Hemos pasado de imaginar utopías a imaginar que el futuro será una especie de lugar inhóspito al que no queremos ir debido a la “ecoansiedad” que genera el cambio climático.
Así lo cree Andreu Escrivà, doctor en Biodiversidad y divulgador científico, que estos días anda presentando su nuevo libro, Y ahora yo qué hago, editado por Capitán Swing, con el subtítulo «Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción».
“Cuando uno lee previsiones, informes, escenarios de futuro, noticias de presente muy catastróficas… se erosiona mucho. Llega un momento en el que se cae en una sensación de inexorabilidad, como de que no puede cambiar nada. Eso genera un estado de ánimo muy negativo. Cuando uno siente ansiedad por el cambio climático, tiende a cerrarse mucho, a no ver posibilidades, a verlo todo negro. Ese agobio ha provocado que la gente diga ‘mira, yo no estoy para eso, no quiero pensar en el cambio climático porque me agobio y me siento mal’”,Su libro pretende ser una herramienta para entender nuestra inacción frente al cambio climático, nuestras excusas y para ver qué refuerzos tenemos a la hora de actuar mejor y en consonancia con esos valores que tenemos. Uno de los consejos que figuran en este texto habla de la necesidad de ofrecer información sobre esta cuestión sin arrogancia. “No podemos tratar como ignorantes a ciertas personas por no entender la magnitud de los números. Creo que hay que abordar estos temas con empatía, humildad y siendo conscientes de que la otra persona no tiene por qué saberlos”, dice Escrivà.
menos risas con los negacionistas del cambio climático
Se queja también el divulgador de la tendencia a ridiculizar a los negacionistas en vez de proporcionarles información comprensible. “A este perfil se le puede combatir con datos, aunque sean muy refractarios a ellos. El gran problema para mí son los negacionistas de soluciones. Y yo creo que casi todos, en mayor o menor medida, lo somos. Todos tenemos algún motivo para no acabar de actuar conforme a nuestro conocimiento. ‘Yo sé que el transporte es uno de los grandes contaminadores, pero tengo que usar el coche para ir a trabajar’, por ejemplo. Estas actitudes son más peligrosas. No porque la gente sea peor, sino porque provocan más inacción”, señala.
Reclama Andreu Escrivà más información y más transversalidad a la hora de hablar de medioambiente. “El cambio climático no se le ha explicado en profundidad a ninguna persona mayor de 35 años ni en el colegio ni en el instituto. Se lo pueden haber mencionado, pero la gente que iba al cole en los 80 raramente ha visto este problema. Después, lo que ha leído procedía muchas veces del ecologismo. Con lo cual, si no empatizabas con este colectivo, no le otorgabas importancia. Después, si leías que esto era una cosa que le pasaba al oso polar, que estaba muy lejos, pues tampoco te interesaba».
sin plan «b»
“Necesitamos tener conciencia de lo maravillosa que es la vida y lo increíble que es, de la obligación moral que tenemos de preservarla. Dejemos de imaginar que hay salidas de emergencia, como un planeta B, porque solo tenemos este. Al final, nuestras vidas y nuestro entorno cercano son pocas calles, una oficina, la casa. Concebir mentalmente el mundo, percibir esa fragilidad del planeta es muy difícil. Miguel Delibes de Castro gasta un símil que me gusta emplear. Si a una lavadora le vas quitando tornillos, la lavadora sigue funcionando, aunque cada vez un poco peor. Si continúas quitándolos, llega un momento en el que, al quitar uno, la lavadora se rompe. ¿La culpa la tiene el último tornillo? No. La culpa la tienen todos los tornillos, en el orden en el que han sido retirados. El mundo sigue siendo grande, sigue teniendo muchos recursos, pero podemos llegar a un punto de no retorno y no poder volver atrás”, concluye.