La tecnología está con nosotros a diario. En muy pocos años, nos hemos acostumbrado a que ella nos acompañe y nos ayude en las funciones más cotidianas del día a día. Pero, los seres humanos siempre vamos más allá. Por ello, usar esa tecnología en nosotros mismos es cada vez menos un mito de las historias de ciencia ficción para convertirse en una realidad que puede aplicarse a muchos parámetros de nuestra cotidianidad. ¿Acabaremos todos con chips en el cerebro?
Chips al servicio del hombre
En Nobbot ya os hablamos de la nanotecnología y de cómo ésta podía incorporarse al ser humano. Se está trabajando más y más en pequeños mecanismos digitales que se pueden implantar en el cuerpo humano con diferentes funciones. Las primeras que se nos vienen a la mente son aquellas que pueden ayudar a las personas a tratar algunos problemas de salud. Pero no es su única aplicación.
Cada vez, se nos hace menos raro imaginar que esos chips, esos mecanismos informatizados, podrían lograr incrementar nuestras capacidades neuronales y llevarnos hasta una era de conocimiento nueva. Por supuesto, el debate está servido. Al potencial imaginativo que todo este desarrollo despierta cabe sumar algunos temores. Uno de ellos es, claro está, que no comporten ningún riesgo para la salud. Las pruebas y experimentos que ya se están realizando pueden tardar incluso décadas en pasar a nuestra rutina. Lo más importante es estar seguros de que no habrá reversos negativos para los individuos. Otros, en una vertiente más conspiranoica, también están preocupados por lo que estos chips podrían significar para ejercer un control sobre la mente de las personas que los llevaran implantados.
Como sea, no podemos pasar por alto algunas utilidades que nos resultan prodigiosas. Y no nos referimos a hechos desarrollados en la nueva era digital. La evolución científica lleva trabajando con este tipo de fenómenos desde hace décadas. De hecho, un gran referente que muchos estudiosos tienen presente a la hora de plantearse retos para el futuro es el implante coclear, cuyo primera gesta data de 1957. El implante coclear ayuda, hoy por hoy, a miles de personas con discapacidad auditiva a llevar una vida perfectamente normal, integrados sin problemas gracias a que ese aparato les permite escuchar lo que sucede en su entorno. Transforma las señales acústicas en eléctricas, que llegan al nervio auditivo de las personas a las que se les ha realizado el implante en el interior del cráneo.
Para nuestra salud
Quienes tienen problemas físicos y/o neuronales son de los primeros que se pueden beneficiar de las ventajas que los chips implantados en nuestra cabeza pueden significar. En 2015, desde el Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer se habló de cómo las personas con parálisis podían cambiar la forma en la que viven con un giro de 180º. A través del desarrollo de un implante cerebral, estos individuos podrán, por ejemplo, escribir mensajes o controlar los aparatos de su hogar con su mente. No se trata de telekinesis, sino del poder de la nanotecnología. La idea es que esos chips sean capaces de registrar la actividad de nuestro cerebro y trasladar sus directrices hasta una comunicación eficiente. En las jornadas B-Debate, se presentó un «gorro» con electrodos a través del que un técnico escribió hasta seis palabras usando, únicamente, su pensamiento.
La neuroestimulación estaría ya trabajando con pacientes y dolencias de todo tipo: para tratar la depresión, la epilepsia, el Parkinson, los ictus … Y se espera que, en un futuro no muy lejano, también se desarrollen dispositivos que hagan que las personas invidentes puedan ver, a través de prótesis visuales que generen estímulos en el cerebro. De esta forma, nos llegan nuevos términos como la optofarmatología, que se basa en el uso de moléculas que están reguladas por la luz con fines sanitarios o la optogenética, que trabaja nuestros genes para prevenir problemas celulares.
El pasado mes de octubre se hacía mundialmente popular el caso de Nathan Copeland, con una tetraplejía provocada por una lesión medular tras sufrir un accidente de tráfico. Pues bien, desde la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, le han cambiado la vida. Una operación de neurocirugía bastó para implantarle cuatro chips que le han permitido recuperar la sensación de tacto en su mano derecha.
Los avances suponen una continua corriente informativa que no se detiene. En noviembre, conocíamos a Hanneke de Bruijne, una holandesa que padece ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) y que llevaba ocho años sin poder comunicarse debido a la degeneración neuronal que provoca esta enfermedad. Desde el Centro Médico de la Universidad de Utrecht le han sometido a un tratamiento que consiste en la implantación de unos sensores que, tras muchos procesos de mejora, le han permitido escribir frases en un ordenador.
Opciones inimaginables
Cuando hablamos de cómo los chips en el cerebro pueden mejorar la vida de muchas personas enfermas o con problemas, nos llenamos de esperanza. Pero, los casos que vamos a comentar ahora consiguen disparar nuestra imaginación hasta cotas sólo vislumbradas en películas de ciencia ficción. Aumentar las capacidades cerebrales es uno de los retos de la neurociencia más avanzada. Unas investigaciones atractivas y estimulantes.
Los planes pasan, en primer lugar, por desarrollar las capacidades naturales que todos tenemos y que permitirían, por ejemplo, facilitar el aprendizaje de idiomas. Nuestro cerebro es todavía un misterio insondable en muchas de sus características. Todo lo que depositamos en él: vivencias, experiencias y recuerdos funciona a través de una serie de procesos que nos resultan fascinantes. Que la medicina digital permita trabajar en ello nos lleva a pensar a realidades como las que ya se trabajan desde el Pentágono y su Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa, que están desarrollando chips para el cerebro que ayudarían a potenciar nuestras capacidad memorística.
Implantar conocimientos que antes no teníamos en nuestro cerebro ¿es esto posible? Desde los laboratorios HRL en California se informó, en el mes de junio, de un interesante estudio. Un grupo de neurocientíficos estuvo trabajando para implantar patrones neuronales de pilotos y militares a personas que antes no habían tenido ninguna formación en el campo de la aviación. El objetivo era que estos desarrollaran unos conocimientos a los que antes no habían tenido acceso. Las pruebas que se realizaron después, en los simuladores de vuelo, mejoraron los primeros tests. ¿Qué puede significar todo esto para la educación del futuro? O mejor dicho, ¿para los humanos del futuro?
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