Su vida es un torbellino de platos exóticos e “instagrameables”, aderezados con especias llegadas de países lejanos e inéditas para los que el verbo salpimentar es la exacta descripción de nuestra aportación a la materia prima que protagoniza nuestras recetas. Si es pescado, con sal y pimienta; si es carne, con sal y pimienta, si es un huevo, con sal y pimienta. Solo en el caso de que el espíritu de un excelso “gourmet” invada nuestro cuerpo, o que nos golpeemos la cabeza con una estantería en el supermercado, utilizaremos sal del Himalaya o, en el colmo del atrevimiento, soja. Pero el foodie no es así: él conoce al dedillo las técnicas culinarias más refinadas de cualquier lugar del planeta donde la gente tenga para comer y, encima, disponga del tiempo suficiente como para hacer algo más que llenar el estómago. En especial, se muestran interesados por las últimas aportaciones de los chefs más reputados, y más si pueden sentarse gratis a su mesa, algo que no siempre es una tarea sencilla.
Críticos culinarios siempre ha habido, pero las nuevas tecnologías y las redes sociales han “democratizado” esta actividad y ofrecen visibilidad a refinados tragaldabas que, de otro modo, no podrían epatar a propios y extraños con su exquisito gusto para la manduca. Eso sí, comer con ellos puede ser una experiencia extenuante, y si no que les pregunten a los chicos de Pantomima Full.
No es fácil ser El comidista, pero podemos intentar dar el pego con nuestros amigos -mientras que huyan despavoridos de ese tailandés tan de moda en pos de un bocata de calamares- o conocidos en las redes sociales. ¿Porque qué sería, por ejemplo, de Instagram sin fotografías de huevos poché enriquecidos con filtros vintage; o de Facebook sin nuestra pose orgullosa frente a la puerta de un tres estrellas Michelín que, una vez realizada la foto, dejaremos atrás ante la mirada decepcionada de un aparcacoches que ve disiparse otra generosa propina.
foodie al rico aroma de red social
Pero no todo es emplatado: junto a tanto aprendiz foodie, también los hay genuinos, con un sustancioso fondo de sabiduría gastronómica. Por ejemplo, Niamh Shields, desde su blog Eat Like a Girl, ha llegado a ser considerada «una de las 500 británicas más influyentes», según The Times. O Rena Awada, famosa defensora de la «cocina saludable» y creadora de la cuenta de Instagram Healthy Fitness Meals se ha hecho famosa reposteando recetas en su blog. Según declaró a la revista Inc, sus comienzos como influencer del yantar empezaron cuando se dio cuenta de que había un hueco por llenar – o rellenar, como si de un pavo se tratara- en Instagram: el de la comida saludable. Una rareza -a no ser que la panceta y las croquetas entren en esta categoría- que también es el secreto del éxito de Ella Worward, la joven británica que ha construido un imperio alrededor de su blog Deliciously Ella.?
el foodie español cuando cata es que cata de verdad
¿Y en España? Pues aquí también bien hay insignes representantes del morro fino que pueden servir de guía para todo aquellos que se inicien en estas lides. Por ejemplo, tenemos a la «coach nutricional», Edurne que a través de su blog Eva muerde la manzana apuesta por la comida sana con «recetas, pensamientos y promociones»; a las hermanas Ana y Sari, que se han especializado en también comida sana (uf), sobre todo, en smoothies, y en platos sencillos pero creativos; Martha Escorihuela, que convierte sus fotografías de platos en casi obras de arte, o Garbancita, que cuenta sus experiencias en restaurantes a través de su blog.
Otros excelsos ejemplos serían Con el morro fino, Susana y Fabio, Alejandro de la Rosa o el clásico De rechupete, cuyo blog nos ha sacado de más de un apuro en esos días extraños en los que algún amigo o amiga despistados se aventuran a sentarse a nuestra mesa.
Dicho queda: ser foodie es sencillo, solo hay que comer, poner gesto de entendido y, si queremos compartir la experiencia y no nos da para ello, copiar a los que saben.