel Gimeno, de la Fundación Orange, es el “algoritmo que nos dirige la vida”.
Decía Tácito que “la verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre”. Bueno, pues a lo mejor, el más eficaz antídoto frente a tanta posverdad e incertidumbre sea que nuestros jóvenes –quizás sea tarde para los que ya no lo somos- accedan al conocimiento de las grandes mentes que hoy nos rodean y también de los que nos precedieron en épocas también atribuladas.
Solo así, a través del conocimiento profundo de la filosofía, la historia, las matemáticas, la física, la computación o la economía podrán desarrollar ese escepticismo y espíritu crítico tan necesarios para exigir responsabilidades a los que comprometen con sus mentiras el futuro que nos merecemos. El mejor de los futuros posibles.
Fotografía: La imagen que encabeza este texto es del desaparecido «Noticias del mundo»