La estación espacial china Tiangong-1 impactará contra la Tierra en los próximos días. Este titular alarmista apareció en varios medios de comunicación hace unos semanas. Incluso se especuló con que el lugar del impacto podía situarse en algún punto de la península ibérica. Finalmente, la tragedia no llegó a fraguarse. El 2 de abril sus restos volvían a la atmósfera terrestre y se desintegraban sobre el Pacífico sur.
Tiangon-1 llevaba dos años orbitando alrededor de la Tierra de manera descontrolada. No es nada excepcional. Es lo que ocurre cuando la vida útil de un satélite se da por finalizada. Deja de estar operativo y se convierte en basura espacial. Y no es un problema menor.
EL ORIGEN DE LA BASURA ESPACIAL
En este momento hay 18.835 objetos sin ningún tipo de utilidad alrededor de nuestro planeta, según los datos ofrecidos en febrero por la NASA (National Aeronautics and Space Administration) a través de su Programa de Restos Orbitales (Orbital Debris Program). Esto supone un aumento de casi 1.000 piezas con respecto al año anterior, en el que se contabilizaron 17.876 fragmentos.
Su origen son explosiones y colisiones que se producen en el espacio. Las primeras son causadas, sobre todo, por fallos en las fuentes de energía que llevan a bordo satélites y cohetes. En cuanto a los impactos accidentales, el primero del que se tiene constancia se produjo en 1996 entre el satélite francés de defensa Cerise y un fragmento del cohete Ariane. En 2009 el choque de los satélites de comunicaciones estadounidense y ruso generó un tercio de todos los restos orbitales catalogados en la actualidad.
Aunque también se han producido impactos controlados. En 2007 el Gobierno chino destruyó con un misil el satélite meteorológico Fengyun-1C que amenazaba con volver a la Tierra. A cambio de evitar este riesgo, se esparcieron en el espacio miles de fragmentos con sus residuos.
«El problema es que si un pequeño desecho golpea a otro cuerpo o satélite en funcionamiento, lo haría explotar debido a su velocidad”, explica Luisa Innocenti, responsable de la división Clean Space de la Agencia Espacial Europea (ESA). Tanto es así que la Estación Espacial Internacional tiene que modificar periódicamente su posición para evitar los daños producidos por esos posibles impactos.
SATÉLITES MÁS ECOLÓGICOS
Cada año, 200 expertos europeos en residuos espaciales se reúnen en el del Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC). Allí debaten cómo limpiar el espacio. “Hay dos problemas que se tienen que resolver. El primero es que hay que dejar de contaminar y el segundo es que tenemos que eliminar la basura, es decir, los desechos», recalcaba Innocenti en su último encuentro.
En los primeros años de la conquista del espacio, no se tuvo muy en cuenta qué pasaba con esos restos que se quedarían flotando sin rumbo cuando acabaran su misión. Ni sus posibles consecuencias. Actualmente, hay alrededor de 2.000 naves espaciales activas, ya sea en órbita terrestre baja o en posiciones geoestacionarias. Los satélites que están muy lejos simplemente están «estacionados» en vertederos espaciales. Por su parte, los más cercanos a la Tierra regresan a casa.
De estos últimos, las partes más grandes, como los paneles solares, se queman en la atmósfera. Pero los componentes fabricados con titanio y acero no, y son los que pueden golpear la Tierra. Los ingenieros están estudiando lo que sucede en el momento de la reentrada con la intención de construir satélites que se rompan de una manera controlada.
“En este momento estamos intentando comprender qué pasa con los materiales que usamos ahora. Luego veremos cómo podemos mejorarlos, trabajar en el diseño y su concepción”, apunta Benoit Bonvoisin, ingeniero en materiales de ESTEC. “El objetivo es crear un satélite más seguro y que genere la menor cantidad posible de desechos”.
ZAFARRANCHO DE LIMPIEZA
En Europa han desarrollado el programa E-Deorbit para demostrar que es posible capturar un satélite fuera de control y evitar el peligro. En una de sus propuestas un robot, equipado con una cámara, sería el encargado de recoger el desecho. Una vez capturado, lo llevaría hasta un lugar donde poder destruirse de forma segura.
Otro proyecto incluye usar trampas en el espacio para capturar grandes cantidades de chatarra espacial. “La idea es imitar lo que hacen los pescadores en el mar”, describe Michèle Lavagna, profesor de la Universidad Politécnica de Milán. “Teniendo en cuenta que el movimiento del satélite es totalmente desconocido y libre, la red envolvería el objeto. Una vez atrapado, lo llevaríamos a donde queramos, igual que hacemos con los peces en el mar».
En octubre tendrá lugar la próxima reunión en el ESTEC donde, según un avance de su programa, continuarán abordando tanto el desarrollo de materiales y tecnologías más ecológicas en la construcción de satélites, como los sistemas más adecuados para deshacerse de la basura espacial. Mientras tanto, desde la Tierra, seguiremos mirando al cielo confiando en que las luces que vemos sean las de las estrellas.
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Imágenes | ESA