Grupo de jardineras del plan de reactivación e inserción laboral del Ayuntamiento de Madrid
Jóvenes emprendedores en mangas de camisa, con micrófono prendido de la oreja y hablando de digitalización e innovación, ilustran su conferencia motivadora con imágenes, mil veces utilizadas, sobre lo que sucede cada minuto en Internet… Para estos entusiastas sosias de Steve Jobs y habitantes imaginarios de un Silicon Valley de cuento, que salpican sus discursos con extrañas palabras en un inglés aprendidas en escuelas de negocio (o, más a menudo, en alguna charla TED de Youtube), el futuro no tiene secretos. Ellos ya saben lo sucederá mañana y, curiosamente, el porvenir se ajustará a las gráficas de crecimiento de la empresa de la que son CEOs y, con frecuencia, empleados únicos. Al terminar su charla, reciben los aplausos entusiasmados de un público que vocea en Twitter su presencia en la sala para mejorar su marca personal.
silicon valley queda muy lejos del manzanares
Mientras tanto, en un universo paralelo, mujeres con más hijos que titulaciones académicas y anotaciones en sus cuentas corrientes tan rojas como las heridas que el trabajo deja en sus manos, podan, siembran y cavan en el vivero municipal de la Casa de Campo de Madrid. A pesar de la dura faena, se sienten afortunadas al haber sido elegidas en un plan de reactivación e inserción laboral.«Nos tocó la lotería», dicen.
Desahuciadas para el mundo laboral –que en una sociedad de mercado es casi como decir desahuciadas para el mundo-, estas mujeres trabajan con alegría porque, tras años engrosando las listas de parados del INEM, esta experiencia les hace recuperar la autoestima, la sensación de que vuelven a ser útiles para la sociedad que tantas veces les ha dado la espalda: por mujeres, por madres, por “viejas”, por pobres, por…”Después de mucho tiempo me he vuelto a sentir feliz, valorada, gracias al apoyo de mis jefes y el cariño de mis compañeras”, nos dice una de estas trabajadoras, parada de larga duración y recién salida de una profunda depresión. Silicon Valley le suena a nombre de centro estético pero sabe todo sobre dejar atrás rémoras del pasado para buscar soluciones de futuro.
economía circular a la puerta del hipermercado
Sobrevolamos ahora la ciudad a la manera del Diablo Cojuelo y aterrizamos en casa de una pareja de jubilados. Ella, que cuida de su marido enfermo, no recibe ninguna pensión pese a haber trabajado toda su vida en el hogar y “en negro” y hace malabares con los números para poder ayudar a sufragar los estudios, cada día más caros, de sus nietos. Ellos contribuyen al pago de la matrícula y libros jugándose la vida en bicicleta para hacer llegar a su destino los pedidos de una App de envío de comida a domicilio. El padre está en el paro y la madre apenas puede afrontar los gastos de la casa con el magro sueldo que recibe regalando muestras de perfume en una superficie comercial. “¿Silicon Valley? No, no me suena ese perfume”, dice esta experta en economía circular.
En la puerta de ese centro comercial se agolpan “manteros”, inmigrantes que, a pesar de llevar años residiendo en el país, tras cruzar mares y saltar vallas, siguen siendo “ilegales” y, como tales, se ven abocados a infringir la ley para comer, vendiendo imitaciones de bolsos, películas copiadas o versiones falsas de esos mismos perfumes que una mujer de triste sonrisa regala al otro lado de los cristales del escaparate. Ellos tampoco han pisado Silicon Valley pero podrían enseñar mucho sobre globalización y se manejan con soltura en entornos de trabajo abiertos, transversales y, sobre todo, ágiles.
¿y si estuviéramos equivocándonos con los modelos «inspiradores»?
Estamos en un barrio de trabajadores, en el extrarradio de una gran ciudad y muy lejos de Silicon Valley, y uno se pregunta si no será aquí donde se encuentran los modelos que más nos pueden ayudar a interpretar nuestro día a día y prosperar en un futuro –globalizado, digital, robotizado– que ya es presente. ¿Y si estuviéramos equivocándonos con los modelos “inspiradores”? Porque, puestos a hablar de innovación y emprendimiento, y con todo el respeto que merecen los genuinos impulsores de nuevos modelos empresariales en la economía digital, hay ejemplos de innovación y gestión más cercanos que pueden enseñarnos mucho y a los que, sin embargo, nunca apuntan los focos.
Así, siendo loables los ejemplos, aireados en medios de comunicación, de mujeres que han conseguido abrirse paso en un mundo machista para ocupar altos cargos en grandes empresas, no son de menos interés los casos de aquellas mujeres que, en circunstancias personales y profesionales nada propicias, consiguen salir adelante sin apenas recursos pero sobradas de dignidad. Y ellas no suelen ocupar titulares en la prensa económica.
Porque creo que es compatible emocionarse con el famoso discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford y hacerlo también escuchando las enseñanzas de nuestros mayores que, cuando pensaban que tenían asegurado su, cada vez más corto futuro, se ven abocados a reclamar en las calles pensiones más dignas. Ellos, como Jobs, saben bien lo que es sobreponerse a las dificultades.
un futuro que, a ratos, tiene forma de lobo hambriento
Por todo esto, sigo esperando que universidades, empresas, escuelas de negocio o medios de información empiecen a hacer sitio a esas personas anónimas que, tirando de necesidad e instinto de supervivencia, tanto nos pueden enseñar. “Caras de trabajo y de sudor, de gente de carne y hueso que no se vendió, de gente trabajando buscando el nuevo camino”, que diría Rubén Blades. Gurús de lo cotidiano con manos curtidas que pueden señalarnos caminos para que no nos perdamos en este oscuro bosque del presente donde, a ratos, parece que acecha un futuro con forma de lobo hambriento.